El poder vivo del mensaje del profeta
Fotografías: Contifoto y Radial. Traducción: Ramón Palencia.«Los musulmanes formamos una gran familia, aunque vivamos bajo Gobiernos diferentes y en distintas regiones» (ayatollah Ruhollali Jomeini, líder de la revolución iraní). « La verdadera fuerza del Islam reside en el sentimiento de pertenecer a una hermandad, con la obligación de servirla, y por medio de ella servir a Dios» (jeque Ahmed Zaki Yamani, ministro de Petróleo saudí). «El Islam juzga, el Islam protege, el Islam llama a la resistencia contra la injusticia» (Anuar Gamal, estudiante egipcio).
Estas son solamente algunas de las voces del Islam, tan poderoso y convincente como lo es en la actualidad la antigua llamada a la oración que hace el muecín a los fieles. Porque las voces del Islam hablan ruso, chino, persa y francés, beréber y malayo, turco y urdu y, por supuesto, árabe, la lengua materna del profeta Mahoma y la del Corán, el libro sagrado del Islam.
El Islam constituye la religión universal más joven del mundo, y la segunda en número de fieles, con setecientos millones de seguidores, después del cristianismo, que cuenta con unos 985 millones de fieles. A lo largo del hemisferio oriental, y principalmente en esa media luna estratégica a caballo entre los puntos de encuentro de tres continentes, los musulmanes están viviendo un redescubrimiento de sus raíces espirituales y una reafirmación del poder político del Islam. Asqueados por los amargos frutos de la modernización y animados de un apasionado orgullo por su antiquísima herencia cultural, la umma, la comunidad mundial del Islam, se ve agitada por un renacimiento de la fe.
Irán es el ejemplo más elocuente. En marzo pasado, millones de hombres y mujeres votaron masivamente en un referéndum a favor de una república islámica. Con su voto afirmativo se creó el primer Gobierno de Dios de la nación, declarado por el ayatollah Jomeini. La revolución iraní, iniciada hace un año, que expulsó a un autócrata dinástico que soñaba con convertir a su país en un Estado laico e industrial de tipo occidental, fue saludada como «un nuevo amanecer de los pueblos islárnicos», en palabras de un periódico kuwaití. Los fedayin palestinos se lanzaron a las calles de Beirut a celebrar la victoria disparando sus AK-47 al aire. En Sudán, los militantes musulmanes contrarios al alineamiento de su Gobierno con Egipto celebraron un desfile de la victoria del Islaria, gritando: «Abajo Sadat, amigo del sha.» La revista conservadora musulmana cairota Al Daauah (La Llamada) proclamó: «A pesar de la astucia judía, del odio de los cristianos y de la tormenta del comunismo, aquí llegan los musulmanes.»
Renacer de la fe
Irán no es el único país en el que se está sintiendo el poder y la pasión (de un Islam revificado. A comienzos de este año, Pakistán añadió penas del Shariaa, el código de justicia islámico, basado principalmente en el Corán, a sus leyes cri minales y civiles. En Kuwait se está aceptando una versión revisada del Shariaa como código legal de ese Estado del desierto rico en petróleo. Respondiendo a una oleada de fundamentalismo rriu sulmán, la Asamblea Popular egipcia está también debatiendo la adopción del Shariaa, lo cual podría llevar al cierre de los bares salas de fiesta y casinos que florecen a lo largo de la avenida de las Pirámides, en El Cairo.
Pero quizá la muestra más digna de confianza del renacimiento del Islam sea el cumplimiento del hach, el peregrinaje a La Meca que todos los musulmanes devotos deben realizar al menos una vez en su vida. Desde 1974 la participación en el peregrinaje ha ido creciendo con regularidad. En noviembre de 1978 se, registró el mayor peregrinaje de la historia. Cerca de dos millones de personas se juntaron en la lárida llanura de Arafat, próxima a La Meca, alojándose en tiendas; y realizando el ritual, de una duración de entre cinco y siete días, que permanece sin alterar desde hace catorce siglos. Más que en cualquier otra época, el peregrinaje constituyó un caleidoscopio espiritual de razas, rostros y lenguas de setenta países, desde los riquísii.nnosjeques del petróleo a los más pobres de entre los pobres.
