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Juicio por la matanza de Atocha

Garcia Juliá: "Intenté ayudar a las FOP a defender a España de la subversión"

Las respuestas que dio Carlos García Juliá al interrogatorio a que fue sometido durante toda la tarde de ayer iban dirigidas en el mismo sentido que las de su compañero José Fernández Cerrá: alejar de las implicaciones al secretario vertical del transporte, Francisco Albaladejo, e intentar convencer al juez que su acción del día 24 de enero de 1977, en la que murieron cinco personas y otras cuatro resultaron gravísimamente heridas, la realizaron «para ayudar a las Fuerzas del Orden Público ante tanta subversión» y bajo un estado de ánimo «de mucho nerviosismo y ofuscación, incluso por miedo a que nos atacaran».

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Éstas fueron, en realidad, palabras repetidas varias veces por García Juliá en sus respuestas. Carlos García Juliá, que no se quitó las gafas de sol ni un sólo momento a lo largo de la tarde, respondió con aplomo a sus interrogadores. Unicamente pareció perder la calma cuando tomó la palabra el representante del Colegio de Abogados, José María Stampa, ya que éste centró su intervención en el momento mismo en que supuestamente se produjo la matanza. Carlos García titubeó varias veces mientras contaba «que el arma se le disparó seis veces... Bueno, no, es verdad lo que dije antes, sólo se me .disparó una vez, las restantes sí fueron intencionadas, pero, claro, había tanto nerviosismo... Al final sí que me asusté y salí corriendo, al ver un poco de sangre. No, no. Mientras disparaba no me asusté, claro, por los nervios ... »No vaciló, sin embargo, cuando contó que Lerdo de Tejada, Fernández Cerrá y él subieron al despacho de los abogados, no porque supieran que efectivamente se trataba de un bufete, «sino porque vimos un portal abierto a esas horas de la noche -aún no eran las diez-, y como sabíamos que allí había comunistas clandestinos e ¡legales, pues pensamos que podía haber allí arriba algún asesino, y subimos a ver qué pasaba.» Cuando llegaron a la puerta del bufete no encontraron ningún asesino, «pero sí vimos un cartel muy grande que ponla "Comisiones Obreras, afíliate", y nos extrañamos mucho de que hubiera allí tanta gente.»

En realidad, Carlos García Juliá y sus amigos sólo iban a darle un susto a «ese agitador del transporte -Joaquín Navarro, dirigente de CCOO- que, con sus piquetes, coartaba la libertad de los trabajadores y que, además, era un esviado sexual. Sí, sí, se comentaba en círculos transportistas que Navarro convivía con un homosexual en ese piso de la calle Atocha, 55». García Juliá repitió una y otra vez que «sólo iban adarle un par de tortas a un rojo». Por esto mismo no tuvieron ningún cuidado en el aparcamiento de sus vehículos, estacionados esa misma tardejunto a las aceras del edificio del sindicato vertical del Transporte, según declaró él mismo. «Si total, lo que íbamos a hacer era una tontería. Ni por un momento pensamos que fuera a terminar así.» Claro que para cometer esta tontería los tres presuntos asesinos de los abogados de Atocha se dirigieron andando desde la calle Cristino Martos, sede del sindicato, hasta la calle Atocha -según declararon-, y cada uno de ellos con sus correspondientes armas bien cargadas de munición. También este detalle fue explicado por el acusado: «Nosotros íbamos armados e incluso yo corté todos los teléfonos nada más subir al despacho porque se trataba de una organización ilegal, y teníamos que evitar a toda costa que pudieran avisar a sus amigos, porque como eran clandestinos podían tener una fuerza de choque como los GRAPO o la ETA.» Más adelante, ante las dudas de uno de los abogados de la acusación privada y del propio presidente de la sala sobre la relación que podía haber entre un despacho de laboralistas de Comisiones Obreras y las dos bandas armadas mencionadas, García Juliá declararía que es que para él «desde que era pequeñín y así se lo habían enseñado los libros de la historia, los comunistas eran unos asesinos que mantuvieron una guerra durante tres añ os». Las convicciones ideológicas de García Jullá, según relató él mismo durante el juicio, se remontan a su infancia, edad en la que comenzó a aficionarse por las armas, porque «en mi familia había muchos militares y muchos caídos por la patria». Según consta en el sumario, a García Juliá se le intervinieron hasta cuatro armas, una de ellas presumiblemente utilizada en la matanza de los abogados. A esto respondería que, «como me gustaban mucho, las coleccionaba».

