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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ecología, contaminación y política

EN LA crisis de valores y creencias que sacude a los países. industriales avanzados ocupa un lugar nada desdeñable la reflexión sobre el progresivo deterioro de la calidad de la vida. La contaminación del aire que respiramos en las grandes ciudades, de las aguas de las playas y de los ríos o de los alimentos que consumimos no son las únicas consecuencias negativas que la sociedad industrial depara a sus miembros. Los fenómenos de soledad e incomunicación engendrados por las enormes aglomeraciones urbanas contemporáneas constituyen gérmenes tan patógenos para la salud mental como la polución del medio ambiente para nuestra salud física.Tan peligrosa como la adoración decimonónica por el progreso industrial sería un viraje de 180 grados que trasladara ahora ese antiguo fideísmo sobre los fetiches opuestos. La añoranza por las islas de los mares del Sur o la nostalgia de las comunidades preindustriales, tan patente en esa búsqueda de los orígenes de los jóvenes de las sociedades opulentas, tiende a olvidar que la historia no se detiene y que el regreso a etapas anteriores constituye un ensueño imposible. Y quienes rechazan la civilización tecnológica en nombre de la cultura humana se niegan en demasiadas ocasiones, deslumbrados por la estética de la miseria, a reconocer los tributos de dolor, sufrimiento, pobreza y enfermedad que han de pagar los cientos de millones de seres humanos qué malviven y padecen en las comunidades analfabetas y campesinas, no «polucionadas».

Por ello, el debate sobre la idea de progreso y sus deformaciones, sobre los valores que deben prevalecer en la sociedad del siglo XXI y sobre las prioridades aconsejables para las colectividades humanas. De otra forma, correríamos el peligro de contemplar con la miopía de la política del día a día cuestiones que sólo adquieren pleno sentido cuando son puestas en relación con las grandes opciones sobre las que ha de pronunciarse la sociedad.

Así, la discusión sobre las fuentes alternativas de energía, con independencia de la crisis económica, inducida por el encarecimiento del precio de los crudos y la escasez de los suministros de los países productores, no debería ser afrontada sólo desde posiciones puramente coyunturales y con objetivos a cortísimo plazo. Para poner un ejemplo inmediato, la preocupante elevación del grado de contaminación en Madrid durante la última semana plantea la necesidad de que el Gobierno Civil y el Ayuntamiento de la capital adopten las medidas urgentes para proteger la salud ciudadana y exige una severa crítica por la falta de previsión al respecto de nuestras autoridades. Sin embargo, más allá de los remedios para aliviar los síntomas se hallan las causas que hacen inevitable la enfermedad. Una ciudad como Madrid, con un deficiente sistema de transporte colectivo, varios barrios-dormitorio y una absurda concentración de grandes almacenes, lugares de ocio y oficinas administrativas en su núcleo central, forzosamente está condenada a la contaminación de ese millón y pico de automóviles que los azacaneados madrileños utilizan.

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Por otra parte, la contaminación atmosférica producida por los humos de las calefacciones alimentadas por combustibles líquidos o por carbón muestra que la preocupación de los ecologistas acerca del deterioro del medio ambiente no puede limitarse a la crítica de la producción de energía eléctrica mediante centrales nucleares. Al igual que las centrales térmicas, creadoras de electricidad con elevados costos de contaminación ambiental, los sistemas de calefacción ciudadanos son un poderoso factor de polución del medio. A falta de una tecnología avanzada y eficiente para el aprovechamiento de la energía solar, y dados los problemas, todavía no resueltos, de la energía atómica por fusión, ¿serán inevitables las centrales nucleares de fisión, capaces de suministrar energía eléctrica no contaminante para determinados, usos?

Estas son, en definitiva, las cuestiones que políticos, científicos y economistas deben plantearse cuanto antes, con seriedad y hondura en este país. No se puede evitar el recuerdo de Harrisburg en la discusión sobre el plan nuclear ni tampoco la amenaza económica -por la subida de crudos- sobre el precio de nuestra energía. No se pueden tomar las opciones con un maniqueísmo obsoleto y pueril. Es preciso analizar riesgos y ventajas de cada caso, hacerlo pública y valientemente -no vergonzantemente, como el Gobierno viene defendiendo la nuclearización de nuestra energía-, sean cuales fueren las opciones que se defiendan. Y, en definitiva, saber que las posiciones ecologistas no responden todas a maniobras del capitalismo multinacional -como algunos representantes del movimiento internacional marxista han querido ver- ni tampoco a visiones idílicas e imposibles de la sociedad. Hay temas concretos y graves cuya solución pasa inevitablemente por el largo plazo, pero que exigen la atención inmediata de nuestros gobernantes y legisladores. Lo sucedido esta semana atrás con la contaminación madrileña así lo pone de relieve.

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