Este renovado interés en el Islam es más acusado entre los jóvenes. Un destacado juez de Argelia se quedó sorprendido al descubrir que su hijo de catorce años se reunía con un grupo de amigos en una mezquita para rezar cinco veces al día. En Túnez, donde el presidente Habib Burguiba ha apoyado la igualdad de derechos de la mujer, incluyendo el divorcio y el aborte, los estudiantes pertenecientes al activo grupo de los Hermanos Musulmanes, hacen la guerra contra «el pecado y el mal», pintando las carteleras de cine sexualmente sugestivas y escribiendo citas del Corán en los muros de las ciudades. En la Universidad de El Cairo, que cuenta con 130.000 estudiantes, cientos de universitarias egipcias han adoptado el velo y han pedido clases separadas de sus compañeros varones.
El Islam, si no florecer, ha logrado sobrevivir en el mundo comunista. La Unión Soviética es en la actualidad la patria de la quinta comunidad musulmana en número de población (los primeros lugares los ocupan Indonesia, India, Pakistán y Bangladesh). Moscú teme que la corriente de fervor que está recorriendo Irán cruce la frontera e infecte a las poblaciones islámicas del Aserbaiyán, del Turkinenistán y otras repúblicas del sur de la Unión Soviética. Más de la mitad de la población de la enorme provincia occidental china de Xinjiang, calculada en once millones de seres, es musulmana; una fuerte campaña de propaganda contra «el opio de las masas» no ha logrado impedir que los fieles realicen sus rituales diarios de oración en privado, lejos de los atentos ojos de los dirigentes comunistas. En la Cisjordania y en Gaza, ocupadas por Israel, e incluso entre los propios ciudadanos israelíes musulmanes, ha aumentado la asistencia a las mezquitas así como un renovado interés en el Islam, Rafi Israel¡, profesor de civilización islámica en la Universidad Hebrea de Israel, comenta: «Hay un nuevo sentimiento de optimismo y confianza entre los musulmanes. Después de todo, el Islam ha resultado ser un gran éxito. »
Una búsqueda de estabilidad y raíces
El renacimiento del Islam lleva tomando fuerza desde hace más de una década. El Islam no es una religión para acudir los viernes a la mezquita y luego olvidarse de todo. Es un código de honor, un sistema legislativo y una forma de vida que lo llena todo. No cabe duda de que la observancia religiosa varía de un país a otro y de una persona a otra. Sin embargo, para el musulmán medio, su fe está más a la vista en su vida diaria que el cristianismo lo está para la mayoría de la gente de los países occidentales. Los viernes, día religioso musulmán, la vida se detiene en las fábricas, en los mercados y en las plazas públicas. Los hombres juntan sus alfombras de oración cerca de un altavoz si no tienen tiempo o deseos de acudir a una mezquita; las mujeres rezan normalmente en casa. Otros realizan las abluciones de ritual y rezan dondequiera que se encuentren. Un jugador de tenis profesional, en pantalones cortos, dejará la raqueta a un lado de la pista para decir las oraciones. Un ayudante de vuelo extenderá una toalla en el pasillo del avión para rezar. Los trabajadores del campo se quitarán las botas a mediodía y se arrodillarán sobre cartones. Mahmud Hassan Sharaf, un beduino de 77 años que vive al borde del Sahara, explica la paz que él encuentra en la oración: «Si no rezo mi corazón está disgustado. Cuando rezo mi corazón está tranquilo.»
El lenguaje diario contiene innumerables testimonios de la creencia básica del Islam de que nada sucede en la Tierra sin la voluntad de Dios. Dígale a un taxista de El Cairo a dónde quiere ir y le responderá: «Inshalah» («Si Dios quiere»). Si un ama de casa encuentra tomates en el mercado, puede que diga: «Al-hamdu lilah» («Alabado sea Dios»). El fellah (campesino) del delta del Nilo, murmurará: «Bismilah» («En nombre de Dios»), mientras siembra sus campos. El presidente de Egipto, Anuar el Sadat, corrió un riesgo digno de un estadista al hacer su histórico viaje a Jerusalén. Sin embargo, como devoto musulmán que es, sabía que ningún mortal podía controlar el resultado. Una y otra vez ha repetido en privado: «Es mi destino, y acepto mi destino, cualquiera que sea el resultado.»
«Nada es profano para este Dios tan cercano a nosotros cuya mano está en todas partes», escribe el arabista Peter A. Iseman. «Los accidentes de los hombres son obra de Dios, y todo forma parte de su divino plan. Uno de los aspectos más chocantes de los árabes es que la duda, el remordimiento y la ansiedad les son conceptos extraños. Su mundo es más tranquilizador, por estar impregnado de un sentimiento consolador de inevitabilidad.»
