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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Estreno mundial del concierto de Luis de Pablo

Hace unas semanas escribíamos en EL PAIS sobre Luis de Pablo con ocasión de su cincuenta aniversario. En nuestro diálogo, el compositor insistía sobre algunos aspectos: la conquista de la serenidad, el sentimiento de haber hallado lo que buscaba, la urgencia de dejar dicho cuanto quiere decir. La cuestión es que Luis de Pablo, desde la iniciación de su carrera hasta hoy, tiene muchas y diversas cosas que decir. El paso del tiempo ha madurado -«serenado» si se quiere- su ideario, su lenguaje y su técnica, pero no ha agotado ese afán de descubierta, ese deseo de nuevas palabras y, sobre todo, esa inmensa voluntad de que sean palabras propias.Todo lo cual vale como introducción al comentario del espléndido Concierto para piano y orquesta núm. 1 (ya está en el telar el segundo, dedicado a Mompou), escrito por encargo de Radio Nacional y estrenado ahora, con éxito total y hasta inhabitual en la música de nuestro tiempo. Porque Luis de Pablo nos da una partitura en la que lo preciso se une a lo precioso.

Orquesta Sinfónica de RTVE

Director: Jacques Mercier. Solista: Claude Helffer. Obras de Weber, De Pablo y Dvorak. Teatro Real. 1 y 2 de marzo.

Precisión de concepto, de forma, de escritura; preciosismo sonoro a través de una música biensonante hacia la que hoy parecen tender los compositores, liberados de actitudes (probablemente necesarias) de contestación estética. Era mucho lo que había que «romper» para hacerlo con ánimo afable o exceso de cortesía.

Una forma apretada y concisa de concierto en un tiempo que subsume los tres tradicionales a partir de un material base cuya triple lectura permite trazar los mundos varios de la Introducción, la Cadenza y el Final; una búsqueda libre, vital y casi alegre (Luis es, humanamente, un espíritu jovial) en el mundo de la materia sonora hasta dar con aquellas combinaciones más lúcidas y rodearlas de una suerte de luz que renueva, desde otro ángulo, el sentido «plástico» de la música de De Pablo, como si algo de los colores de la pintura de Marta, la mujer de Luis, se colase de rondón en los pentagramas; una conquista, en fin, de la espontaneidad (ya dijo algo Falla de lo que costaba alcanzarla) en una partitura que, desde el día de su estreno, se incorpora, por propio derecho, a los «clásicos del siglo XX», si es que entendemos la denominación sin matiz retornista. Todo eso es el Concierto. Cabría citar el consabido On revient toujours siempre que nos mantengamos dentro de los límites de la amplia ideología depabliana. Quiero decir que mucho de lo que el Concierto nos da con precisa madruez habitaba el pensamiento del músico desde hace años, y conservo alguna carta testimonial en este sentido.

La entera obra de un creador auténtico es como una sucesión de variaciones, cada vez más y mejor elaboradas, de una serie de motivos. No será dificil, desde el concierto, interpretar como lejano anuncio el Radial, por ejemplo.

Entre aquella obra y la de hoy, las aventuras y nuevas aventuras de Luis, constituyen el rico panorama de su existencia y su invención; también de lo hermoso que resulta -son palabras del músico- «formar parte de una tradición, transformarla amorosamente y dialogar con otras». El Concerto es punto avanzado de tales transformaciones y hasta de la transformación del mismo pasado de Luis por vías de una mayor concisión, de decirlo todo con las palabras necesarias en un proceso coherente, afectivo y comunicativo, sin renunciar al empleo de muchos recursos largamente experimentados, desde los que el autor llama: «ecos tonales» hasta el dominio de la aleatoriedad.

El piano solista (en cierto modo es un piano cóncertante como el de las Noches, mudando todo lo mudable) está impostado muy estrechamente con la orquesta. Su parte nace en la misma raíz de la ideación total. A veces incita, en ocasiones resume; suma, contrasta o explaya sus diversas voces (procedimientos) al modo cadencial pero sin intención virtuosista.

Difícil de abordar, el pianista Claude Helffer logró una versión excelente: justo la que deseaba el compositor. De igual modo, Jacques Mercier, una de las batutas jóvenes más interesantes, musicales y flexibles, montó la obra con dominio y meridiana claridad.

La reacción del público (un auditorio normal de sábados, sin especial inclinación por lo contemporáneo) fue entusiasta y Luis debió salir a saludar hasta tres veces en unión de sus intérpretes.

Director y orquesta, aun concentrada su atención en la página de estreno mundial, tuvieron tiempo de preparar una brillante versión de Oberón y otra de la Sinfonía del Nuevo Mundo despojada de toda ganga retórica, tocada de la gracia popular -más bohemia-que negroamericana- que vivifica sus pentagramas.

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