Política y rentabilidad: la lección de Guinea
Desde que el Gobierno franquista, por instrucciones del almirante Carrero Blanco, prohibió toda referencia a Guinea Ecuatorial, calificando el asunto de materia reservada, la tragedia del pueblo ecuatoguineano ha permanecido envuelta en un denso e inexplicable silencio. Tras la muerte de Franco y el levantamiento de la prohibición, en octubre de 1976, la prensa española recién liberada se abalanzó bruscamente al tema: el tiempo necesario para sacar a la luz pública el triste papel de Antonio García Trevijano y hundir para siempre sus aspiraciones de liderazgo político.Una vez logrado esto, pese a la publicación de documentos irrefutables y testimonios atroces -bastaría con recordar los libros de Mitongo (Guinea: de colonia a dictadura), Ndongo Biyogo (Historia y tragedia de Guinea Ecuatorial), García Dominguez (Macías, la ley del silencio) o Rafael Fernández (Guinea, materia reservada)-, la suerte de nuestro colonizados y ex compatriotas dejó de interesar a la clase política española y en especial a nuestros partidos de izquierda.
Las denuncias de Amnesty International, de las asociaciones de Derechos Humanos de Suiza y Bélgica, el dossier abrumador de la Sociedad Antieslavista londinense sobre el trabajo forzado y, más recientemente, el extenso y detallado informe de Robert Klinteberg Ecuatorial Guinea: Macías country, no suscitaron ningún eco en España. Peor aún: no han sido traducidos siquiera a nuestra lengua.
Una causa no rentable
Como en el caso de los palestinos, eritreos, camboyanos y un largo etcétera, la causa de las víctimas de Macías no es política ni electoralmente rentable. No importa que el despojo del pueblo palestino se prolongue desde hace treinta años: las verdades expuestas en el excelente libro de Roberto Mesa sobre el tema no han conmovido a los dirigentes de nuestro principal partido de oposición, preocupados ante todo por congraciarse las voluntades de sus mecenas y protectores de la República Federal. Que a la locura y el despotismo de los khmer rojos su ceda ahora la vietnamización forzada e instalación de colonos-soldados del «hermano mayor» de Hanoi, esta liquidación gradual, sistemática del pueblo camboyano cifrada, en decenas de millares de víctimas, deja fríos a los responsables del PCE. Que los movimientos de liberación marxista-leninista de Eritrea -país de una etnia, cultura, lengua y religión claramente distintas de la de los colonizadores etíopes- -sean aplastados hoy con armas soviéticas y del apoyo de consejeros militares cubanos en aras de la realpolitik, no perturba la buena conciencia en la que se adormece la totalidad de la izquierda.
Desapego e indiferencia
La evidencia se impone: sólo aquellos países o movimientos de liberación que disponen de potentes columnas blindadas o disfrutan de la protección del bloque soviético consiguen movilizar los espíritus y aparatos de propaganda. Guinea Ecuatorial no ha sido víctima de una dictadura sostenida por el imperialismo norteamericano, como Nicaragua, ni los grupos de oposición a Macías podían permitirse el lujo de invitar a visitar los míseros campos de refugiados, a expensas de un rico e interesado vecino, a quienes Enzensberger denominara con tanto acierto turistas revolucionarios. Contrastando con su ritual apoyo propagandístico a causas más útiles, la actitud del PSOE y PCE, tocante a Guinea Ecuatorial, ha sido de un desapego e indiferencia chocantes. El genocidio real -no imaginario- del pueblo ecuatoguineano no ha suscitado ninguna campaña de solidaridad y simpatía. Seis mil refugiados apátridas viven entre nosotros sin que los habituales denunciadores de dramas ajenos -perdón, de algunos dramas ajenos- hayan elevado la voz para atraer la atención sobre su desgracia y apuros. Como en tiempos de Franco, Guinea Ecuatorial ha seguido siendo materia reservada... para un puñado de especialistas. Nos encontramos, pues, una vez más, ante un caso flagrante de humanitarismo selectivo.
