Godard en Sevilla

Unos extraños condicionamientos cinematográficos hacen que un género concreto sobresalga durante unas temporadas sobre los demás y se realicen múltiples subproductos encuadrables en él. Durante los últimos años, a los peplum siguieron los spaguetti-western, y a éstos, los espías, para llegar a la actual ola del cine erótico. Extendida a comienzos de la década de los setenta, téngase en cuenta que el primer desnudo del cine norteamericano corresponde a El prestamista (Sidney Lumet, 1964), como consecuencia del cambio de costumbres que se origina a partir de mayo de 1968; por evidentes razones de censura, esta moda llega a España con gran retraso y actualmente está en pleno apogeo. Dentro de la producción nacional, que realmente se mueve dentro de unos niveles ínfimos, de cuando en cuando aparece alguna película realizada con inteligencia. Basta pensar en Silvia ama a Raquel, (Diego Santillán, 1978) y, sobre todo, en este Frente al mar, estrenada en pleno mes de agosto en uno de los locales habituales de este género.Tras Manuela (1975), intento de adaptación de la novela homónima de Manuel Halcón, hecho sin la menor argucia, y que da como resultado una de las más insólitas películas nacionales, Gonzalo Garcíapelayo, siempre interesado por los temas andaluces, se lanza a un cine más personal con evidentes influencias de las películas de la primera época de Jean-Luc Godard. Bajos presupuestos, actores desconocidos, largos planos, sonido directo, continuas improvisaciones dan como primer fruto Vivir en Sevilla (1978). Un tono excesivamente «amateur» y un intelectualismo mezclado con la peor pedantería hunden completamente el intento. Ahora, con los mismos temas, de nuevo Andalucía, una estructura similar, varios personajes, idénticos actores, Miguel Angel Iglesias y Ana Bernal, y similares planteamientos estéticos, siempre Godard, en Frente al mar alcanza sus propósitos.

Tres parejas se reúnen para pasar un fin de semana en Chipiona, en una casa situada frente al mar. Las parejas se desnudan, se intercambian, hablan de sexo y de su experiencia, bajo la mirada, al principio y al final, del guionista José María Vaz de Soto. En lugar del tono pedante y «amateur» de su anterior trabajo consigue, tal vez por estar sometido a un guión ajeno, el tono documental que antes había buscado y no había sabido encontrar. La espontaneidad de los actores, tanto dentro como fuera de la cama, la cotidianidad de los diálogos, con un fuerte acento andaluz en los antípodas del implantado por el cine nacional, y su completa falta de pretensiones, como reclamo publicitario se rifa un viaje a Mallorca entre los asistentes, hacen del conjunto una interesante experiencia.