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FORCADOS EN LAS VENTAS

Esto sí es pisar el área

Estupefactos abandonábamos el graderío. ¿Será posible?.¿Podíamos dar crédito a lo que habíamos visto?. Los forcados Amadores de Lisboa no sólo habían levantado al público de sus asientos, sino que le ponían los pelos de punta. Eso sí es pisar el área y no lo otro. Bueno, se trata de que nos venía al recuerdo aquello que tanto se oye en el apasionante mundo del fútbol: ¡Menudos riñones tiene ese delantero centro; cómo pisa el área! Y la verdad, para pisar el área, los forcados, que se ponen ante la cara del toro a cuerpo limpio y cuando éste se arranca...Paciencia, ya lo explicaremos. La corrida era a la, portuguesa, con cuatro rejoneadores y los forçados. Los toros salieron mansos, sosos, difíciles y cundió el aburrimiento. Alvaro Domecq, Manuel Vidrié y José João Zoio tuvieron actuaciones muy meritorias, qué duda cabe, e hicieron bien su trabajo de sacar a las reses de la querencia de tablas y ponerlas en suerte. El cobaleda quizá resultó el peor en tarde de desechos, un bragao lucero, serio, cuajado, reservón, que había tomado por terreno conquistado el de chiqueros, y la labor de Vidrié, inteligente y torera, acrecentó su mérito, pues en varias ocasiones consiguió sacarlo de allí y ponerlo a pelear.

Plaza de Las Ventas

Cinco toros de La Herguijuela y uno de Luciano Cobaleda. Domecq, Vidrié y Zoio, aplausos; Moura, oreja. Los forcados Amadores de Lisboa, vuelta con los rejoneadores que actuaron por colleras. Partes facultativos: Fueron asistidos los forcados Gustavo José Martín, probable fractura costal; José Luis Canela, conmoción cerebral y fractura de codo; Jesús Alvaro López, probable fractura de tobillo; Antonio Juliao, conmoción cerebral; todos de pronóstico reservado.

Pero la tarde discurría gris y se nos caían los párpados, hasta que apareció Moura y al manso que le correspondió, el cual nada más sentir el castigo ya se quiso escapar a tablas, lo enceló, no le dejó marcharse ni una vez y además aderezó la torerísima tarea con valor y alegría; adornos, pasadas con giro en la cara de la res; reuniones al estribo; rejones y banderillas prendidos en lo alto; en fin, calidad y emoción, lo cual nos despertó y nos empezó a reconciliar con el espectáculo.

Y del despertar, al sobresalto, cuando aparecieron los forcados. Muchos lectores querrán saber cómo es el número, pues hace muchos años que no actúan en Madrid. Lo explicaremos, sin crítica, claro, pues estaría bueno que le hiciéramos crítica de un alarde tan taurino como deportivo, donde la habilidad, pero sobre todo el arrojo, son espeluznantes. Bien, pues saltan a la arena, se colocan en fila en el diámetro del ruedo, el hombre de cabeza, a la altura del platillo, mientras el toro espera en el tercio. Avanzan. El de cabeza, no se le mueve un músculo de la cara, camina un poco en el paso de la oca, puesto en jarras, cita, se contonea. Cuando se arranca el toro, retrocede sin perderle la cara, midiendo las distancias, pero la acometida es muy fuerte y allá que van forcados por los aires. Con el quinto era prácticamente imposible encunarse -de eso se trataba-, pues tenía sentido y metía certero el pitón. En las primeras intentonas mandó a dos hombres a la enfermería, y en la tercera, ya tomando al toro cuando se aculaba en tablas, en corto, consiguieron los forcados hacerle la horca, reducirse amontonados todos sobre el testuz, y uno se asió al rabo, se colgó, y pues la fiera hacía por él, describía círculos en su derredor, dejándose arrastrar por la arena.

En el sexto, una mole de 610 kilos, aún hubo más dramatismo, Al primer derrote tiró de espaldas con violencia brutal a un forcado y se lo llevaron sin sentido a la enfermería. Después cayó otro. Al público se les salían los ojos de las órbitas. En la tercera pega lograron asirse al toro, pero éste, que tenía gran fuerza, aún se defendió estrellando a todo el grupo contra las tablas. O sea, que era la guerray los guerreros -más datos para el asombro- no parecían darle importancia, seguían en el ruedo, imperturbables, incluso después de las más espantosas volteretas, dispuestos a dar la cara gallardamente las veces que hiciera falta. La gente se hizo forcadista, y nosotros también. Vuelvan a Madrid los forcados, en buena hora.

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