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SALAMANCA: TERCERA CORRIDA DE FERIA

El Viti mereció mejor despedida

Hay varios pasajes de esta corrida salmantina, en la que El Viti se despedía del público de su tierra, que merecen recuerdo y comentario.El primer toro es un perro y es una babosa. Extraña cruza, de acuerdo, pero en cualquier caso puede servir para que un torero con gusto derrame las esencias de la taurornaquia. Ya sabernos que muchos no son capaces de ello, pero este no es el caso de El Viti. Mediante ayudados torerísimos, se llega a los medios y dibuja el toreo en redondo. Maestría, suavidad, aplomo; temple y ligazón. De donde cada pase enciende el oié y la plaza se conmueve con la obra bien construida y bella. La segunda tanda es de prodigio y la rernata con cambio de mano, engarzado con el de pecho. Ahora, unos de costadillo. Posiblemente El Viti prueba de esta forma la embestida por el lado izquierdo, mas no se lo digáis a sus incondicionales, pues se ofenderían gravemente. Ellos juran que lo que hace es enseñar a embestir al toro. En realidad, el torillo no necesita que nadie le enseñe: por su cuenta acomete entregadito y sin problemas, y como El Viti está en punto de inspiración máxima, desgrana naturales largos y hondos, con precisión y ritmo. En una tanda, cambia el viaje y liga el de pecho sin solución de continuidad, con tanta maestría que nos, levanta de los asientos. En otra, el remate es un afarolado, pero sigue, en acabada ligazón: molinete con la izquierda, tres con ía derecha ayudados, trincherazos, uno de pecho. El tendido es un clamor.

Plaza de Salamanca

Tercera corrida de feria. Toros de Matías Bernardos (primero y tercero), desiguales de presentación y comportamiento, y el resto de Atanasio Fernández, mansos en general, el cuarto cinqueño. El Viti: estocada corta (dos orejas). Seis pinchazos y media atravesada (palmas y pitos). Niño de la Capea: pinchazo y estocada (silencio). Estocada (aplausos y saludos). Julio Robles: dos pinchazos y estocada corta (vuelta). Pinchazo y estocada caída (oreja).

El cuarto es cornalón y cinqueño. Un toro serio para la despedida de quien ha hecho de la seriedad su bandera. Echa las manos por delante al capote el atanasio; lo hace con violencia, y a la salida del lance se va a tablas, se cruza. Es un regalo. El Viti debió lidiarlo en el primer tercio, pero se inhibe, acaso porque su maestría se circunscribe al último, y sólo a ése. El cinqueño es reservón, no obedece al engaño que el diestro le ofrece con ambas manos, tira algún derrote peligroso. Después de varias intentonas y porfías, El Viti iguala y con el acero echa un feo borrón en su espléndida tarde.

El público pide con verdadera pasión la segunda oreja para Robles, en el sexto toro, y el presidente la deniega. Está en razón, porque el torero mató de un mal pinchazo y estocada defectuosa, y la faena no había merecido tanto. Arrecia una bronca fortísima contra el palco, mientras El Viti cruza la plaza. A ciertos públicos los califica -más bien los descalifica- la vehemencia con que exigen trofeos. Mala afición es aquella que da más importancia a una oreja que a la despedida de uno de los toreros más importantes de la época, el mejor del momento en cuanto a técnica muletera. Sólo cuando el veterano espada está cerca del portón de cuadrillas, la ovación acalla los gritos. El Viti saluda con brevedad y ceremonia, y se va.

La faena de Robles a este sexto toro ha sido buena, pero sobraron nervios y aceleraciones. Lo mejor del torero en la tarde es el quite por, chicuelinas a su otro toro: deja llegar, de frente; reposa el lance, o casi diríamos que lo languidece; baja las manos; el capote barre la arena y sus vuellos obligan a que el toro gire alrededor del diestro. Son tres chicuelinas de antología. Antes hubo buenas verónicas y rogerinas, Después vendrá una faena voluntariosa en la que Robles a veces desacompasa el muletazo y el toro se le viene encima. También aquí sobraban nervios y aceleraciones.

El segundo de la tarde se queda corto y el Niño de la Capeta dirige miradas furibundas al palco. En efecto, durante las varas había pedido cambio de tercio, que no le fue concedido. Al toro, bravo con el caballo, el picador le tapó la salida, dejándose empujar hasta los medios, donde se le enceló la res, la cual recibió fuerte castigo. El mal estuvo en los excesos de ese picador y en la pésima lidia, no en el presidente, que cumplía con su deber. El Niño de la Capea deberá aprender esta lección. Por supuesto que el toro apenas tenía recorrido, y lo mismo le pasó al quinto, que era inválido. En ambos casos el espada de las miradas furibundas y de soslayo trasteó voluntarioso.

Salvo excepciones, la corrida salió mansa y de feo estilo. Pero transcurrió con un interés sostenido y pasajes de especial relieve. Tal es el marco de la tarde histórica en que El Viti se despidió de la plaza de su tierra. Sus compañeros de terna quisieron solemnizarla brindándole un toro. El público, en cambio, no solemnizó nada: prefería pedir una oreja. Así de injusto y vulgar fue.

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