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La Clínica de la Concepción cumple hoy veinticinco años

La Clínica de la Concepción celebra hoy el XXV aniversario de su fundación, con una serie de actos que culminarán con una sesión académica a la que asistirá la reina doña Sofía. Hoy por hoy, la Clínica de la Concepción no pasa de ser, para la inmensa mayoría de los madrileños, más que un hospital privado. Sin embargo, tras las paredes de ese edificio de la avenida de los Reyes Católicos, se encierran cerca de cincuenta años de medicina española y una prolongada labor de investigación que tiene como figura central a un hombre: Carlos Jiménez Díaz.

La Clínica de la Concepción supone el punto culminante de una vida entera dedicada a la medicina y, sobre todo, a la investigación médica, siempre abandonada oficialmente en España. En ese centro, heredero de un primer Instituto de Investigaciones Médicas, que tuvo como alojamiento inicial la facultad de Medicina de la antigua Ciudad Universitaria madrileña, se ha venido realizando, a lo largo de los últimos veinticinco años, una medicina de investigación y docencia, sin por ello dejar de lado la asistencia que, como único fin médico, perseguían las autoridades sanitarias de este país.Pero, sobre todo, la Clínica de la Concepción ha supuesto establecer un concepto nuevo dentro de la medicina española. El médico español, desde el comienzo de las actividades de la nueva clínica, ha tenido que aprender que por él sólo no es capaz de lograr ni parcialmente el éxito que estaría a su alcance si su trabajo lo hiciera en equipo. La medicina de equipo, frente a la puramente individualista existente hasta entonces, basada en un profundo análisis previo del enfermo y no sólo en el ojo clínico, fueron, por así decirlo, los grandes inventos de Carlos Jiménez Díaz.

Carlos Jiménez Díaz nació en 1898, en el seno de una familia que tenía una tienda de ultramarinos -La Europea-, en la calle de Atocha. En la trastienda de aquel local fue donde estudió su iarrera de medicina y desde donde se vio catapultado hacia la realización de esa investigación médica que estaba faltando en España.

El tesón en lograr el objetivo que se había propuesto parece ser que fue la primera característica del hijo de aquel tendero alcarreño. Cuentan que, cuando todavía estaba estudiando la carrera, decidió aprender alemán. En aquel entonces la fuente de donde bebía toda la medicina europea estaba, sin duda, en Alemania.

Las oposiciones de Barcelona

Recién acabada la carrera, con veintiún años, el futuro maestro de la medicina decidió presentarse a las oposiciones que habían sido convocadas para cubrir la plaza de catedrático de Patología Médica en la Universidad de Barcelona. Dicen que los ejercicios que realizó fueron muy superiores a cualquiera de sus oponentes. Sin embargo, uno de ellos, el doctor Ferrer, médico y amigo personal de Aleo Lerroux, fue quien oficialmente ganó las oposiciones en cuestión.La protesta estudiantil no se hizo esperar. Los miembros del Tribunal calificador hubieron de salir escoltados.

Pero lo que en un principio supuso un contratiempo, se convirtió inmediatamente en una baza de popularidad que, sin duda, le sirvió a Carlos Jiménez Díaz para ganar de calle las oposiciones a la cátedra de la Universidad de Sevilla, a las que se presentó tres años después, tiempo que empleó en perfeccionar sus conocimientos en la meca médica de aquel momento, Alemania, gracias a una beca de la Junta de Ampliación de Estudios.

Pero de aquel Hospital de las Cinco Llagas y Sangre sevillano, en el que trabajaba en una sala ocupada prácticamente por asilados, quiso pasar a Madrid, lo que consiguió en 1926, gracias a un concurso de traslado.

El Instituto de Investigaciones Médicas

Es a partir de su traslado a la capital cuando comienza a madurar su plan para instalar un centro en el que, por fin, pudiera hacerse una investigación médica de calidad.Contó, en un principio, con la promesa de ayuda por parte del banquero Juan March.

Abandonado, sin embargo, por March, que prefirió hacer su propia fundación, recibió la ayuda económica de varios empresarios -Pablo Garnica, Banesto; Ernesto Anastasio, Trasmediterránea-, que le proporcionaron los medios necesarios para la primera instalación de su Instituto de Investigaciones Médicas, para el que le fueron ofrecidos -tras larga lucha oficial- unos locales de la recién construida facultad de Medicina. El acto de presentación de las nuevas instalaciones fue realizado el 10 de julio de 1936.

La guerra convertiría aquel instituto en cenizas. Sus colaboradores, -Ochoa, Barreda, Arjona, Morán- se desperdigaron por el mundo. Pasada la guerra, se impuso la necesidad de reconstruirlo, cosa que consiguió, parcialmente, en un chalé de la calle de Granada.

Volvió a ocupar su cátedra del viejo hospital de San Carlos madrileño (que había dejado durante la guerra para exiliarse voluntariamente), a pesar de los intentos de depuración que le acecharon en más de una ocasión. Sin embargo, las camas de que disponía -treinta- le eran insuficientes. Por tal razón, decidió concursar en la oposición que había sido convocada para la plaza del Hospital Provincial. En aquella ocasión, el tribunal, al ver que se había presentado nada menos que don Carlos, decidió declararse incapacitado parajuzgarle y le fue adjudicada la plaza sin terminar la oposición.

El nuevo traslado de su Instituto a la reconstruida facultad de Medicina de la Universitaria planteó la necesidad de que todo -camas asistenciales y laboratorios de investigación- estuvieran en un mismo lugar. Su deseo de concentración le fue expuesto al entonces nistro de la Gobernación, Blas Pérez, quien consiguió que el edificio que en aquel momento estaba reconstruyendo Regiones Devastadas con destino al Instituto Rubio le fuera cedido. Aquel edificio, inaugurado hoy hace veinticinco años, fue el que sirvió de base -con seis ampliaciones posteriores- para la actual Clínica de la Concepción.

Apuros económicos

Esa Clínica de la Concepción, que ha servido para la formación integral de tantos médicos españoles, no disfruta hoy, sin embargo, de una situación económica que le permita mirar al futuro con excesivo optimismo.En un principio, la clínica fue concebida como un lugar en el que el médico que se integrara en ella podría hacer compatible su dedicación social con la atención a sus propios enfermos privados. Para que esto fuera posible, cada médico participaba con un tanto por ciento de sus ingresos en el mantenimiento de la clínica. Paralelamente, la Seguridad Social, con la que había sido suscrito un convenio al poco tiempo de comenzar a funcionar la clínica, pagaba lo que realmente costaba la asistencia que se prestaba en la misma.

Pero el sistema de aportación personal de los médicos debió ser suprimido, al equiparar sus sueldos con los que percibían sus compañeros de la Seguridad Social. La cláusula de regularización que permitía el cobro real del costo de mantenimiento desapareció. Todo ello ha llevado a la Clínica de la Concepción a una situación económica realmente angustiosa, de la que sólo podrá salir si el Ministerio de Sanidad le paga el costo real de la asistencia que presta. En caso contrario, los quinientos millones de deuda anual que produce podrían llevar a una situación mucho peor de la que actualmente sufre.

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