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Entrevista:

"Estoy abierto al diálogo con los reclusos, pero nunca bajo coacciones de fuerza"

Enrique Galavís Reyes, un hombre que llegó a UCD desde las filas del Partido Popular, ha sido nombrado director general de Instituciones Penitenciarias, tras la dimisión de Carlos García Valdés. Fue diputado del partido gubernamental durante la primera legislatura, pero fue también el único miembro de la ejecutiva que no figuró en las listas de las candidaturas para las elecciones del 1 de marzo, aunque durante este período actuó como secretario de organización del Grupo Centrista.

«¿Qué hace un chico como yo en un sitio como este?» Enrique Galavís es el primero en hacerse la pregunta, entre carcajadas, porque es consciente del recelo originado con el nombramiento de una persona «que no tiene ni idea de derecho penal», como dijo el mismo ministro Cavero, para un cargo tan polémico como la Dirección General de Prisiones. Galavís es un experto en marketing, un reorganizador de empresas, un ingeniero electrónico con brillante título jesuítico, del ICAI, pero él mismo reconoce no haber visitado nunca un penal, ni haber tenido ningún contacto, siquiera indirecto, con el mundo oscuro de las cárceles españolas.Sin embargo, él no lo considera un handicap para su gestión: «Bueno, en principio creo que no va a ser un obstáculo. La Dirección General de Instituciones Penitenciarias entra, con mi nombramiento, en una segunda etapa. La primera ha sido cubierta con gran acierto por Carlos García Valdés. Ha sido él quien realmente ha dado la importancia que se merecía el tema carcelario y lo ha hecho con extrema habilidad. Pero ahora, con la ley Penitenciaria aprobada, entramos en una segunda fase de gestión, donde hay que desarrollar la ley y administrar los recursos económicos para hacerlo de la mejor manera posible. Para esto, yo creo que mi experiencia como empresario puede ser muy útil. Claro que hay una gran diferencia. Aquí no se trata de organizar cosas, sino que hay una población reclusa de 14.000 personas a las que hay que procurar el máximo respeto y un trato de dignidad por parte de todos: funcionarios y la sociedad misma. Estoy convencido de que, excepto una minoría, los reclusos son personas recuperables socialmente. Sí, sí, claro, soy consciente de que esto es pura teoría, pero ya inventaremos alguna fórmula, algún medio, para que cuando un preso ya ha cumplido condena, y se enfrente con la vida de la calle tenga alguna opción de trabajo que le permita vivir como cualquier otra persona. En principio, creo que voy a apoyar la idea de García Valdés para concertar con la Seguridad Social una prima a las empresas que den trabajo a los ex presos, lo mismo que ocurre con los minusválidos.

"Yo actuaría igual que Carlos en el tema de Herrera de la Mancha"

Enrique Galavís ha repetido varias veces, durante la conversación, que admira a su antecesor, que está de acuerdo con todo lo que él hizo («sí, sí, con su actuación frente al problema de Herrera de la Mancha, también, yo habría hecho exactamente lo mismo que él») y, en principio, acoge con agrado la idea de trabajar con el equipo de García Valdés. «Sería un poco absurdo que yo me trajese aquí mi camarilla sólo por el hecho de que nadie diga que estoy trabajando con el equipo de Carlos. Yo creo que este equipo ha demostrado su eficacia y no hay por qué perder el tiempo creando otro nuevo. ¿Lo que haría en el caso de producirse un choque ideológico entre ellos y yo? Ah, está muy claro. Sustituiría de inmediato a dos o tres personas claves y continuaría trabajando con el resto.»El nuevo director general responde así, de manera tajante, hasta las cuestiones más delicadas. A lo largo de la conversación, dos han sido las palabras más repetidas: liberalidad y disciplina: «Yo soy un hombre liberal, no vengo aquí, como han dicho algunos, a imponer mano dura. Nada de eso; mantendré las innovaciones introducidas por Carlos: la libertad de prensa, los contactos sexuales entre los cónyuges, los permisos de fin de semana. Estoy abierto al diálogo con los internos, como lo estaba Carlos. Pero que quede bien claro que yo no soy un hombre que ceda. Admitiré el diálogo, pero pongo mis condiciones: jamás dialogaré coaccionado con un chantaje de fuerza. Soy firme partidario de la disciplina, pienso que ésta es necesaria para cualquier cosa, y aquí tal vez más. No permitiré que las cárceles se conviertan en un desmadre.»

