_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Crisis económica o crisis ecológica?

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Pudiera ser que esto del agotamiento de los recursos fuera como el cuento del lobo. Desde Malthus cada vez que se ha producido una crisis económica siempre ha surgido alguna voz recordando que la Tierra es finita y que el crecimiento de la población podría llevarnos a una situación en que la presión sobre los recursos se hiciera insostenible. Ciertamente esta ha sido una línea de pensamiento minoritaria en los últimos 150 años. A quienes así pensaban se les arrinconó con dos tipos de argumentos: empíricos y teóricos. Por una parte, la fuerza de los hechos: el crecimiento continuaba pese a que las profecías señalaban que, en algún momento, empezaría a detenerse. Y los argumentos teóricos se basaban en la sustituibilidad: cuando algo empezara a agotarse sería sustituido por otro recurso, o por trabajo, o por capital. No había por qué preocuparse: en un contexto dinámico, la tecnología vendría a echar por tierra la ley de los rendimientos decrecientes.Pero pudiera ser que el lobo, que nunca llegó, estuviera en verdad acercándose. Y habría que pensar así tanto porque los hechos ahora empiezan a dar la razón a los ecologistas como porque los argumentos teóricos están resquebrajándose. Y, lo que es más importante, si adoptamos una perspectiva ecológica empezamos a entender mejor qué es lo que está sucediendo en el mundo que si continuamos empeñándonos en no incluir esta perspectiva en el análisis de la crisis actual.

Empecemos por el petróleo. Mucha gente empieza a pensar que el petróleo es un recurso escaso. Sin embargo, no es esta la idea central en el análisis de la crisis que están haciendo la mayoría de los economistas. Se admite que los precios suben, pero la escasez se achaca a la OPEP. El artículo que en su día publicó Milton Friedman continúa siendo paradigmático. El costo de producción de un barril de petróleo en el golfo Pérsico -decía el prestigioso economista- es alrededor de diez centavos de dólar el barril. En cualquier caso, el costo marginal en el mercado está muy lejos de los alrededor de once dólares el barril que la OPEP acordó en su famosa reunión de diciembre de 1973. No hay, pues, que ponerse nerviosos. No hay escasez. Aquí lo que hay es un precio mal fijado. La OPEP acabará saltando por los aires. Serán los propios países productores -acababa Friedman- los que competirán entre ellos para incrementar la producción y los precios se derrumbarán.

Hoy, cuatro años después, podemos decir que Friedman acertó en algo: la OPEP está saltando por los aires. Pero justamente por las razones opuestas. La OPEP ya es incapaz de actuar como elemento moderador del mercado. Canadá y México -que no son miembros de la OPEP- fueron los primeros en superar este año el precio mínimo de dieciocho dólares el barril fijado por la OPEP en junio. En contra de la mitología vigente, los que llevan el turbante son los que están vendiendo el oro negro más barato.

Recursos naturales limitados

Veamos qué está sucediendo con el mar. Desde 1950 hasta 1970 las capturas de pescado se triplican. Prácticamente, no pasará un año en que la producción no sea superior a la del año anterior. Y, sin embargo, desde 1970 las capturas, prácticamente, dejan de aumentar. Pero la población del mundo, no. Desgraciadamente, cada vez tocamos a menos rodaballos per cápita ¿Cuál ha sido la respuesta del sistema? Las doscientas millas. Para los que visitan las parrillas de Guetaria esto es un problema, pero para nuestros compatriotas gallegos ha sido una tragedia. Y, sin embargo, desde la perspectiva ecológica, era de esperar, y las doscientas millas evitan tragedias peores.

Porque resulta que el problema no es sólo el petróleo. Es curioso que, justamente cuando se podría haber planteado como alternativa, se haya producido la crisis de la energía nuclear. Si se construían centrales nucleares cuando el petróleo estaba por debajo de los dos dólares el barril, con mayor razón serían rentables cuando el petróleo vale diez, veinte, treinta y hasta cuarenta dólares el barril. Esta fue la reacción que se produjo al día siguiente de la subida de los precios del petróleo. Todos los países relanzaron sus previsiones de programas nucleares, pero, pasada la borrachera, se pusieron a hacer cuentas y la energía nuclear resultó ser un mal negocio. Desde el año 1977 prácticamente no hay una empresa eléctrica en Estados Unidos que programe la construcción de un nuevo reactor. Y otro tanto sucede en Alemania. Las causas de la paralización de los programas nucleares son muy numerosas (escalada de los costos de capital. alargamiento de los plazos de construcción, capacidad de utilización por debajo de la prevista, falta de soluciones para la colocación de los residuos, reparaciones. vida media de los reactores, etcétera), y tienen que ver muy poco con las manifestaciones antinucleares. Pero entre todas las razones me interesa destacar aquí el problema de disponibilidades de un recurso no renovable: el uranio.