A preguntas de uno de los abogados de la acusación, tuvo que responder que «no las coleccionaba cargadas de munición y listas para disparar, sino que me las habían vendido ya así». La pistola que fue identificada como de su propiedad y cuya munición coincidía con las balas encontradas en los cuerpos de las víctimas, dijo haberla adquirido años atrás en Canarias, mientras hacía la mili, sin licencia. Las otras tres, dijo habérselas comprado a otro de los implicados, Leocadio Jiménez Caravaca.

También intentó justificar a su compañero Fernández Cerrá, quien, en sus declaraciones de la mañana, había afirmado no cono cer a Lerdo de Tejada con ante rioridad al día de autos y, sin em bargo, constaba en el sumario que días antes habían ido los tresjuntos buscando, sin éxito, el domicilio particular de Joaquín Navarro. Es ta fue la explicación de García Juliá: «Bueno, es que el día en que íbamos a por Navarro a su casa Lerdo de Tejada llevaba barba y el día de los disparos ya se la había afeitado. Por eso no le reconoció.» Numerosas fueron, al igual que ocurrió con las declaraciones de José Fernández Cerrá, las contradicciones observadas entre sus anteriores testimonios judiciales y lo declarado ayer ante el juez, contradicciones que para el acusado no eran sino «errores de interpretación y transcripciones equivocadas».

La sala del edificio madrileño de Las Salesas, donde se veía el sumario del caso Atocha estaba repleta de público. Unas cien personas se apretaban en los bancos, mientras que varios centenares tuvieron que quedarse en la calle. Había gente que para la sesión de la tarde llevaba haciendo cola más de cuatro horas. En las aceras de la calle del Marqués de la Ensenada, donde está sittiado el edificio de Las Salesas, se observaba gente de todo tipo: muchachos jóvenes de abrigo loden y pelo corto, muy peinado hacia atrás, señores cuarentones con bigotillo recortado y mujeres de mediana edad que, según declararon, «estaban allí por curiosidad». Junto a éstos, pequeños grupos de jóvenes con tejanos, barbas y pelos largos. En la pared de enfrente a Las Salesas había numerosos carteles rojos, con un fondo de una mano con el saludo hitleriano y el siguiente eslogan: «Los asesinos de los policías están amnistiados. Nuestros camaradas, no. Si quieres una auténtica justicia, lucha por la libertad de los detenidos en el caso Atocha. » Una fuerte dotación policial evitó los incidentes callejeros. En el interior de la sala, tampoco se registraron incidentes dignos de resenar, excepción de una amonestación verbal del presidente de la sala a dos de los acusados Fernández Cerrá y Gloria Herguedas, por haberse pasado un papel durante los interrogatorios. A requerimiento del magistrado, el secretario leyó el contenido de la nota, que decepcionó sin duda al público, expectante, pues simplemente decía: «Glory, cuando acabe la sesión, baja con mi padre.» Cuando ya habían pasado dos horas desde el inicio de la vista, Fernández Cerrá pidió permiso para ausentarse, porque «sentía unos dolores muy fuertes, provocados», según dijo, «por una úlcera de duodeno», que le fue concedido por su señoría. Por lo demás, el comportamiento del público fue totalmente correcto. La tensión reinante en la sala no llegó a aflorar en ningún momento, y únicamente se oyeron risas cuando el acusado mencionó la frase de las fuerzas de choque como la ETA y los GRAPO, y cuando declaró odiar, por razones personales a Blas Piñar, así como exclamaciones de signo diverso, cuando dijo: «Actuamos así porque las FOP no podían hacer frente en aquel tiempo a tanta subversión. Si las FOP son insuficientes, cualquier español debe ayudar a defender a España de los ilegales. »

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