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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nadie es imprescindible

PARECE YA seguro que el señor Saporta, que con tanta audacia apostó su resto en la partida librada contra los socialistas, va a ser sustituido, como presidente del comité organizador del Campeonato Mundial de Fútbol de 1982, por el señor Castedo. Los términos «dimisión» y «cese» son igualmente inapropiados para el caso. El ex vicepresidente del Real Madrid no es echado del cargo por ineficiente, pero tampoco abandona sus tareas por enfermedad o deseo de dedicarse a su vida privada. Ha ocurrido, simplemente, que sus condiciones para continuar en el puesto no han sido aceptadas y que la propia lógica de su envite, al todo o nada, convierte en inevitable su retirada.No es, desde luego, seguro que los responsables municipales y deportivos del PSOE tuvieran toda la razón, o incluso ni siquiera los mejores argumentos, en su litigio con el señor Saporta. Estamos demasiado acostumbrados a que las ligerezas e improvisaciones de los cuadros medios socialistas, con tanta inexperiencia de poder como anhelo de ejercerlo, den lugar a tormentas aparatosas en vasos de agua y forcejeos hercúleos en torno a minucias. Pero el PSOE es el segundo partido del país en términos electorales y parlamentarios y, probablemente, la primera fuerza en el ámbito municipal, mientras que el señor Saporta no representa más que a su propia persona. La arrogancia de su dimisión, que recuerda los gestos de retirada de los dictadores para provocar la organizada adhesión de multitudes debidamente encuadradas, no guardaba proporción ni con los motivos que la justificaban ni con la fuerza política con la que se enfrentaba. Y el hecho de que la campaña de prensa orquestada para fortalecer su posición -que llegó a utilizar registros tan sensacionalistas como difundir la absurda noticia de que España renunciaba a organizar el Mundial de 1982 por mor de su dimisión- tampoco haya logrado que el Gobierno tirara las cartas y aceptara el farol del señor Saporta es un excelente síntoma de buena salud democrática. En un régimen representativo no hay hombres providenciales ni personas insustituibles, sino hombres y mujeres elegidos por sus conciudadanos para administrar la cosa pública y profesionales competentes para cumplir su labor.

Los méritos del señor Saporta como organizador de negocios futbolísticos y de baloncesto, en un sentido que incluye, pero no se agota, en las dimensiones empresariales del deporte de nuestra época, están sólidamente probados por su ejecutoria en el Real Madrid y por su vicepresidencia de la FIBA. La época de oro del equipó madridista, varias veces campeón de Europa y estrella del fútbol mundial, no podría escribirse sin la figura de Alfredo Di Stéfano o la imagen paterna de Santiago Bernabéu, pero tampoco sin la sorda labor organizadora del señor Saporta. Aunque el hasta ahora presidente del Comité Organizador del Mundial suela proclamar su apoliticismo, las vinculaciones entre la diplomacia del anterior régimen y la explotación de los triunfadores viajes de los equipos de fútbol y de baloncesto del Real Madrid por el extranjero encontraron en su persona el nexo de unión necesario. Para su designación como manager del Campeonato de 1982 contaron así tanto su buen conocimiento de las estructuras organizativas y de intereses nacionales e internacionales en torno al deporte corno su familiaridad con los criterios puramente políticos que se utilizan en los despachos ministeriales para decidir sobre esos temas. En ese sentido, la decoración apolítica y antipartidista de su dimisión y la insistencia en el carácter exclusivamente deportivo de sus motivaciones resultan poco convincentes. El señor Saporta hizo en el pasado mucha, pero mucha, política; la única incógnita es si la practicaba conscientemente o si, al igual que el personaje de Molière, escribía en prosa sin saberlo. Y también ha hecho política al plantear su dimisión tras la proposición no de ley aprobada en el Congreso a iniciativa de la Minoría Catalana, y que estableció la participación de los entes preautonómicos y de los ayuntamientos en la organización del Mundial, y su conflicto con algunos alcaldes y concejales del PSOE.

La gestión del señor Saporta se ha apuntado en estos meses algunos buenos tantos; entre otros, la ampliación de la fase final a veinticuatro equipos, lo que asegura el paso del equipo español a la segunda serie, y el diseño del sorteo eliminatorio, que garantiza la presencia en el Campeonato de 1982 de las mejores selecciones nacionales. Nos deja, en cambio, el mamarracho de El Naranjito, pesadilla de la que ni siquiera llegó a disculparse, y ciertos disparates en la designación de las sedes. Nada menos que catorce ciudades serán escenario del Mundial, algunas regiones dispondrán de dos sedes geográficamente próximas (Oviedo y Gijón, Elche y Alicante, La Coruña y Vigo) y será preciso construir nuevos campos o hacer costosas ampliaciones en Valladolid y Málaga. Seguramente las responsabilidades de estos errores también incumben a otras instancias (¿no se ha jactado el señor Clavero de haber forzado la elección de Málaga?), pero también salpican a quien los admitió sin quejas ni amenazas de dimisión.

Nada hay en el curriculum del señor Castedo que lleve a pensar que no pueda hacerlo tan bien o mejor que el señor Saporta en el terreno puramente organizativo. En este sentido, su nombramiento es un acierto, pues une a su probada experiencia en la Administración pública el conocimiento de la vida deportiva desde perspectivas gubernamentales. Y es probable que en el terreno propiamente político el ex subsecretario de Cultura consiga entender mucho mejor y realizar con más acierto el trabajo de negociación, conciliación de puntos de vista y toma en consideración de las opiniones del Congreso y de los ayuntamientos que lleva aparejada una vida pública democrática. Porque no es lo mismo organizar el Campeonato Mundial de Argentina de 1978 que preparar esa gran fiesta cuatrienal del fútbol en un país con instituciones democráticas y alcaldías de la oposición que controlan los campos de fútbol propiedad de los municipios en seis sedes.

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