La sonrisa de los budas
En el meritorio programa La clave, de TVE, que con tanto tesón y habilidad dirige José Luis BaIbín, se trató el pasado sábado el tema «el marxismo». Los invitados presentes fueron: Enrique Tierno Galván (PSOE), Santiago Carrillo (PCE), Roger Garaudy (ex miembro del PCF), Obiols (PSOE), Osorio (CD) y B. H. Lévy, uno de los más brillantes exponentes de los (quizá mal) llamados «nuevos filósofos» franceses.Vaya por delante mi más sincera felicitación a José Luis BaIbín por el enorme esfuerzo que realiza (¡Dios sabe con cuántos obstáculos!) para dar al público televidente un programa digno y no alienante. Quizá los temas sean demasiado genéricos y sería preferible que los convocados tuvieran unas preguntas concretas que responder, hechas a partir de un planteamiento igualmente concreto.
Creo que lo más honesto es empezar por los aspectos positivos de las diversas aportaciones de los componentes de la mesa redonda. Lo primero es el hecho de que en España esto sea posible: ¿hay historia de una reunión de este género en los cuatro siglos anteriores? Mucho me temo que no. Solamente lo podríamos encontrar en los libros de ficción, que con el nombre de «diálogos» proliferaron en nuestra llamada Edad de Oro literaria.
Vamos a empezar por el «viejo profesor», que bien lo demostró en aquella ocasión. Según Enrique Tierno Galván, el marxismo implica dos realidades, que no necesariamente tienen que estar vinculadas entre sí: 1.ª) El materialismo histórico, que esencialmente es un método científico que explica la marcha de la historia a partir de las relaciones de producción, y 2.ª) el matrialismo dialéctico, que es una concepción determinada del mundo, muy discutible en el ámbito de la filosofía. Más adelante, Tierno diría algo que de alguna manera le abre las puertas para una postura un tantico «heterodoxa»: o sea, que el marxismo no está necesariamente ligado al Estado ni a la toma del poder, sino más bien a la sociedad, con la cual se confunde para convertirse en una especie de fermento de cambio radical. Eso sí, este cambio es fatal: la historia camina hacia una convergencia y una síntesis; si se le inyectan cuidadosamente buenas dosis de marxismo, el propio capitalismo se irá metamorfoseando hasta amanecer, el día menos pensado, convertido en socialismo, como por arte de birlibirloque. Tal es la fuerza de la dinámica histórica.
Ante la insistente pregunta de si hay que hablar de «marxismo» o de «marxismos», Tierno responde que sólo hay un marxismo, a saber: un fundamento teórico, unos supuestos prácticos que se pueden interpretar de diversas formas en la Unión Soviética, en Vietnam, en China, en Cuba. Pero marxismo, a fin de cuentas.
Con esto no estaba de acuerdo el «compañero» Obiols, militante también del PSOE, que dijo reiteradamente que Lenin y Stalin degradaron, y casi borraron, el verdadero marxismo en sus intentos revolucionarios. En los países del Este, llamados socialistas, el marxismo estaría prácticamente sin estrenar.
Santiago Carrillo parecía no estar de acuerdo con la desvinculación propiciada por Tierno entre «materialismo histórico» y «materialismo dialéctico», puesto que afirmaba que «el marxismo es una concepción de las fuerzas motrices de la historia y un proyecto de sociedad igualitaria». Además, tampoco está de acuerdo con Obiols, ya que para el dirigente comunista «el marxismo ha movido a millones de seres en el planeta, ha transformado y abre nuevas transformaciones en diversos espacios: en la URSS, en Vietnam, en Cuba». O sea, que en los países del Este, mal que bien, hay marxismo de verdad. Y para justificar esta idea, Carrillo se preguntaba: ¿Qué tendrían que hacer Lenin, los vietnamitas, los cubanos, si las coyunturas les deparaban la ocasión de iniciar la revolución marxista, aun cuando las «condiciones objetivas» no estuvieran a punto? ¿Dejar pasar la ocasión? Sería cosa de necios; habría que agarrar al toro por los cuernos y montarse en el tren de la historia.
Finalmente, Garaudy reiteró la diferencia entre marxismo como método de análisis y marxismo como visión del mundo, recordando que cuando a Marx le propusieron la idea de una filosofía específicamente marxista, respondió enojado: «Entonces yo no soy marxista.»
