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El parto de los montes

La negociación del acuerdo-marco interconfederal, auténtico parto de los montes en el que están empeñados CCOO, UGT y CEOE, está a punto de concluir, desde las prometedoras bodas de Camacho -entendido el símil sin relación con dirigente sindical alguno- en que aparentaba desembocar a su inicio, en un rosario de la Aurora. Tan efemérico proceso se debe exclusivamente a la bisoñez negociadora y a la falta de personalidad propia que caracteriza a cada una de las partes implicadas en el intento.El interés que las tres organizaciones mostraron al inicio de la negociación en evitar la creación de falsas expectativas entre los destinatarios del acuerdo buscado no logró sobrepasar el terreno de las intenciones y, de hecho, la negociación colectiva, que se debía haber abordado durante el último mes del año, se encuentra paralizada cuando ya ha comenzado enero. Las expectativas, pues, se mantienen, mientras que aún una de las partes afectadas por la negociación, Comisiones Obreras, se encuentra a la espera de lo que decida su máximo órgano de dirección respecto a la conveniencia o no de negociar.

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Ultimado el texto del acuerdo-marco entre UGT y CEOE

Después de un mes de negociaciones, a lo largo del cual la Unión General de Trabajadores y la CEOE lograron un acercamiento casi absoluto en sus respectivas posturas, en la tarde de ayer ambas organizaciones concluyeron la redacción de un acuerdo definitivo. No obstante, la firma del documento parece haber quedado pospuesta a la decisión que finalmente adopte el consejo confederal de Comisiones Obreras, reunido hoy a tal fin.

Este nuevo retraso en el alumbramiento de un acuerdo que, según todas las previsiones, quedará reducido a la central socialista y a la patronal aparece claramente como un triunfo de Comisiones Obreras, central que a lo largo de la negociación ha protagonizado una cadena de dilaciones, en lo que parece un claro intento de imposibilitarlo y justificar en la atomizada negociación colectiva la estrategia movilizadora que sirve de apoyo a la política del PCE ante los intentos por aislar a este partido en la exacta dimensión de su representación parlamentaria.

Después del rechazo público a la última oferta de la patronal -que en lo económico situaba la banda salarial entre un 13% y un 16%, porcentajes que UGT había reivindicado desde el inicio de la negociación-, la central comunista, en su último intento por dilatar el logro exclusivo de UGT, sugiere la posibilidad de reconsiderar su postura y pone en pie nuevas expectativas de acuerdo a tres.

De esta manera, si la dirección de la central comunista se pronuncia sobre la bondad del acuerdo y, tras nuevas negociaciones, se alcanzara un pacto a tres este sindicato habría conseguido capitalizar el resultado final. Por supuesto que la persistencia en su rechazo al acuerdo-marco no modificaría los términos ya establecidos entre UGT y CEOE y, como contrapartida para la central socialista, habría restado protagonismo a UGT, que, en la duda, ha perdido la oportunidad de aparecer ante la opinión pública como la central sindical responsable que aparenta ser, libre para adoptar cuantas decisiones considere oportunas, sin dependencias ajenas a la organización.

En cualquier caso, y sin que sirva de justificación a la hamletiana posición de UGT, no es exclusiva de esta organización la responsabilidad del retraso en la firma del acuerdo. También la patronal se ha prestado al juego, aún muestra reticencias a los acuerdos con exclusión de los comunistas y parece ignorar el positivo balance del pacto UGT-CEOE de julio último, el cual, entre otras ventajas para el empresariado, evitó la huelga de Renfe y ha permitido la firma de los convenios de hostelería de Tenerife y Las Palmas para 1980.

Como última justificación al lamentable panorama negociador cabe tan sólo constatar cómo después de casi cuatro años de actividad sindical libre en nuestro país esta libertad no afecta a los propios aparatos de las distintas organizaciones sindicales. Los dos primeros sindicatos aparecen con una fuerte dependencia de sus partidos hermanos y sujetos, por tanto, a sus intereses políticos.

Así, tanto las estrategias del PCE como del PSOE vinculan y coartan la libre actuación de CCOO y UGT. Y, lo que es más grave, originan un equilibrio de fuerzas en lo político que no tiene su traducción adecuada en la calle, pues mientras la fuerza política de los comunistas se sustenta en la demostrada capacidad de movilización de Comisiones Obreras -de ahí la campaña de este sindicato contra el Estatuto de los Trabajadores, consensuado entre patronal-Gobierno y el PSOE-, la carencia de identidad de que hace gala la central socialista supone una pesada carga política para el PSOE.

La CEOE, por su parte, y pese a aparentar una cohesión más definida, consecuencia de la ausencia de ideología que no sea la exclusiva defensa de sus intereses económicos, tampoco parece haber abandonado los recelos de otra época y se enfrenta a contradicciones internas que, como ocurrió con las recientes declaraciones de su presidente, permiten descubrir una estrategia a caballo entre el apoyo a un modelo sindical acorde con el modelo político que defiende y la más intransígente cerrazón al diálogo con las organizaciones obreras.

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