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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El vendedor de comunismo

HUA GUOFENG, primer ministro de China, ha comenzado por Francia una visita excepcionalmente larga a cuatro países europeos -los otros tres son: la RFA, Gran Bretaña e Italia- que se considera histórica por el hecho de ser la primera visita de Estado que China hace al occidente europeo desde hace treinta años, en que triunfó su revolución. El interés del viaje sobrepasa esta mera anécdota. El aislamiento de China se rompió precisamente en Francia hace quince años -intercambio de relaciones diplomáticas-, y desde entonces se ha fraguado un cambio trascendental en la política exterior china: el salto de una potencia revolucionaria tercermundista a una nación que colabora directamente con Occidente, que se opone a la Unión Soviética en todos los frentes mundiales y que busca la eficiencia y la técnica -además del dinero- del capitalismo para dar un nuevo «salto adelante», muy distinto del proceso comunista que seguía hasta ahora. Todo ello ha producido un relativo proceso de adaptación en la política interior, manifiesto hasta ahora en cambios de nombres y de personas, a veces de una manera espectacular, como en la truculenta denuncia de la «banda de los cuatro», formulada diariamente, desde hace años, en términos que no dejan de asombrar, hasta relevos de pequeños mandos locales. De ahí a deducir, como hace algún periódico francés, que hay un «intento de democracia» en China hay una considerable diferencia. En la conferencia de prensa que Hua concedió en Pekín el 7 de octubre a los periodistas de los países que iba a visitar advirtió que la de su país es una «democracia socialista»: «Es la democracia más amplia», añadió, «porque en nuestro país el pueblo es dueño de sus propios asuntos». Con los límites habituales: «Si nos oponemos al anarquismo y no nos oponemos al proceder de ciertas personas que calumnian y denigran a su propio albedrío a otros, so pretexto de libertad, se producirá un desorden social.» Son matizaciones bien conocidas de todos los que hemos sufrido una forma de democracia sin democracia, llámese «orgánica» o «socialista», en esta precisa acepción del régimen chino.Precisamente, Hua está vendiendo a Occidente una falta de democracia. Está vendiendo comunismo. Es decir, está ofreciendo a la inversión extranjera una organización de trabajo comunista: jornada larga, precio reducido y ausencia de huelgas y conflictos. Ofrece una ley de empresas mixtas -nacionales y extranjeras- Como la aprobada en la V Asamblea Popular Nacional, y un desarrollo de esa ley con reglamentos que garanticen «los legítimos intereses» -el rendimiento- de los inversionistas extranjeros, y en tanto se promulguen esos reglamentos, China firma contratos ratificados por el Gobierno que garanticen esos beneficios. En el fondo, una especie de dumping que podrá dar algunos motivos de preocupación a los sindicatos e incluso a los Gobiernos de otros países donde el trabajo es más caro. Puede ocurrir que todo ello, a la larga, derive en una democracia de tipo occidental, pero no parece previsto en los planes políticos de China. Quizá llegue a ser así incluso en contra de la voluntad de los actuales gobernantes, pero la hipótesis parece excesiva.

Este fondo de transformación económica y política, como todo el gran cambio chino, procede de su terror a la URSS y de su convicción de que la tercera guerra mundial es inevitable. El viaje de Hua Guofeng no es ajeno, naturalmente, a esta gran acción general. Desde Moscú se advierte insistentemente a los europeos que el «derrotero» de la política china y del viaje es «el deseo de enfrentar entre sí la parte capitalista y la socialista de nuestro continente», a «azuzar europeos contra europeos»; China busca en el mercado euroccidental, «en primer lugar, tecnología militar, modelos modernos de material de guerra», dice la agnecia Novosti, que añade ingenuamente: «No es necesario ser clarividente para comprender que, conociendo las ambiciones geopolíticas de China, un buen día las armas adquiridas en Occidente podrán ser dirigidas contra sus vendedores». El tema inquieta tanto a Moscú, que Brejnev ha escrito ya una carta a los países europeos advirtiéndoles del riesgo que correrían en el futuro sus relaciones si vendieran a China material de guerra perfeccionado.

Si Europa no está nada decidida a vender este material -aunque probablemente venda o esté vendiendo ya otro de menor importancia-, no es tanto por el miedo a ser agredida con él, sino precisamente por el miedo de que China pudiese entrar en una guerra no controlada contra la URSS.

La política occidental con respécto a China parece ser en este momento la de fómentar su apertura de mercados y de inversiones, la de aprovechar su mano de obra y la de seguir utilizando su fuerza y su influencia como una contención a la URSS -o una parte del cerco, como se opina en Moscú-, pero sin ir demasiado lejos. El terror mutuo entre China y la URSS es algo que sólo puede llenar de satisfacción a la política occidental. En ese terreno, pero sin ir más lejos, Hua Guofeng encontrará en Europa interlocutores complacientes y animosos.

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