Con la misma firmeza, este hombre de 38 años recién llegado al despacho de la Dirección General, que ya está pensando en cambiar un sillón victoriano («es muy decorativo, pero un poco incómodo, ¿no?»), dice un no rotundo a la amnistía de los presos vascos de Soria («la amnistía es anticonstitucional»), y asegura que entre un estafador, un violador y una mujer acusada de haber abortado, antes metería en la cárcel al estafador, pero que, sin ninguna duda, metería a los tres.

Unicamente a la pregunta «¿Llamaría usted a los antidisturbios en el caso de que los presos se le suban a los tejados y prendan fuego a las cárceles?» ha tardado varios minutos en contestar. Reflexiona largo rato y dice: «Antes intentaría dialogar con ellos, pero al final creo que sí, que ordenaría la entrada de las FOP. No voy a ceder ante ninguna postura de fuerza.»

Es un hombre religioso («voy a misa todos los domingos con mi familia»), nació en Cáceres, en una familia media; su padre era veterinario y su madre «una mujer inteligente». Dice que su preocupación por las personas le ha llevado a la política, y explica que esto es el producto de una serie de circunstancias afortunadas: «Mi padre era un militante de izquierdas, republicano, y sus ideas influyeron mucho en mí, aunque mi gran transformación ideológica ocurrió en el Colegio Mayor San Juan Evangelista, durante los tiempos del director más progresista que ha tenido, Jesús Coveta. Es más, yo creo que si no hubiese pasado por el San Juan, ahora no estaría aquí. Seguramente me encontraría haciendo cálculos en alguna empresa. »

En cuanto obtuvo el título de ingeniero se casó con «una gata de Chamberí», como él dice, y tiene ahora tres hijos. Su mujer también se dedica a la política activa, «pero, por favor, os pido que no deis datos sobre ella, porque como es bastante conocida podría ser el blanco de algún atentado. Este cargo no me da miedo por mí mismo, quizá parezca un insensato pero no tengo miedo. Sin embargo, procuro mantener a mi familia al margen, por si acaso. Mi hijo me preguntó ayer: "Tu cargo, papá, es el mismo que el de Jesús Haddad, aquel señor que mataron, ¿verdad?" Y a mí esto me preocupa tremendamente».

Entre los objetivos que el nuevo director general de Prisiones se ha marcado a corto plazo figuran la elaboración de un reglamento penitenciario y la construcción de nuevas cárceles, «porque si se rebaja la edad penal a los quince años, harán falta más centros», y afirma no ser partidario de las medidas más duras que imperan en los penales: las celdas de castigo y el aislamiento, pero también dice que de momento aún no ha pensado a fondo sobre el tema, aunque «me horrorizan los malos tratos, la corrupción de los más jóvenes y el encarcelamiento prolongado de personas con prisión preventiva. Veré qué puedo hacer, aún no conozco muy bien la situación. Tengan en cuenta», dice, «que llevo aquí poco más de veinticuatro horas.

Y, efectivamente, aún va de «nuevo» por la casa. Al acompañarnos para salir se equivocó varias veces de puerta, pero lo tomó a broma: «Ya aprenderé. Voy a dedicarme por completo al cargo, aunque soy muy consciente que desde aquí no se puede hacer carrera política; todo lo más, quemarte. No es precisamente un choyo», bromea, «pero lo he aceptado con todas sus consecuencias.»

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