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Visiblemente fatigado, Juan Pablo II regresó ayer a Roma

Juan Arias

Juan Pablo II concluyó ayer su viaje a Irlanda, las Naciones Unidas, y Estados Unidos de América. Llegó al aeropuerto de Fiumicino, de Roma, a las 8.30 de la mañana, con gran puntualidad. El papa Wojtyla, mientras debaja América bajo un viento que lo arrastraba y un frío que hacía dar saltos a los obispos y autoridades que habían ido a despedirle, dijo: «Que Dios bendiga América. Mi oración es que permanezca una nación bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos.»

Cuando subió al avión, un imponente Boeing de la compañía americana TWA con las insignias pontificias, sentí sus manos heladas cuando estrechó las mías; esta vez el cansancio se reflejaba claramente en su rostro y en todo su cuerpo.Mientras los miembros de la tripulación y las azafatas intentaban saludarle por última vez, el Papa, con un gesto muy expresivo de las manos y del rostro, dio a entender que ya no podía más y subió las escalerillas internas del avión para retirarse a cenar y dormir.

EL PAÍS pudo saber que el Papa estaba tan cansado que apenas si pudo probar los entremeses de una cena pantagruélica preparada por la compañía americana para el Papa y todos los que viajábamos con él.

Juan Pablo II rechazó las sábanas de seda que se usaban para Pablo VI en los viajes en avión y pidió sábanas normales de algodón. Durmió tan profundamente que su secretario particular tuvo que despertarle media hora antes de llegar a Roma. Por eso, nos dijeron, no vino a saludar y conversar con los periodistas como otras veces.

Juan Pablo II nos dio un saludo por el micrófono, bendiciendo los objetos sagrados que pudiéramos llevar con nosotros. Después impartió la bendición.

En su último discurso, al llegar al aeropuerto de Roma, elogió a Irlanda «por sus antiguas tradiciones de fe, por sus preciosos valores morales y su apego a la sede apostólica».

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Recordando su encuentro en las Naciones Unidas con los representantes de casi todo el mundo, dijo que la Iglesia «no dejará nunca de pensar en los futuros destinos de la convivencia humana y del mundo siempre con mentalidad renovada».

En su última jornada en la capital de Estados Unidos, el papa Wojtyla siguió recogiendo triunfos y sembrando entusiasmo, que a veces rayaba en el delirio. Una mujer que logró estrechar su mano se puso a gritar: «No me lavaré las manos en una semana.» Una joven que había podido fotografiar al Papa desde muy cerca se apretaba la máquina de fotos sobre el pecho y decía: «Ya lo tengo.»

En el encuentro con casi todas las confesiones cristianas protestantes, el Papa dijo abiertamente que son aún muy graves las diferencias que separan a católicos y a los demás cristianos, pero exhortó a una colaboración en el campo social, donde es más fácil el encuentro.

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