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Reportaje:

Canciones de recuerdos, flamenco y rencheras

Hace ya casi veinte años. Cual golondrinas tristes, llegaron y se fueron. Y la media docena que allí estaban formándose, bajo el alero hortera del tejado franquista, que parecían girar al mismo viento, hallaron certidumbre en el tiempo soñado y para siempre ido. Todavía cae la lluvia sobre el rostro gimiente de los niños-prodigio. Los nombres se borraron. Pero algunos perviven en las grises praderas del presente, procurando, por encima de todo, que el granizo y el fuego se den cita.

Se deslizan los padres hasta Florida Park, bajo el signo de la luna menguante, para ver a la hija que perdió ya hace tiempo la inocencia. Sin embargo, enfrentada al espejo del camarín, conserva Rocío Dúrcal la mirada inocente de otro otoño lejano. Alguien cepilla sus cabellos: «Oye, no me los cardes. Los quiero como ayer. Así, con la carita palante ... » Discretamente al lado, Junior mira y escucha. Rocío se perfuma el cuello, los brazos y las piernas. Un travesti comenta: «¡Cuidado, que a ése se le están poniendo los dientes largos! » Rocío anda nerviosa, retoca la pintura de una uña, lanza sonrisas tímidas hacia el espejo, luce su turbación con desenfado, se excusa con los ojos inquietos y aparece blanquísima debajo de su traje malváceo.Cuando sale al escenario trae boca reidora y un ritmo muy nostálgico en los pies. Arrebata el micrófono de la barra metálica. Y canta así: «Viejo Madrid, mi tango, / templado en mil colores ... » Juvenil y frágil, la madurez de la cantante semeja concentrarse allí, en su puño izquierdo: con él subraya un ímpetu que a lo mejor quisiera defender. Entre canción y canción, habla de modo vacilante e ingenuo. Reencuentra la firmeza con la música: «Si tú me lo pidieras, / la vida te daría ... » El personal asciende con dificultad por las colinas del recuerdo. Una vieja me dice: «Haga el favor de pasarme las pajas.» Este público aguarda, oscuramente al menos, un rasgo de dureza a tono con los tiempos. Pero Rocío vuelve como en el primer vuelo: sinceramente tierna y bondadosa. Sigue buscando ahora, como en la adolescencia, el trébol fantasmal de cuatro hojas: «Trébole, / la suerte está en el trébole, / trébole ... » Y cierra este primer capítulo de remembranza, tras pasar por un soso melodrama, mediante aquella melodía «sonriente como el agua de una fuente»: «Yo no dejaré / que te vayas ... » Los músicos del grupo Versalles avivan la espiral Dos bailarines, de rosa y blanco lucen perilla convulsiva. Rocío se despide entre aplausos levísimos.

Segunda parte: vestido negro amplio escote de pico, luciendo siempre generosamente la pierna izquierda; pelo hacia atrás y algo adornado con flores llamativas. Flamenco madrileño, ligero y transparente: «¡Caracoles! / Son tus ojos dos soles ... » Desconcertada, escucha: «Un poquito más fuera, que no te vemos desde aquí. Ella no va de patética. Alegre es su desazón: « ¡Ay, sí, sí! / ¡Ay, no, no! / i Arre, arre, arre! / ¡So, so, so! ... »

"Yo no me arrepiento de nada"

A la tercera va la vencida. Surge el mariachi Mandinga, vestido de caqui y oro, con enorme herradura adherida a la espalda. Azulada y con moño a la derecha, Rocío ha hallado, al fin, el murmullo campante del público. Es el momento de las rancheras: amor y desamor, entreverados de sonoros adverbios terminados en ente, como en el territorio amargo de la poesía social española. Exitos de la hora: «Yo no sé si te olvidaste ya de mí. / Probablemente ... » Pobres palomos sin palomas, grave y puro llorar. Y una súplica a punto: «No lastimes más / mi corazón.» Aplausos claros y amarillas flores en busca de la estrella. Ella encadena: «Probablemente ya / de mí te has olvidado ...» Se sienta en taburete giratorio, se le cae un adorno del pelo y vuelve a levantarse para proclamar lo que del corazón le nace: «Me estoy muriendo de sed.» Pero ella no ha perdido la esperanza, gira, baila y sonríe: «Tarde o temprano seré tuya. / Mío tú serás.» El personal volvió a enfriarse y ahora deja que desciendan sobre la sala las sombras de un final irreal.Luego, de madrugada, Rocío Dúrcal reconoce que esta noche no ha habido una comunicación intensa durante el espectáculo. Sospecha que había hambre de rancheras, sin más: «Pero pienso que es preciso no quedarse anclada en los gustos de un momento, que hay que procurar un equilibrio entre cosas diversas, que yo no puedo reducirme a una imagen simplista y pegadiza. Sé perfectamente que mis canciones son sencillas y que, en tal sentido, nadie puede llamarse a engaño. Sin embargo, con la diversidad muestro más a las claras mis posibilidades y mis matices. Por otra parte, así arriesgo mucho más.» Rocío reivindica la imagen de una cantante no definida y de una actriz plural que ama el teatro por encima de todas las cosas. Rocío es de las pocas que no nos han contado, entre sollozos y blasfemias, lo mucho que sufriera cuando era niña célebre y la manipulaban: «En esta profesión, como en todas, pasan cosas buenas, regulares, malas y espantosas. A mí me ha ocurrido de todo, pero me niego a relanzar mi imagen a base de algo que no siento. Porque yo sé que también he llegado a sacar provecho incluso de lo peor. Sinvergüenzas los hay en todas las épocas y en todos los campos. Las amarguras, los latigazos y los fracasos no me han paralizado, sino que me han ayudado a madurar. En una sociedad como la nuestra sólo la lucha te conduce al logro de una cierta fortaleza interior. Mientras tanto, el panorama social se ha transformado positivamente. Dentro de él yo actúo con la mayor dosis de libertad que puedo. Tengo amigos de izquierdas y conocidos de derechas. Lo que yo no olvido son mis orígenes humildes. Cuando has crecido en medio de estrecheces es difícil no valorar las cosas, no ser sensible a tus privilegios".

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