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Crítica:LOS CONCIERTOS DEL REAL
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Presentación de Gidón Kremer

Nos quedamos sin el anunciado estreno de Gonzalo Olavide: Cante in memoriam García Lorca. Se trata de un encargo de la ONE al compositor madrileño, residente en Ginebra, que ha respondido con una partitura importante. El programa de mano justifica la suspensión, principalmente, desde los problemas de edición y revisión de materiales de orquesta. No estamos en condiciones de discutir la aseveración y hemos de aceptar que la primera interesada en el estreno de una obra, por ella patrocinada, es la Orquesta Nacional. Lo que no quita para que lamentemos el percance y se nos haga larga una espera de bastantes meses hasta escuchar el Cante de Lorca-Olavide, sustituido ahora por La Valse, de Ravel.De todos modos, quedó un programa de gran fuerza, belleza y atractivo en el que brillaron a máxima altura nuestra ONE y su director titular, Ros Marbá. Un violinista absolutamente singular, el soviético Gidon Kremer, protagonizó el Concierto, de Tschaikowsky.

Orquesta Nacional de España

Coro Nacional.Director: A. Ros Marbá. Solista: Gidon Kremer. Obras de Gerhard, Tschaikowsky, Ravel y Larrauri. 2, 3 y 4 de noviembre.

Como ha sucedido con ciertas «divas» del canto -desde Callas a Caballé-, Kremer recupera en nuestro tiempo el talante fascinador de los virtuosos de otrora. Canta continuamente, con libertad máxima, con increíble continuidad de «aliento» (¡qué «pulmones» los del arco de Kremer!), con una gama de matizaciones infinita, con un lirismo nonchalant, que hizo de los superfrecuentados pentagramas de Tschaikowsky (o de Brahms, en Ginebra) algo inédito. Libre, sí, pero obediente a una sensibilidad y una inteligencia musical extraordinarias. Y es que al gran virtuosismo «paganiniano», Gidon Kremer añade una expresividad lírica en la que parecen entrañarse las experiencias sentinientales y sensitivas de Scriabin y Alban Berg. La versión resulta así enriquecida en sus perspectivas; es la de un artista apasionado y la de un intelectual. Difícil de acompañar, por sus mismas características, Kremer se vio estupendamente asistido por Ros Marbá y los profesores de la ONE. Todos se sabían vividores de un gran capítulo interpretativo y supieron alcanzar -en la flexibilidad, en la ejecución, en la calidad sonoraniveles de inusitada belleza.

Con Larrauri llegó el escándalo

Todos los públicos pueden ser sorpresivos; el de los viernes del Real lo es en grado sumo. No otra cosa que sorpresa ha de producir el recibimiento que una parte del auditorio dispensó a la Ezpatadantza del bilbaíno Antón Larrauri. Porque esta brillantísima obra, en la que su autor lleva las aguas de la tradición vasca al molino de la vanguardia connatural veracidad, se escuchó en Madrid en octubre de 1973, en los conciertos de la RTVE, y bajo la dirección de Odón Alonso. El éxito fue total y unánime, como lo ha sido ahora en las repeticiones del sábado y domingo. El mismo público del viernes ha asistido, con más conformidad que entusiasmo, pero sin protesta, a estrenos más problemáticos que la partitura de Larrauri. Alguien ha dicho y escrito que pudo mediar alguna motivación política en algunos « contestatarios ». Ni lo niego ni lo afirmo, pero me parecería actitud verdaderamente absurda y descalificadora. Bien. La verdad es que la mayoría aplaudió, y el triunfo, los días siguientes, ha renovado el obtenido por Larrauri con su Ezpatadantza hace seis años, tanto en Madrid como en la Tribuna Internacional de Compositores, en cuyo medio causó sensación por la fuerza y originalidad de su mensaje. De cualquier modo, siempre es preferible la respuesta activa (aun siendo de negación) que las dos palmadas de compromiso. Larrauri, sobre el texto de Eusebio Erkiaga, logró un fresco racial, rico de colores y de potencia expresiva impresionante. Esta música actual, clavada en las lejanas raíces del pasado («Busco las fuentes no en siglos atrás, sino en milenios», dice el autor), sorprende a cada nueva audición y nos habla de un compositor que ha dicho muchas cosas y tiene muchas más que decir. La versión del Coro y Orquesta nacionales, dirigidos por Ros Marbá, valoró cuanto la obra contiene en su esquema general (recuerda algunos «grandes» de la pintura vasca) y en sus mil detalles.

Una poética, bien analizada y refinada traducción de La Valse, y otra muy clara y realista de Pedrelliana, de Robert Gerhard, completaron un programa ejemplar por variedad, calidad e interés. Con Ros Marbá compartieron el éxito la ONE y el coro, preparado por Lola Rodríguez Aragón.

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