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Los laberintos de la revolucion

La verdad es que las cosas aparecían. paradójicamente. mucho más sencillas para las sociedades occidentales. cuando la amenaza de la revolución -siempre palpitante- se erguía monolítica bajo las rojas y seductoras banderas del comunismo. La Revolución -así con mayúscula- mostraba su faz concreta la eficacia de sus mecanismos e incluso. los cauces para una efectiva subversión. La instauración en Rusia del Estado soviético. erigido bajo el patrocinio y advocación de Carlos Marx por obra y, gracia de un grupo de doctrinarlos bolcheviques. significaba un peligro. pero a la vez una localización y posible evolución de los riesgos.La Revolución de Octubre -que lleva consolidándose y expandiéndose más de seis decenios- resultaría el modelo y el banderín de enganche. La revolución rusa -la otra gran revolución, después de la francesa- supo crear, con rapidez. una operatividad y una mística. La ilusión revolucionaria recorrió la Tierra. Aunque no se cumpliesen las previsiones de Marx -por ejemplo, con el triunfo comunista en el subdesarrollado imperio de los zares y no en una sociedad industrializada-, fue el autor de El capital el profeta, a la vez que el evangelista, de la sociedad soviética en construcción.

Los partidos comunistas brotaron, con distinta esperanza y oportunidad, en todos los países. Los grandes pontífices del Kremlin, a partir de Lenin, Trotski, etcétera, comenzaron a elaborar la nueva dialéctica para uso de revolucionarios de toda especie. Desde la quiebra de las primeras aventuras expansionistas, el Estado soviético se dedicó a su consolidación interna, levantando la poderosa arquitectura de sus máquinas burocráticas, policíacas y militares. Las luchas por el poder, mientras tanto, no habían perdido la implacable ferocidad que caracterizara a las de la antigua y santa Rusia.

Las circunstancias de ser Rusia, con su inmensa extensión y sus ricas y arraigadas tradiciones, la primera nación en que se implantara sólidamente un Estado comunista habría de influir decididamente en el desarrollo del marxismo en el ámbito universal. Los líderes soviéticos. además de ser rusos, tuvieron que emplear frente a sus compatriotas determinados métodos y procederes para su captación y sometimiento. Bien enralzada en el espíritu ruso estaba la idea de su destino mesiánico. Con sus naturales modificaciones, seguía palpitando en los flujos del alma eslava la categórica profecía del abad Filoteo: « Moscú es la tercera Roma, y no habrá cuarta. »

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Este mesianismo eslavo añadiría un ingrediente más a las razones y emociones de la captación comunista. El paraíso soviético, la patria del proletariado..., fueron algunas de las definiciones idealizadoras de la nueva Rusia. Por un proceso no siempre voluntario, muchos de los partidos comunistas de distintos continentes fueron poseídos por ese misticismo de naturaleza militante. La disciplina debida a Moscú se coordinaba a la perfección con el espíritu de entrega iluminada, preciso para cualquier afán revolucionario y sacrificado.

Mientras tanto, ideólogos, profesores y hasta poetas de fuera de Rusia iban ampliando, adaptando y reconstruyendo la dialéctica marxista. En cierto modo -y pese a propagandas y despliegues adversos- puede decirse que aquella etapa, que iría a cerrarse con las resacas de la posguerra de 1945, constituyó el tiempo de oro de la ilusión y de los pechos encendidos por la revolución comunista, a la que una juventud -claro que con diferentes matices de resistencia y sometimiento- llegaría a considerar la buena nueva.

Esta rápida correría sobre ciertos aspectos de uno de los fenómenos determinantes de nuestra época puede ser tildada de superficial y simplificadora.

Dejémoslo así, pues pienso que basta para la exposición que viene. Es indudable que a consecuencia de lo pactado en Yalta -júzgueselo de este o del otro modo-, la expansión soviética alcanzaría confines apenas soñados, donde el afianzamiento de la URSS como potencla de primer orden frente a Estados Unidos. provocaría una redistribución de fuerzas en el ámbito universal. La era de Stalin, el gran beneficiario de la guerra contra Alemania, iba a significar un replanteamiento de las posiciones rusas ante el mundo, con un ambicioso remozamiento del antiguo imperialismo zarista.