Hace poco más de tres años, al recuperar el derecho a la palabra, sostuve desde las páginas de EL PAIS la necesidad de un grupo de intelectuales independientes, capaces de asumir la defensa de las causas molestas, impopulares u olvidadas sin tener en cuenta criterios de rentabilidad. El escrito, en cuadrado en una organización política, decía, debe supeditar su juicio a consideraciones de orden táctico o estratégico: si quiere preservar su independencia e insiste en exponer sus opiniones, se le argüirá que cuanto dice podrá ser cierto desde un punto de vista ético, pero objetivamente inoportuno; por motivos de oportunidad, y, a fuerza de oír y acatar la lógica del argumento, advertía, el escrito acabará por volverse oportunista. Frente al previsible conformismo político moral que se cernía en el horizonte, sustentaba la utilidad del intelectual aguafiestas, a quien, por el hecho de no buscar votos ni perseguir promoción alguna, no le imrtase nadar a contra corriente y adoptar aquellas causas que, siendo o pareciéndole justas, no produjeran dividendos de ningún tipo.
Al expresarme as¡ no pretendo, claro está, que algunas de las banderas -no todas- esgrimidas por la izquierda oficial no sean correctas, sino que, en razón del consenso creado en tomo a ellas, los Estados mayores de los partidos y sus aparatos de propaganda disponen de muchos medios de airearlas sin necesidad de recurrir a los servicios del escritor comprometido tan sólo consigo mismo. Este las puede defender -y así lo he hecho yo, por ejemplo, siempre que se ha terciado la ocasión, respecto a las libertades y derechos humanos pisoteados por las dictaduras del Cono Sur-, pero dicha facultad se convierte en un deber tratándose de asuntos no rentables políticamente y situaciones peliagudas en las que, como se suele decir, uno no puede nadar y guardar la ropa a la vez.
Cobardía moral
Tristemente, los hechos han confirmado mis temores: la cobardía moral de los intelectuales presuntamente comprometidos es hoy un fenómeno bastante general, e incluso aquellos que elevaban la voz en los durísimos tiempos del franquismo parecen contagiados del conformismo ambiente y evitan cualquier salpicadura personal con prudencia y remilgos de saltacharquillos, interés, estrategias, presuntas actividades ideológicas sirven de criba a una izquierda cuya sensibilidad moral se adormece o despierta en función de criterios no digo políticos, sino geopolíticos. Basta conocerlos programas de nuestros principales partidos y recorrer las páginas de sus publicaciones y diarios para advertir que conviene hablar -y se habla- de ciertos temas, y no conviene -y no se habla- de otros. Se denuncia a determinadas dictaduras y empresas genocidas, y se silencian otras no menos monstruosas. Se escribe sobre Africa del Sur, Argentina, Nicaragua, Chile, incluso Checoslovaquia, y se omite toda referencia a Vietnam, Israel, Camboya, Guinea Ecuatorial. No importa que los métodos para mantenerse en el poder de los dictadores latinoamericanos al servicio de Washington sean exactamente iguales a los de los dirigentes afganos o etíopes al servicio de Moscú: los intelectuales «orgánicos» no quieren tú enterarse. La reciente liberación de Ben Bella se ha llevado a cabo sin que, con las contadas excepciones de siempre, nuestros hombres de izquierda hayan movido un dedo en su favor. Martha Frayde, Huber Matos y otros ex dirigentes revolucionarios cubanos siguen pudriéndose en las cárceles de su país y ninguna figura conocida del PSOE intercede por ellos.
Semejante daltonismo moral podría ser descartado como producto de la «mala conciencia» burguesa si no degenerara a menudo en ceguera política, como prueba lo ocurrido en Guinea Ecuatorial. Durante años, nuestra izquierda se ia negado a admitir que el genocidio de Macías no tenía nada que envidiar al de Somoza, y la explotación despiadada del «protector» norteamericano de Nicaragua, que emulaba el increíble de la riqueza ecuatoriana por parte de su homólogo soviético. Hoy, cuando el pueblo ecuatoguineano mira a éste con la misma hostilidad con que el nicaragüense juzga a aquél, y los compatriotas de Brejnev son abucheados en las calles de Malabo, el PSOE y el PCE tienen todas las razones del mundo de sentirse avergonzados y confusos. Son Suárez y la UCD quienes, a pesar del silencio cómplice que guardaron, aparecen de golpe como liberadores, El fracaso de la izquierda no puede ser más completo.
Interrumpiré estas reflexiones, aquí no sin apuntar que, aunque tarde, nuestros partidos de oposición podrían desempeñar, no obstante, en el futuro un pape positivo: el de contribuir a transformar, de acuerdo con las organizaciones de exiliados anti-Macías, la actual «revolución di palacio» de los deudos y servidores del ex dictador en un proceso di democratización que desembocan -después de un decenio de rapiña, asesinatos, torturas- en la liberación definitiva de Guinea Ecuatorial de cualquier «protección» imperialismo.
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