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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La resignación de Belgrado

AQUELLOS QUE esperaban resultados espectaculares, recetas mágicas o fórmulas inequívocas de la reunión anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y Banco Mundial, clausurada ayer en Belgrado (Yugoslavia), quizá se sientan hoy un poco defraudados. Y, sin embargo, el primer encuentro del máximo organismo de cooperación económica y monetaria del mundo no comunista que se celebra en un país socialista será recordado en los anales del FMI como uno de los más decisivos, más conflictivos y, hasta cierto punto, más resolutivos del último decenio. Al menos en lo que respecta a las consecuencias que los debates y deliberaciones mantenidos y las recomendaciones suscritas por sus 138 miembros tendrán para el inmediato futuro y para el primer quinquenio de los años ochenta en los niveles de vida del mundo occidental.La 34.ª reunión del FMI y el Banco Mundial, organismos creados en Bretton Woods (Maryland) al filo del final de la segunda gran guerra, con la misión de establecer y regular los principios básicos del primer orden monetario a nivel mundial, coincidía con uno de los momentos más críticos que la economía mundial atraviesa desde la recesión económica provocada por la subida astronómica de los precios del petróleo de 1973. Celebrada tan sólo tres meses después de otro espectacular incremento de los precios del crudo a cargo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), el encuentro de Belgrado ha confirmado las sombrías predicciones de los directores ejecutivos del Fondo, en el sentido de que, como consecuencia principalmente de la última decisión de la OPEP, el mundo se adentra en otro período mucho más difícil que el atravesado durante los años 1974 y 1975.

Esta vez, sin embargo, los males que se conocieron por vez primera juntos en aquella ocasión -inflación y recesión- se presentan con caracteres más agudos y, lo que aún es peor, las reservas psicológicas y técnicas del mundo industrializado, e incluso de los países en desarrollo, que entonces sacaron a flote una difícil situación en tan sólo año y medio, se encuentran ahora disminuidas, por no decir agotadas, por el enorme esfuerzo realizado.

El director ejecutivo del FMI, el francés Jacques de Larosiere, verdadero timón del encuentro de Belgrado, ha visto, sin embargo, en la experiencia pasada, la luz de la esperanza para el difícil período en que entra la economía mundial. Al margen de las matizaciones técnicas lógicas, el director del FMI ha hecho un nuevo llamamiento a la comunidad internacional para que coopere estrechamente, país con país y Gobierno junto a Gobierno, para acortar el difícil período en que la economía mundial parece entrar. Los datos no ha tenido que repetirlos: el crecimiento de la economía mundial apenas superará un modesto 1,8 %, en términos reales, en 1980; la inflación en los países desarrollados tendrá números de dos dígitos en los próximos dieciocho meses; la transferencia de recursos financieros del mundo industrial y en desarrollo a los países de la OPEP supondrá cifras superiores a los 50.000 millones de dólares anuales; los desequilibrios en las balanzas de pagos de muchos países serán insoportables para su propia estabilidad y para la mundial, y en el frente de los países sin desarrollar no productores de petróleo su factura energética llegará a unos niveles que sus perspectivas de crecimiento serán nulas e incapaces para compensar los incrementos vegetativos de la mano de obra y de la población.

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Ante este panorama sombrío, por no llamarlo desolador, los directivos del propio Fondo han tenido que reconocer que sus fórmulas no solamente no son mágicas, sino que serán las mismas que ya hicieron difícil y costosa la recuperación en la reciente crisis pasada. Es decir, programas antiinflacionistas de una austeridad impopular, recortes drásticos en los consumos de petróleo, disciplina monetaria, disminución de los créditos, política de rentas restrictivas y sensibles reducciones en el gasto público. En definitiva, un apretón de cinturón a nivel universal que, por no venir compensado con los beneficios de estímulos fiscales y sobre la demanda tradicionales, repercutirá negativamente, a nivel doméstico, sobre las capas menos favorecidas y, a nivel internacional, sobre los países menos desarrollados.

Pese a estas desagradables conclusiones, el encuentro de Belgrado ha servido, por lo menos, para concretar dos cosas. Por un lado, el gigantesco llamamiento a la cooperación y coordinación internacionales ha doblegado las profundas reticencias norteamericanas para que la débil Administración del presidente Carter comprometa su economía, la locomotora del mundo industrializado, por la senda de la disciplina. La presión europea y la de los países en desarrollo ha servido para que el nuevo secretario del Tesoro, William Miller, se olvide aparentemente de las consideraciones políticas y electorales que enturbian el futuro de Carter y se comprometa a poner en orden la casa propia. Sus promesas de disciplina hacen presentir que Washington hará todo lo posible para controlar la galopante inflación norteamericana y limite simultáneamente la exportación de la misma mediante un firme control (con apoyo de Bonn) sobre el dólar.

En segundo lugar, los asistentes de la 34.ª reunión anual han escuchado dos importantes sugerencias en cuanto al futuro del organismo. Una de ellas -la convocatoria de otra conferencia tipo a la de Bretton Woods-, presentada por Irán, tiene escasas posibilidades de éxito. La otra, mucho más polémica, por sus eventuales consecuencias políticas en cuánto al control del FMI, ha partido del propio Miller, y nada menos, sugiere abiertamente la conversión futura de este foro de deliberaciones y asesoramiento en un auténtico organismo decisorio a nivel económico mundial, con autoridad suficiente sobre los países miembros para imponer unas políticas definidas y acordes a lo que sus técnicos consideran apropiado para cada economía y caso concreto.

El ligero revés, en cierto modo, experimentado por Washington en sus deseos para dar prioridad absoluta a la llamada «cuenta de sustitución» de dólares por un nuevo valor monetario internacional, expresado en derechos especiales de giro (DEG), hace prever que la idea del secretario norteamericano se encuentra todavía muy lejos de ser aceptada. Pero no hay duda de que así como la «cuenta de sustitución» es el futuro a corto plazo del Fondo, en sus esfuerzos para restar importancia al dólar como moneda internacional y como medio de apaciguamiento y estabilidad de los mercados financieros internacionales, el nuevo organismo decisorio y vigilante es también el futuro a largo plazo de la economía mundial. Al menos, de su buen estado de salud.

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