Si el poderío ruso crecía incesante y espectacularmente, desde lo político a lo militar, desde la estrategia a la astron alutica, a compás semejante declinaba la capacidad de irradiación y creación ideológica y dialéctica de Moscú. Podría pensarse que la energía empleada por los halcones del Kremlin para la realización de sus sueños imperiales se consumía a costa de la descompensación en los motores de la mística revolucionaria. No se trataba, exactamente, de una pérdida de presión insurreccional, sino de un desplazamiento de los dispositivos espirituales y formales de la revolución marxista.

Estos deslizamientos y mudanzas no han sido, naturalmente, producidos con premeditación ni obedeciendo a planes y propósitos preconcebidos. Una enunciación primaria nos señalaría un desenganche netamente subversivo de las directrices y obediencias moscovitas, con incidencias sobre la fe y la capacidad del revolucionarismo centralizado y teledirigido. El reconocimiento de una situación real es tan sólo el comienzo de un análisis.

No creo que exista duda alguna en cuanto a los efectos erosionantes de hechos como el muro de Berlín, la revisión del estalinismo, las intervenciones en Hungría y Checoslovaquia ante los primeros síntomas de despegue de los patrones y objetivos soviéticos. Pero estos sucedidos -y otros semejantes-, aunque registren razones evidentes y de derivaciones históricas, no aclaran más que una parte de la verdad.

Comencemos por indicar que la conciencia de la revolución hace bastantes años que se alejó del meridiano moscovita. Los exégetas del doctrinarismo marxista, tal y como lo manejan los jerarcas del Kremlin, se las ven y se las desean para proveer de cierta congruencia a sus argumentos. Probablemente correlativo del aminoramiento de los acicates de rebeldía que hoy, paralizan a los activistas del comunismo que se titula ortodoxo. Las contradicciones señaladas en la sociedad occidental han dejado de ser patrimonio exclusivo de los países capitalistas. Y buena prueba de ello tenemos en el curíoso e ineficaz invento de los eurocomunismos.

Lo cierto es que el desbordamiento de las técnicas y tesis del comunismo ruso era un fenómeno con raíces lejanas. La aparición de la nueva izquierda, que en un principio pudo creerse que se trataba de un movimiento auxiliar, pronto dejó traslucir el potencial corrosivo que llevaba dentro. Desde que comenzó la denominada era de la protesta -que adquiriría su formulación dialéctica y retórica en las universidades norteamericanas-, la mística de la rebeldía Juvenil, iba a convertirse, paradójicamente, en una pieza desencajada, en una rueda suelta, para los teóricos y administradores de la universalización del revolucionarismo soviético.

La rebeldía de los años sesenta se tornaba, poco a poco, en la peligrosa espada de dos filos, diremos, abusando de la manoseada frase. Lasiuventudes, descontentas y en busca de una ilusión, cruzaban los posibles rubicones. Sus respuestas airadas se dirigian lo mismo contra la sociedad consumista de Occidente que contra el prusianizado militarismo de la URSS. La protesta se generalizaba hacia cauces propios y conflictivos. Pese al triunfo de Castro y a la crisis de conciencia originada por la guerra de Vietnam, las juventudes americanas se negaron a seguir las normas de una revolución burocrática y dictatorial.

En Europa, las cosas fueron un poco diferentes. Los místicos de la rebelión volvieron a agitar los cautivadores mitos anarquistas. La insurrección de mayo de 1968 puso en claro bastantes cuestiones. Entre otras, demostró a los estudiantes rebeldes europeos que a Moscú no le interesaban otros movimientos que los dependientes de sus estrategias. La Revolución -así, con erre mayúscula-, que por los años veinte había creado unos objetivos y una espiritualidad comunes y universales, se fragmentó sin pena ni gloria. La crisis de la esperanza se había iniciado años antes de las aventuras africanas, con los soldados cubanos de combatientes de primera línea y de la invasión de Afganistán por las unidades soviéticas. Aunque de una manera demasiado sumaría, he aquí un pequeño esbozo genealógico de los desencantos e inhibiciones de nuestros jóvenes rebeldes. La indiferencia, la pasividad. el fastidio, no son los mejores consejeros. El displicente puede ser un despeñado entre abandonos y desolaciones: pero también, el fácil comparsa de las simplificaciones de los dernagogos de ocasión. Las caídas en los escepticismos Y las decepciones suelen conficurar la antesala de las calamidades y los infortunios.

José María Alfaro, abogado. escritor y periodista. es embajador de España. Su último libro. El abismo. reproduce los poemas escritos a mano por el señor Alfaro,

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