En gran parte, el resurgir del Islam puede considerarse como una búsqueda de estabilidad y de sus raíces, inspirado por un rechazo de los valores occidentales y de un tipo de modernización que exacerbaba los problemas económicos y sociales de muchas naciones del Tercer Mundo. Los hospitales redujeron las enfermedades, pero también agravaron la explosión demográfica de aquellas naciones islámicas en las que se practica poco el control de natalidad. El rápido crecimiento de la industria en las ciudades creó puestos de trabajo, pero al mismo tiempo rompió la sacrosanta estructura familiar de las aldeas al marcharse los hombres en tropel a las ciudades.
Anuar Gamal, estudiante de la Universidad de El Cairo, se pregunta por qué la televisión egipcia está saturada de series norteamericanas como Los ángeles de Charlie y La mujer policía. «¿Qué importancia tienen para la vida en Egipto?», pregunta. «¿Qué deben hacer los musulmanes? ¿Emular esa forma de vida? ¿Olvidar el Islam y convertirse en personas falsas?» Nadia Fatim, estudiante de la misma Universidad, lleva velo y un vestido hasta los pies. Dice: «Es una cuestión de identidad. Si uno se viste y actúa como un occidental, entonces se ve obligado a ser occidental. Pero si se da al Islam y a su forma de vida, a su forma de vestir y de pensar, entonces no hay nada que pueda alejarle de lo que es verdaderamente. El Islam te hace ser tú mismo. »
Marvin Zonis, especialista en Irán de la Universidad de Chicago, comenta que en Irán y en todas partes «el Islam está siendo utilizado como un instrumento para devolver los golpes a Occidente, en el sentido de que la gente está intentando recuperar un sentimiento gravemente dañado de orgullo personal. Sienten que en los últimos 150 años Occidente les ha reducido culturalmente, de manera total, y que en este proceso sus propias instituciones y su forma de vida se han degradado». John Duke Anthony, especialista en Oriente Próximo de Washington, dice: «Estamos presenciando una reforma. Dentro del mundo islámico hay un sentimiento de que se pueden realizar cambios para permitir a las naciones islámicas adaptarse a las presiones de la última parte de este siglo.»
Los brotes nacionalistas
Los musulmanes pueden sobrevivir como minorías sin ningún problema, como sucede, por ejemplo, en Gran Bretaña, donde se alza una enorme mezquita nueva frente al Regent's Park londinense, como símbolo de una comunidad en crecimiento que cuenta actualmente con un millón de seguidores. El Islam ha tenido un destino manifiesto dinámico; en cierto sentido, se trata de una fe política con un gran anhelo de expansión. Menos de cien años después de la muerte de Mahoma, en el 632 antes de Cristo, sus seguidores habían roto las fronteras del desierto de Arabia para conquistar y crear un imperio cuya gloria brillaría durante mil años. Formando una caballería de Dios, conquistaron el imperio persa y gran parte del bizantino, extendiendo su fe por Africa del norte hasta España y por Oriente Próximo hasta el río Indo. Desde allí los devotos comerciantes árabes llevaron posteriormente su fe a Malasia, Indonesia, Singapur y las Filipinas. Otros comerciantes introdujeron el Corán a las tribus negras de Africa
Más tarde, el Islam luchó con éxito para preservar su integridad ideológica frente a los mongoles invasores, los cruzados occidentales y, más recientemente, los imperialistas occidentales. Pero al acabar la primera guerra mundial, el imperio otomano había sido desmembrado y grandes partes de él fueron puestas bajo el dominio de las naciones colonizadoras de la cristiana Europa. El Gobierno de los europeos demostró lo importante que era para el Islam ejercer el poder, tanto temporal como espiritual. En el momento de mayor decadencia del Islam, de todo el mundo árabe, tan sólo Yemen y Arabia Saudí, pobres y atrasadas, eran teóricamente independientes. Irán, Afganistán y la secularizada Turquía, en donde Kemal Ataturk había eliminado el Islam como religión oficial del país, en un esfuerzo por forjar una nación estable y progresista, eran países libres. Pero en los demás países, en el subcontinente indostánico, en el sureste asiático, en Africa y en el Pacífico, millones de musulmanes se encontraban bajo el dominio colonial.