Como hemos dicho, hasta ahora se les había tapado la boca a los ecologistas con el argumento de la sustitución. Los precios subirán -se decía-, pero la sustitución, aliada con la tecnología, resolverá los problemas. Pues bien, los precios subieron y la sustituibilidad no resultó ser tan sencilla. La premisa implícita era que se podía sustituir lo que se agota por lo que no se agota-, pero ¿dónde está lo que no se agota? El petróleo, al ritmo de consumo actual, se agota en treinta años. Pero resulta que el uranio se agotarla a los cuatro o cinco años de la puesta en marcha de un programa mundial acelerado de energía nuclear; y gracias a la paralización de los programas nucleares se agotará tan solo en unos quincej veinte años.

Se disparan los precios

En realidad es incorrecto decir que un recurso se agota. Algo que deben aprender los ecologistas es que aquí, en Estados Unidos o en la Unión Soviética, nada se agota. Simplemente, aumenta su precio. Y así, en el plazo de tres años, el precio del uranio aumentó un 800%. Y, por las mismas razones, si uno examina con cuidado cuál es la salida que se está encontrando a la crisis del petróleo, podrá comprobar que el carbón constituye el grueso de la solución. El carbón, con unas perspectivas de agotamiento entre seiscientos a mil años.

La lección más importante a extraer del fracaso de la energía nuclear es la de que nos advierte frente a la confianza absoluta en la sustitución. Nos recuerda qué la sustitución no es un problema tecnológico, sino económico. Desde un punto de vista tecnológico, la sustitución del petróleo por la energía nuclear funciona. Los reactores nucleares producen energía eléctrica. Pero desde un punto de vista económico no sirve.

Si se adopta la perspectiva ecológica desaparece la perplejídad ante muchos de los fenómenos actuales. Así sucede, por ejemplo, con la llamada stagflalion. Se repite hasta la saciedad que la inflación frena el crecimiento, y es verdad Pero es que, justamente. esa es su misión. Si la última causa de la inflación es la creciente escasez de recursos, disminuyendo el crecimiento las cosas se facilitan. Disminuyendo el crecimiento, de alguna forma, alejamos en el tiempo la fecha del colapso. Damos la oportunidad para que se desarrollen políticas de conservación, a que la producción se vaya estableciendo sobre la base de recursos renovables, a que se desacelere la tasa de explotación de los recursos Finitos, a que disminuya el crecimiento de la población, en definitiva, a que el sistema se ajuste. Un ajuste traumático porque una inadecuada percepción de la crisis aconsejó políticas erróneas (y esta sería la única semejanza de la actual crisis con la que se produjo en 1929). Un ajuste brutal, pero un ajuste al fin y al cabo.

6.300 millones de personas

Y eso que todavía somos sólo 4.300 millones de habitantes. De aquí a fin de siglo vendrán a acompañarnos 2.000 millones de seres más, esto es, lo que era la población junta en todos los países del mundo cuando Franco se levantó contra la República. Con lo cual vamos a ser 6.300 millones de personas sobre la misma Tierra.

Llegados a este punto, uno tendría la tentación de extremar y decir que nada del pensamiento económico vigente es útil que nada nos vale ni de Keynes ni de los monetaristas. Juanita Kreps acaba de decir al cesar como ministra de Comercio en Estados Unidos: «No voy a volvera mi cátedra porque no sabría qué enseñar. Creo que todo lo que he estado enseñando en los últimos veinte años no sirve para nada.» Creo, sin embargo, que se podría decir algo más matizado: que no puede entenderse nada de lo que está sucediendo si no se adopta la perspectiva ecológica. Pero no hay que tirar a la basura ninguna idea. No podemos desperdiciar ni las ideas. Habrá que reciclarlas, reconvertirlas, o como quiera llamarse. Si es verdad que viene el lobo, aquí nadie tira ya nada. Durante años se nos ha dicho que tengamos cuidado, no fuera a ser que, al tirar el agua del baño, se nos fuera con ella el niño. Desde una perspectiva ecológica habría que decir al revés: «Usted puede tirar al niño, pero ¡ojo con tirar el agua sucia! »

Miguel Angel Fernández Ordóñez es economista del Estado.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_