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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La bofetada europea

LA INTEGRACION en Europa fue, durante la dictadura, una idea movilizadora para las corrientes democráticas y el punto de encuentro de éstas. Después de que el PCE depusiera su actitud hostil al Mercado Común Europeo, la unanimidad en las filas de la oposición fue casi completa. La entrada de los llamados «tecnócratas» en el Gobierno, a finales de la década de los cincuenta, propició que las instituciones autoritarias hicieran también su propia apuesta, desleída y a contra corazón, a favor de la Europa económica, si bien la estridente diferencia de regímenes políticos hacía impensable la incorporación de España a la Europa política. La carta del ministro Castiella solicitando la apertura de negociaciones encaminadas a una eventual adhesión de nuestro país a las Comunidades Europeas se produjo el mismo año que la reunión de Munich, última oportunidad para la dictadura de desenterrar los viejos fantasmas de la anti-España y de la conjura internacional judeo-masónica.Mucho ha llovido desde entonces. La Monarquía eligió con claridad y decisión la senda de la democracia, y el pueblo español ha aprobado en referéndum una Constitución homologable a las que están vigentes en los países europeos de tradiciones parlamentarias. También estos años de espectaculares cambios políticos en nuestro país han sido el período en el que la grave crisis económica ha sacudido hasta los cimientos las estructuras productivas de la Europa comunitaria y de España. Las duras realidades de la economía han perturbado las perspectivas políticas abiertas. La retórica de los demócratas europeos, sobre todo de nacionalidad francesa, para saludar el restablecimiento de las libertades a este lado de los Pirineos ha caminado en paralelo con la salida casi forzosa de los trabajadores españoles emigrados, cuya contribución a la prosperidad europea es arrojada al olvido en la época de las vacas flacas, y con las reticencias y dificultades desplegadas para la entrada de España en el Mercado Común. En el vecino país, gaullistas y comunistas compiten en la más atroz de las campañas patrioteras contra nuestro ingreso en las Comunidades económicas, mientras giscardianos y socialistas, más discretos en su comportamiento público, permiten que sus respectivos «hermanos enemigos» hagan el trabajo sucio en esa empresa de discriminación. Pocas ilusiones cabe hacerse a este respecto.

En los próximos días, el Gobierno español ha de contestar al documento presentado por el Mercado Común sobre el contenido de las negociaciones para la adhesión definitiva de nuestro país a las instituciones comunitarias. Las informaciones que se han filtrado del documento comunitario hacen pensar lo peor. Resultaría así, de confirmarse estas sospechas, que para las autoridades de Bruselas la España gobernada por el antiguo aliado de Hitler y Mussolini merece el mismo trato que una Monarquía constitucional y democrática, con decidida voluntad de integrarse en el proyecto histórico de una Europa unida que pueda servir de contrapeso en la lucha por la hegemonía de las superpotencias.

Esta bofetada europea, que tan amargas reflexiones puede merecer a cualquiera que confronte la lírica de los discursos con la sordidez de los hechos, no debe ser encajada por la nueva España democrática con el espíritu evangélico de ofrecer la otra mejilla. Entre otras cosas, porque la dignidad nacional no supondría, en este caso, ni la autarquía económica ni el hambre para los españoles. Nuestro comercio exterior depende cada vez menos de los intercambios con la Comunidad. En este momento, nuestras exportaciones a sus socios representan algo menos del 50% de nuestras ventas totales al exterior, aproximadamente el mismo porcentaje que supone las ventas a la comunidad de Italia, Francia o Alemania, y superiores a las británicas. En este renglón, poco ganaremos con la integración. Nuestras importaciones de productos europeos, sin embargo, apenas rebasan un 35% de nuestras compras totales, a diferencia de las importaciones intracomunitarias, situadas en un 50% por la importancia de los bienes de consumo.

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La nueva política exterior -cara al Tercer Mundo- inaugurada por Suárez después del verano puede encontrar en la inamistosa actitud europea una justificación añadida y abrir esperanzadoras y prometedoras perspectivas. Si Europa, más preocupada por los problemas de la intendencia que por la solidaridad continental y la unidad en torno a un glorioso pasado cultural y a un ambicioso futuro definido por los ideales democráticos y liberales, pretende firmar un acuerdo humillante o ininteresante para nuestro país, España tiene suficientes caminos abiertos hacia el resto del mundo. Desde Estados Unidos y Japón, hasta Africa y el Próximo Oriente, pasando por América Latina, donde la experiencia todavía fresca del despegue industrial de una economía con un grado medio de desarrollo puede resultar muy útil.

Entiéndase que desde nuestro punto de vista la opción europea es irrenunciable y debe seguir siéndolo para cualquier Gobierno democrático de este país. Pero ese mismo punto de vista nos hace pensar que debe ser irrenunciable también para la propia Europa. Si el club de los comunitarios pretende tratar a España como a un país menor de edad a la hora de las negociaciones, debe entenderse que son ellos, no nuestro Gobierno, quienes están poniendo la primera piedra para hacer imposible en el futuro la realidad soñada por los padres de la idea de la Europa unida. Pues, dígase lo que se diga, tampoco Europa estará completa si le falta la Península Ibérica.

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