El resurgir del mundo islámico comenzó con el final de la segunda guerra mundial, cuando las potencias europeas, agotadas por la guerra, vieron derrumbarse uno a uno sus imperios coloniales. Llegaron al poder fuertes líderes nacionalistas, que eran además musulmanes, como Gamal Abdel Nasser, en Egipto; a comienzos de los años sesenta había un cinturón de Estados independientes, predominantemente islámicos, que se extendía de Marruecos a Indonesia. Para los musulmanes de Oriente Próximo hay un acontecimiento de la pasada década que sobresale como un hito moderno en la historia de su fe. En la tarde del 6 de octubre de 1973, el grito de Alahu Akbar! (Dios es grande) surgió de las gargantas de los soldados egipcios, al tiempo que atravesaban, al asalto, el canal de Suez e invadían las fortalezas israelíes de la línea Bar Lev, guardadas por escaso número de soldados. Más tarde, la primera bandera egipcia que se alzó en la orilla oriental del canal fue regala da al gran jeque de la mezquita Al Azhar, de El Cairo.
Los historiadores militares están de acuerdo en que Israel tenía ventaja cuando un acuerdo de alto el fuego puso fin a la guerra de Octubre, veintidós días después de su inició. Sin embargo, los primeros éxitos árabes fueron saludados por los comentaristas musulmanes como las mayores victorias desde que Saladino derrotase a los cruzados en la batalla de Hittin, en 1187, recuperando así Jerusalén.
Un colonialismo indirecto
Una serie de acontecimientos recientes han hecho centrar la atención de Occidente sobre el Islam: el resurgir de la fe en la política africana, la riqueza petrolífera de la península arábiga y la revolución iraní. Sin embargo, muchos musulmanes piensan, con justicia, que este tardío interés hacia su mundo y su fe ha dado como resultado una propaganda hostil y no un entendimiento.
Con frecuencia se da una visión estereotipada del Islam: extremadamente duro en sus leyes, intolerante con otras religiones, represivo con las mujeres e incompatible con el progreso. Salem Azzain, saudí, secretario general del Consejo Islámico de Europa, siente que el actual resurgir se considera «retrógrado y reaccionario», porque los occidentales confunden lo que está sucediendo en el Islam con un renacimiento de fundamentalismo cristiano. «No se trata tan sólo de una conjetura arrogante y sin fundamentos», dice Azzam, sino que es equivalente a «una vuelta al colonialismo indirecto, pero de un tipo más profundo». Los defensores de la fe argumentan además que el Islam no es monolítico, que es compatible con sistemas sociales y económicos diferentes y que, lejos de ser una vuelta a la Edad Media, está en completa consonancia con el progreso.» Veamos diversos aspectos:
1. El Islam y el Gobierno. Las enseñanzas de Mahoma son fundamentalmente democráticas, puesto que proclaman la igualdad de todos los hombres ante Dios. En la práctica, las naciones islámicas, como todos los demás países, cuentan con liberales y conservadores, demócratas y dictadores. Los socialistas islámicos de Irak y Libia miran con desdén a una monarquía semifeudal como es Arabia Saudí. Hussein Bani-Assadi, yerno de Meheli Bazargan, el ex primer ministro iraní, decía: «ldeológicamente, esta revolución no puede defender sistemas como el de Arabia Saudí. El Islam no tiene reyes.» Los saudíes responden que cuentan con una institución que sirve las necesidades de su sociedad: los majlis, donde el más humilde suplicante del país puede acudir al rey Jaled y a los más importantes príncipes de la familia real. En esencia, el Gobierno, en la teoría islámica, debe ser un regulador de todos los aspectos de la vida más que un agente directo. Su misión principal es asegurar el cumplimiento de los principios básicos de justicia social.
2. El Islam y la economía. Un devoto musulmán se opondría por igual al materialismo de Occidente y al ateísmo del comunismo. El Islam tiene un criterio flexible de la economía, que se presta tanto a interpretaciones capitalistas como socialistas. Aprueba la iniciativa privada, respeta la propiedad privada y tolera los beneficios, dentro de ciertos límites. Para abreviar, su fe anima a los musulmanes a adquirir las cosas buenas de este mundo, pero poniendo énfasis en la moderación y en la responsabilidad comunitaria. El Corán condena la usura, aunque se permite el interés si el dinero va a utilizarse para el bien común. En Arabia Saudí, los bancos islámicos han surgido al lado de los bancos occidentales. No cobran interés, sino que, por el contrario, participan en los proyectos que financian, compartiendo así las pérdidas y las ganancias.
