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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El debate socialista

LOS MESES transcurridos desde el 28º Congreso del PSOE han sido poco fructíferos en lo que a la clarificación y profundización del debate se refiere. No parece probable que, en las dos semanas que faltan para el Congreso Extraordinario, se produzca un cambio sustancial en el panorama. La pobreza de la discusión teórica e ideológica ha caminado en paralelo con la oscuridad o el disfraz del debate político y con la sorda lucha en el ámbito de las federaciones para elegir los delegados al Congreso.Después de que el llamado «sector crítico » convirtiera la cuestión del marxismo en el caballo de batalla del 28º Congreso, resultaba obligado que las diferentes corrientes socialistas hicieran un serio despliegue de posiciones teóricas en torno a ese tema. El resultado, sin embargo, no puede ser más decepcionante. Dos opúsculos publicados por los señores Castellano y Bustelo, y las conferencias y declaraciones del señor Gómez Llorente, han puesto de manifiesto la ligera impedimenta teórica con la que el sector crítico se ha lanzado al combate. Incluso desde un punto de vista exterior y acrítico, situado en un ámbito de conocimientos medios de la historia de las ideas, cabe aventurar que los celosos defensores de la definición del PSOE como partido marxista no son tanto rígidos doctrinarios como líderes políticos poco familiarizados con las ideas que dicen profesar, pero dispuestos a manejarlas con propósitos desnudamente prácticos. La «tercera vía» por la que caminan los mediadores entre «críticos» y «felipistas» parece también más empedrada de objetivos tácticos y de miras políticas que de tomas de posición teóricas serias. La decisión del profesor Tierno, cuyo papel en el 28º Congreso ha sido objeto de contrapuestas interpretaciones, de mantenerse al margen del conflicto se apoya en el curioso argumento de que sus opiniones de izquierda y su marxismo declarado podrían resultar discordantes en el Congreso Extraordinario y dificultar la reconciliación entre «felipistas» y «críticos». Esa actitud, como otras muchas a las que nos tiene acostumbrados el alcalde de Madrid, no resulta fácil de descifrar. Si el profesor Tierno teme la derrota, no dice mucho en favor de su audacia y de su entrega a las ideas esa discreta retirada. Y si lo que le produce miedo es la posibilidad de ganar, no faltará quien piense que su radicalismo teórico, aunque asuma la extraña forma de definir al marxismo como la ciencia del progreso, es una cortina de palabras para encubrir una práctica de signo opuesto.

En cuanto a los líderes agrupados en torno a Felipe González, la incompetencia teórica de sus adversarios no hace sino resaltar su debilidad para hacer frente al desafío ideológico lanzado por el sector "crítico". La confrontación de las ideas ha sido sustituida por improperios y ataques personales, razonamientos imprecisos y laxos y algún que otro lamentable juego de palabras (del estilo de «ser hoy marxista es ser antimarxista») que confunde la dialéctica con los trabalenguas.

Los socialistas se hallan situados, al comienzo del otoño de 1979, en una encrucijada abierta al suficiente número de caminos como para que cada posible estrategia tenga sus defensores más o menos capaces y más o menos sinceros. Las motivaciones psicológicas que pueden llevar a unos y a otros a proponer y defender distintos pro gramas es una cuestión totalmente marginal. El punto crucial es que el PSOE se ve abocado a elegir entre diferentes estrategias, y que la síntesis superadora es imposible en muchos e importantes terrenos. No se trata sólo, y ni siquiera principalmente, de problemas de organización, aunque la renuncia, el pasado mes de mayo, de Felipe González a constituirse en mediador de las distintas corrientes y la prohibición de las tendencias en el seno del PSOE descarten de antemano una comisión. ejecutiva de síntesis. En este aspecto, el Congreso Extraordinario sólo va a decidir cuál de las corrientes logra imponerse y qué margen de libertad se va a conceder a los derrotados, excluidos de los centros donde se toman las decisiones.

Ahora bien, la cuestión del camina hacia el poder y de las alianzas para conseguirlo es el verdadero punto neurálgico del conflicto. El progresivo alejamiento de UGT y CCOO en el campo sindical, el clima de desconfianza entre socialistas y comunistas en algunos ayuntamientos y las utópicas perspectivas de un Gobierno de coalición a plazo medio con UCD apuntan inequívocamente que la política de alianzas es el tema central, del que todos los demás son tributarios, que divide a los socialistas. La autonomía del proyecto socialista, en la que tanto insiste Felipe González, excluye indirectamente todo acuerdo con los comunistas que no sea para objetivos concretos y por tiempo limitado. Otros sectores del PSOE, en cambio, parecen inclinados a una estrategia de la unidad de la izquierda y se manifiestan resueltamente, en todo caso, en contra de una eventual coalición con UCD. Si el Congreso Extraordinario de finales de septiembre prescinde de las fintas y rodeos que unos y otros han prodigado para no llamar a las cosas por su nombre y se centra en la discusión de la política de alianzas, no sólo el PSOE, sino todo el panorama político español, ganará en claridad.

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