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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La campaña electoral en el País Vasco

MIENTRAS Los andaluces concurren hoy a las urnas o -siguiendo la antidemocrática consigna del partido del Gobierno- se quedan en sus casas, la campaña en el País Vasco para las elecciones al Parlamento de Euskadi va adquiriendo calor y dureza. Los conflictos entre los vascos nacionalistas y los vascos sin más -pues vascos son todos los hombres y mujeres que viven y trabajan en Euskadi, incluso según los catecismos de ETA- están dando lugar a imágenes, imprecaciones y exhortaciones que pueden herir la sensibilidad de quienes tienen una determinada y rígida idea de cómo debe definirse la comunidad histórica española y se sienten ofendidos ante quienes discrepan de sus concepciones. Sin embargo, más allá de la pugna electoralista para arrancar votos, e incluso por encima de la subjetividad emocional de los oradores lanzados a esa tarea, está situado un tozudo hecho geopolítico, económico e histórico: los ciudadanos españoles -castellanos, vascos, andaluces, catalanes, extremeños o gallegos- vamos a tener que seguir viviendo juntos.Evidentemente, la exacerbación independentista de algún miembro de la tendencia del señor Ormaza en el PNV o de los líderes de Herri Batasuna hiere, involuntariamente o a sabiendas, no sólo a los fascistas que han convertido a España en un coto de su propiedad y expulsan a las tinieblas exteriores de la Antiespaña al resto de sus compatriotas que no comparten su belicosa y dictatorial concepción de la patria amenazada. También ese abertzalismo estridente resulta ofensivo para muchos españoles, nacidos incluso en el País Vasco, que hacen descansar sus sentimientos de pertenencia nacional en un legado cultural y una experiencia histórica compartidos y en el predominio de los valores éticos, democráticos y racionales sobre los demonios tribales, el necio orgullo étnico y el particularismo de los pueblos elegidos.

De las varias líneas de fractura en la oferta electoral en Euskadi, la que separa a los partidos y coaliciones nacionalistas -el PNV, Euskadiko Ezkerra y Herri Batasuna- de las opciones no nacionalistas, fundamentalmente UCD, PSOE y PCE es la que centra la atención general, aunque no sea la única significativa en estos momentos, y tal vez, ni siquiera la principal en el futuro.

El PNV ha probado su condición de fuerza política hegemónica en Euskadi y ha marcado claramente sus distancias respecto al radicalismo abertzale, que pretendía embarcarle en una navegación común para luego arrojarle por la borda. Sus diferencias con Euskadiko Ezkerra son las que separan a un partido de inspiración democristiana y que combina el predominio de los sectores empresariales con un verdadero interclasismo militante, como es el PNV, de una organización que -como la que dirigen Mario Onaindía y otros ex dirigentes históricos de ETA- busca todavía a tientas un espacio político, en la clase obrera y en el sector terciario de la sociedad vasca. En este sentido, no es fácil, aunque tampoco imposible, que los componentes nacionalistas comunes entre Euskadiko y el PNV lleguen a prevalecer sobre la contraposición entre sus estrategias económicas y sociales hasta el punto de formar una alianza mayoritaria en el Parlamento y el Gobierno vascos.

Más compleja resulta, en cambio, la relación entre el PNV y Herri Batasuna, hermanos enemigos que se disputan un sector del electorado hipersensible a los ecos del nacionalismo sabiniano. Pero el anuncio del boicot al Parlamento vasco de Herri Batasuna priva de sentido al problema de una eventual coalición.

Queda, finalmente, como otro impedimento a la eventual formación de un frente de rechazo de los tres grupos abertzales, la abierta competencia entre Euskadiko Ezkerra y Herri Batasuna. El desenganche de ESB y LAIA, de Herri Batasuna, que puede quedar reducida a un minúsculo grupo político y a la caución de ETA militar, proporciona quizá a Euskadiko Ezkerra la oportunidad de cambiar en favor suyo la correlación de fuerza electoral dentro del izquierdismo abertzale. No es probable, en esas condiciones, que la hostilidad latente, y en ocasiones abierta, entre los dos grupos que aspiran a capitalizar el pasado de ETA sea sustituida por una alianza.

Ni qué decir tiene que cualquier fórmula política que uniera, por encima de las diferencias ideológicas y de los intereses de clase, en una alianza excluyente y exclusiva de gobierno a los partidos nacionalistas -el improbable frente de rechazo o el no descartable pacto entre el PNV y Euskadiko Ezkerra- o a los partidos no nacionalistas -por ejemplo, las organizaciones vascas de UCD y del PSOE- contribuiría a ahondar las diferencias en el seno del pueblo vasco y a encaminarlo hacia el peligroso sendero de dos comunidades enfrentadas e incomunicadas al estilo del Ulster.

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