El huracán Lévy
La nota picante y atractiva del coloquio de «La clave» fue la tormentosa intervención del «joven filósofo» francés B.H. Lévy. Empezó por intentar ponerle pies al coloquio (cosa que apenas logró), o sea: la palabra «marxismo» hoy significa una cosa determinada para millones de seres: en la URSS, en Vietnam, en Cuba, en los países del Este: ¿qué significa para ellos? Según la tesis XI sobre Feuerbach, «los filósofos hasta ahora sólo han interpretado al mundo; de lo que se trata es de transformarlo». Pues bien, ¿qué transformaciones ha hecho el marxismo en los países donde se admite que de alguna manera ha triunfado? Del marxismo se esperaba un pensamiento de rebelión y resistencia. Pero el marxismo es un pensamiento de sumisión: en el Este y en el Oeste. En mayo de 1968 fue el Partido Comunista francés el que reventó el proceso revolucionario. En Alemania, en 1930, fue el Partido Marxista -el de Marx y Engel, el de los «padres fundadores»- el que ayudó a Hitler, hasta el punto de que un escritor ha dicho que el Partido Marxista alemán fue el caballo sobre el que cabalgó Hitler para atravesar la puerta de Brandenburgo.
A la explosión de Lévy, Carrillo respondió, con cara de conmiseración, diciendo que el «joven filósofo » era víctima de una frustración ideológica. Sin embargo, él mismo, a pesar de haber padecido por las distorsiones que del marxismo se han hecho, nunca ha abandonado su militancia en él.
Lévy, poniendo nervioso a Balbín (cosa tan difícil), interrumpió a Carrillo para decirle: «¿Hace usted propaganda electoral?» Y continuó: «El marxismo sirve hoy para tomar y conservar el poder. En su libro sobre el eurocomunismo alaba al Ejército y a la Iglesia, llegando a decir que el soldado será un intelectual que irá por sus propios pasos al socialismo. Lo mismo, sobre la institución eclesial, dejando de lado la actitud de los militantes cristianos: «le interesan las "instituciones", lo que suena a poder».
Pero la aportación más interesante de nuestro joven «huracán» francés fue este somero análisis: El marxismo no tiene iniciativa histórica, sino que asume la dialéctica de la historia, a la que hay que plegarse. Marx, en El capital, alaba a la burguesía, que era históricamente necesaria, y por eso quedaban legitimados sus asesinatos. Es lo que ahora pretenden mis interlocutores comunistas: los «gulag» de los países llamados «marxistas» son muy lamentables, pero eran necesarios para que se deshilvanara el hilo de la implacable parca de la historia, interpretada según la concepción marxista. En este caso habría que resignarse con todos los «gulags» de los países marxistas: son como las aras donde se inmolan las víctimas, de cuyo sacrificio surgirá la salvación de ese «hombre universal», del que habla el propio Marx.
Es imposible resumir aquí todo el jugo del sustancioso debate. Pero me voy a permitir, con todo el afecto, hacer una observación fraterna. Allí había buenos amigos míos, hombres de mi generación, con los que he luchado, codo con codo, por un mundo mejor y más libre: Roger Garaudy, Enrique Tierno, Santiago Carrillo. Pues bien, pude advertir en sus rostros, cuando hablaba el joven Lévy, una cierta sonrisa de compasión y de condescendencia, como diciendo: « ¡Estos jóvenes ... ! »
Me dio lástima. A Lévy nadie le aceptó su denuncia ni le respondió satisfactoriamente a sus angustiosas preguntas. Mis coetáneos daban la impresión de haber alcanzado la actitud imperturbable de los budas hindúes: ellos habían vivido una vida intensa y luchadora y podían ahora permitirse el lujo de cobrar las rentas de los años amargos. Ya lo dijo Tierno Galván: «Hoy ser marxista es considerado académicamente como una postura honorable. »
Sin embargo, yo me sentí sacudido por las observaciones del joven Lévy, con cuyo planteamiento me veía más identificado. Sentía que se me habían agotado las rentas del Concilio Vaticano II y que de nuevo me encontraba a la intemperie de Dios.... como hace años. Por eso comprendía a Lévy.
Y por eso no podía observar sin tristeza aquella sonrisa de los budas...
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