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LOS ESPAÑOLES EN PARO

La industria estuvo bajo control obrero entre 1936 y 1939

Sólo dos hombres, Antonio Palacios y José Aparici, sobreviven de los líderes obreros que incautaron en 1936 la industria alcoyana y la hicieron funcionar a tope durante tres años. Antonio tiene 74 años, buena memoria y un archivo documental para quien quiera escribir la historia de aquellos tres años que vivió Alcoy.

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Antonio Palacios recuerda que en 1931 se establecieron en Alcoy las bases más adelantadas de trabajo en España. «Los del textil reivindicábamos ya el seguro de enfermedad y las vacaciones. Después de tres semanas de huelga, optamos por abandonar momentáneamente estas reivindicaciones de tipo moral y conseguir la igualación de jornales. » Se consiguieron muchas cosas en estos años, recuerda Palacios, pero la revolución de Asturias del 34 y el envalentonamiento de la patronal tras ser sofocada la misma se dejaron sentir en Alcoy. «Los patronos nos exigían que rompieramos los contratos de trabajo, que tantas luchas nos habían costado, y que volviéramos a trabajar sin ningún derecho. Fue una humillación bastante grande, pero hubo que pasar por ello. »Tras las elecciones de 1936 se dictó un decreto para que se constituyeran comisiones de obreros represaliados del Movimiento de Octubre. Se formó una comisión integrada por dos trabajadores y por dos empresarios que estaba presidida por el gobernador civil. «Los del textil alcoyano, que estábamos en oposición a la CNT desde los enfrentamientos trentistas, nos reincorporamos a la CNT en el Congreso de Zaragoza. Lo primero que hicimos en la comisión -recuerda Palacios- fue ocuparnos de la cosa del paro. Aquí había fábricas que trabajaban uno, dos o tres días de jornal. Nosotros, a través del gobernador civil, propusimos que como mínimo pagaran tres días de jornal. Eramos dos trabajadores reunidos con dieciséis empresarios y no se llegó a un acuerdo, pero fue impuesta la solución por el gobernador civil. La patronal recurrió entonces al Tribunal Supremo, y no hubo manera de llevarlo adelante.»

«Hacia el mes de junio», sigue recordando el viejo líder, «planteamos la demanda del seguro de enfermedad. La federación patronal accedía a pagar el 0,90%, pero quería entregarlo directamente a los trabajadores, y nosotros insistimos y logramos que las cantidades fueran entregadas a la sección sindical. Recuerdo todavía que la primera semana logramos reunir por este concepto dieciocho jornales, que entregamos a dieciocho viudas. Fue el primer sitio de España, saben ustedes, donde se implantó el seguro de enfermedad.»

"Así tomamos las fábricas"

Habían recabado informes de Inglaterra «para organizar mejor lo del seguro, pero vino la guerra y hubo que dejarlo.» «¿La incautación de la industria? Bueno, aquello fue espontáneo. No, no lo teníamos preparado. Verá usted, al estallar la guerra cada cual se dedicó a lo que quiso. Yo no quise ponerme el mono y la pistola, y deambulé durante varios días por Alcoy. Un día me encontré con algunos compañeros en la calle y les dije: "He estado en el sindicato y no hay nadie. Creo que os habéis equivocado. El problema está ahí y no en la calle." Hicimos una reunión de la federación local del sindicato y acordamos que una comisión pidiera a la patronal la intervención de la industria. Llamamos a la vuelta al trabajo, ya que estábamos en huelga, y empezamos a producir. El Ministerio de la Guerra y el Gobierno de Euskadi, mire, aquí tengo cartas con pedidos, nos demandaban la producción, pero los empresarios tenían graves dificultades para pagar los salarios. Patronos y trabajadores fuimos a Albacete a hablar con Martínez Barrios y cobrar los géneros, pero, tras aquel viaje, los patronos dijeron que no volverían más, que no estaban dispuestos a volver a soportar las coacciones de los milicianos.»

Un empresario tras otro les decía que él no estaba dispuesto a seguir, «y nosotros íbamos a su fábrica, hacíamos el inventario y poníamos a uno de los nuestros en la oficina». Fue un caso tras otro. «Así es que, como había que tomar una decisión, nos reunimos en secreto con los compañeros de banca, el 13 de septiembre, y acordamos en forma muy reservada hacernos con la industria textil. El día 14 tuvimos una reunión a puerta cerrada con los comités de fábrica. Estos se apropiaron en secreto de los libros de contabilidad y los llevaron al sindicato; cuando se dio cuenta la patronal se encontró con que sus cuentas bancarias estaban también intervenidas por los compañeros. Se creó una Comisión Técnica de Control de la Industria Textil, presidida por mí, que posteriormente pasó a denominarse Consejo de Administración Textil, en la que participaron los empresarios que quisieron hacerlo. Muchos permanecieron como directores técnicos bajo nuestro control, pero la responsabilidad de la caja, de las materias primas y de las ventas las conservamos nosotros.»

«Estando Peiró de ministro hicimos un intento para quedarnos definitivamente con la industria textil y metalúrgica. Las fábricas, un total de 124, que daban ocupación a 5.000 personas, funcionaban durante las veinticuatro horas del día, produciendo algodón hidrófilo, hilo de seda para tejido de funda de proyectil y pañería. Nosotros abrimos una cuenta corriente a nombre de cada obrero y en ella ingresábamos la parte proporcional de la diferencia entre el precio del artículo en almacén y el de venta. La valoración que hicimos de lo intervenido, en el momento de la incautación, nos daba veintiocho millones de pesetas. Pronto, entre todas las cuentas corrientes, logramos reunir una cantidad similar, y fue entonces cuando nos dirigimos al ministro de Industria, a Peiró, a ver si podíamos quedarnos la industria como una cooperativa textil. Pero fue una mala fecha para aquello», se lamenta Palacios, «eran vísperas del movimiento de mayo en Barcelona, y el ministro me dijo que contaba con su apoyo y solidaridad, pero que comprendiera que no podía en aquellos momentos sancionar tal operación. »

Antonio Palacios termina recordando los bombardeos de los últimos días, «que nos obligaron a descentralizar los almacenes». Al finalizar la guerra devolvieron la industria a los empresarios, que se mostraron muy agradecidos, pero «a los cuatro días estábamos en la cárcel». Aún recuerda el viejo líder las visitas que le hacían a la cárcel para preguntarle por partidas de materias primas. Lo cierto es que, dice, en 1936 se incautó a los empresarios una industria en crisis y en el 39 se les devolvió con los almacenes llenos y a pleno rendimiento. En la década de los cuarenta, entre la autarquía y la demanda por la guerra mundial, los empresarios alcoyanos hicieron su agosto, en tanto que muchos trabajadores volvieron a realizar jornadas de hasta catorce horas «para pagar los alimentos, que eran escasos y estaban de precio por las nubes».

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