Los diezmos constituyen uno de los cinco pilares de la religión musulmana. En varios países islámicos se recauda un impuesto anual del 2,5%, llamado zakat, sobre el capital de cada ciudadano, para beneficio de la comunidad. El principio del reparto de la riqueza llega hasta el mismo Gobierno. Arabia Saudí distribuye aproximadamente el 7% de su producto nacional bruto (PNB), en constante crecimiento y calculado, en 1978, en más de cuatro billones y medio de pesetas, a Estados musulmanes menos privilegiados, en forma de préstamos de bajo costo y donaciones. La ayuda extranjera de Estados Unidos ascendió el año pasado tan sólo al 0,3% de su PNB.
3. El Islam y el progreso. Los intelectuales musulmanes insisten en que nada en el Islam es incompatible con el avance tecnológico o con el desarrollo industrial. En los días de los califas, el Islam guiaba al mundo en descubrimientos científicos e intelectuales. A lo que los musulmanes ponen reparo es a los males que acompañan a la modernización: la ruptura de la estructura familiar, la relajación de la moral, el atractivo de un estilo de vida secular relajado. Al mismo tiempo, los musulmanes piden lo mejor de Occidente: escuelas, hospitales, tecnología, técnicas de desarrollo agrícola y de obtención de agua. Pero puede que resulte imposible recoger los frutos de la modernización sin absorber algunos de sus efectos secundarios. El jeque Mahmuel Abu Odayed, de la Universidad cairota de Al Azhar, dice que los musulmanes deberían esforzarse por conseguir la industrialización con «una cuidadosa selectividad. Tenemos que elegir lo que nos conviene y rechazar lo que nos es perjudicial».
La consternación por los efectos de la industrialización contribuyó a alimentar el malestar popular que derribó al sha, en lo que Richard Falk, de la Universidad de Princetown, llama «la primera revolución del Tercer Mundo; una revolución que no es ni marxista ni capitalista, sino puramente islámica». Algunos iraníes creen que su revolución inspirará otros levantamientos en el mundo musulmán.
El poder vivo del profeta
Nadie duda que la revolución iraní tendrá efectos de largo alcance, aunque parece poco probable que se repita. En muchos aspectos, la situación de Irán era un fenómeno único en Oriente Próximo. El sha tenía una base de apoyo más limitada de la que parecen tener el resto de las monarquías del mundo islámico. La mayoría de los iraníes pertenecen a la rama chiita del Is- lam, que es predominante en Irán, Irak y Kuwait. Los santones iraníes tienen un largo historial de activismo político. Como dijo un líder religioso (armado de un rifle) en la Teherán posrevolucionaria, «la política forma parte de la vida y el campo de interés del mulah es la vida misma». Además, la estructura religiosa iraní, a diferencia de la mayoría de los países musulmanes., era económicamente independiente del Gobierno.
Pero quedan varias naciones islámicas en las que el descontento podría crear problemas: Arabia Saudí, la patria del profeta, donde un pequeño grupo integrista pone en duda el derecho de la dinastía a ser el único portavoz del Islam; Egipto, donde el precavido y devoto Sadat lanzó, en marzo pasado, una fuerte advertencia contra la injerencia religiosa en la vida política y ha perseguido duramente a los integristas Hermanos Musulmanes; en Sudán, donde la oposición al Gobierno la constituye un frente nacional favorable al régimen islámico de Libia; en Irak, donde el partido del Gobierno, con dirigentes sunnitas, tiene problemas con los rebeldes kurdos y con una población mayoritariamente chiita; en Afganistán, escenario actualmente de una rebelión musulmana contra el régimen prosoviético de Kabul; en Turquía, donde la violencia religiosa entre la mayoría sunnita y una secta chiita, los alevis, contribuye a la crónica inestabilidad política del país...
¿Debe temer Occidente un renacimiento islámico? La mayor parte de los especialistas están de acuerdo en que la respuesta, a la larga, es que no. Sin embargo, en cuanto al futuro inmediato, Washington sí que está preocupado por las consecuencias de un aumento de la inestabilidad en Oriente Próximo. En cualquier hipótesis, Occidente no puede permitirse ya ignorar o descartar el poder vivo del mensaje del profeta.
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