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TEATRO

Un ejercicio de la Escuela de Arte Dramático

El Taller de Tercer Curso de la Real Escuela Superior de Arte Dramático y Danza ha presentado públicamente -teatro María Guerrero- una versión abreviada de La fiera, el rayo y la piedra, de Calderón; el director del centro, Ricardo Doménech, dice en una breve nota al programa que lo que el espectador tiene ante sí es un «trabajo de escuela», con las limitaciones que ello comporta. Ni se engaña ni nos engaña.Lo que los alumnos hayan aprendido a lo largo de un curso, al estudiar el barroco y practicar esa obra, puede ser muy importante, y cada uno lo habrá interiorizado con arreglo a su capacidad; lo que exteriorizan -la comunicación con el público- debe ser una parte mínima. Se encuentran, de cuando en cuando, algunos rasgos brillantes: la escena de esgrima, datos de una buena preparación física. Esta preparación física no siempre consigue dar a los cuerpos la suavidad, la ductilidad necesaria, para la expresión. Tampoco han conseguido estos alumnos todavía recuperar la tradición perdida del verso escénico del Siglo de Oro; en general, prosodia y fonética son débiles. El trabajo con las voces está bien conseguido en la ficción de algunas, en los efectos especiales, pero no en el servicio del texto; quizá el fallo proceda del principio, de una escasez de desentrañamiento literario de la obra, verso por verso, escena por escena.

La audacia de elegir un Calderón difícil es muy estimable, aunque haya habido que hacer un destrozo con la longitud de la obra, que era excesiva, sobre todo para un ejercicio de escuela. La dirección ha entrado también con violencia en ese texto y en la disposición dramática de una obra que, después de todo, a pesar de la genialidad natural de Calderón, estuvo escrita para solaz de los reyes de la Corte, sobre un tema mitológico que entonces formaba parte de la cultura cotidiana y que hoy queda muy alejado de las bases de comprensión. Anotémoslo también a la cuenta del ejercicio escolar y del pretexto para el lucimiento de lo aprendido. Se puede olvidar a Calderón, se puede olvidar también las ideas previas sobre la perfección de un espectáculo público, y observar con atención estos noveles comediantes. La Escuela ha tenido con ellos un tratamiento de libertad, sin duda, que ha permitido que prevalezcan la frescura, la ingenuidad, la ilusión con que debieron acercarse a ella. Más adelante entrarán, los que persistan, en la práctica del teatro diario que quizá acabe con esa originalidad, pero que les dará más aplomo.

No sería justo destacar unos sobre otros, puesto que lo que parece su intención es la de presentarse como equipo. Su trabajo se percibe fácilmente como muy considerable, con la ayuda del grupo de profesores del taller. Entre todos han conseguido una escenografía muy adecuada dentro de la estrechez del presupuesto, unos trajes y unas máscaras y maquillajes en los que también puede reconocerse un punto de brillantez.

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