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La irrupción del PSA en Cataluña perjudicaría a la izquierda

Después de una reacción, que osciló entre moderada y nula, los partidos políticos presentes en Cataluña daban ayer por cerrado el debate suscitado por las declaraciones efectuadas anteayer a Diario de Barcelona por el dirigente del Partido Socialista de Andalucía (PSA), Alejandro Rojas Marcos, respecto a la inmediata proyección política de la inmigración establecida en Cataluña y al rechazo del PSA al actual proyecto de Estatuto de Autonomía de Cataluña.

Esta timidez por parte catalana a la hora de enfocar un problema muy real y concreto no es en absoluto nueva: prácticamente todos los programas de los partidos de Cataluña resuelven el tema en unas pocas y genéricas frases. Entre estas meras frases sobresale la de «Son catalanes todos los que viven y trabajan en Cataluña.» Usada reiterada y unánimemente, como antídoto para esa «espada de Damocles», que constituye el recuerdo de la demagogia obrerista y anticatalana de Alejandro Lerroux, utilizada por el Gobierno central, a inicios del presente siglo, para intentar yugular el catalanismo, tanto en su vertiente liberal como en la socializante y realmente obrerista.

La gravedad de la situación objetiva -infinitamente más deficada de lo que fue a principios de siglo- debería incitar a reflexiones y planteamientos de mayor profundidad. De entrada, cabe exponer dos puntos objetívos de reflexión: primero, los actuales datos migratorios respecto a Cataluña; y, en segundo lugar, la actual situación política y electoral catalana.

Los inmigrantes andaluces

En el primer aspecto, vemos, según precisan los datos estadisticos oficiales, que en el decenio 1960-1970 la provincia de Barcelona recibió a un total de 1.225.000 inmigrantes procedentes del resto de España. De ellos, unos 700.000 procedían de Andalucía (exactamente 269.000 de Andalucía occidental y 430.000 de Andalucía oriental); las otras regiones ofrecen cantidades mucho menores: 135.000 aragoneses, 124.000 murcianos y 122.000 extremeños. Las cifras reales son, sin duda, muy superiores; a ellas hay que añadir, por otro lado, los datos relativos a los últimos nueve años.En el mismo decenio 1960-1970, y siempre según fuentes oficiales, el porcentaje de población catalana autóctona era sólo un 53% en la provincia de Barcelona, un 70% en la de Tarragona, un 72% en la de Gerona y un 76% en la de Lérida. El porcentaje de población autóctona de Barcelona y provincia es el más bajo de España, después del de Madrid y provincia (sólo un 50%), pero con la decisiva salvedad que las dos terceras partes de la inmigración establecida en Madrid, en dicho decenio, procedía de la propia comunidad histórica de Castilla y León.

Estos datos no tienen parangón posible con los propios del momento histórico en que se dio el «lerrouxismo». Como también es ahora incomparable la situación económica catalana con la de aquel momento histórico. Hoy estamos en plena crisis, con todo lo que ello implica en cuanto a paro, disolución social y receptividad a la demagogia.

La mayoría izquierdista

Veamos el segundo punto considerado. Lerroux fue, como dijimos, y como hoy queda ya fuera de duda, un bastión, basado en la demagogia, en contra del catalanismo y del auténtico obrerismo progresista. Todos los sectores catalanistas lo han relacionado con los «fondos de reptiles», presuntamente existentes entonces en los gobiernos civiles. Los temores de entonces eran una victoria electoral catalanista (que, por cierto, no pudo ser evitada). Ahora el hipotético temor a una victoria electoral catalanista carece totalmente de base: la operación Tarradellas ya ha dado, en sus dos años de existencia, una plena sucursalización de la vida política catalana, de la cual son fiel reflejo los últimos resultados electorales y pueden serlo aún en mayor grado los venideros. Pero, por ahora, en Cataluña hay una mayoría de izquierdas. Los socialistas y comunistas poseen más del 50% de los votos.Ese voto de izquierdas puede ser debilitado si un pedazo de su electorado -que comprende la totalidad de la inmigración- es atraído por el PSA. Unos pocos miles de votos pueden convertir la leve mayoría de izquierda en un cuarenta y tantos por ciento. Señalemos a este propósito, que es el mismo PSA que votó la investidura de Suárez el que ahora ataca frontalmente al proyecto de Estatuto logrado por todos los parlamentarios catalanes, pero destina proyectiles específicos -precisamente en las declaraciones de Rojas Marcos- contra el PSUC y el PSC-PSOE.

La gran incógnita del 15 de junio de 1977 era el voto de la inmigración. Pujol -hay que recordarlo ahora- intentó atraérselo aliándose con el PSA, en una operación infructuosa que siempre tuvo mucho de utópica, cuando no de surrealista. UCD hizo lo mismo con su «diputado gitano», que hoy milita en las filas del PSOE. El PSUC también pensó que su presencia -durante años en solitario- entre la clase obrera inmigrada le daría un voto inmigrado masivo.

El PSC-PSOE llevó a cabo entonces una campaña aún relativamente catalanista. El origen catalanista de sus principales dirigentes (Reventós y Obiols, sustancialmente) aún pesaba. Pero la presencia de Felipe González en la pequeña pantalla rompió todos los esquemas y superó todo lo que podía depender de las operaciones entre bastidores o de los matices entre nombres y apellidos catalanes o de inmigrantes. Así, pues, aquel 15 de junio, el electorado inmigrado votó PSC-PSOE, lo cual determinó, en los meses venideros, la progresiva incardinación o dependencia del socialismo catalán, originariamente autóctono y catalanista, en el PSOE. Dentro de aquel voto de la inmigración, puede ahora darse a conocer una revelación sorprendente. Resulta que un profesor universitario del partido de Pujol, especializado en cibernética, comparó, con relación al Bajo Llobregat, comarca habitada masivamente por inmigrantes y feudo comunista durante el franquismo, los votos socialistas y comunistas de cada disfirito electoral con el año aproximado de llegada a Cataluña de los inmigrantes que habitaban cada zona. Resultó que el proletariado menos, sedimentado y menos integrado -el llegado en los últimos diez años o quince años- daba masivamente su voto al PSC-PSOE (de hecho PSOE) y el proletariado inmigrado con mayor integración lo daba al PSUC (y más al PSUC que al PCE). En síntesis, pues, una posible aparición del PSA en el panorama electoral catalán podría afectar aun más al PSC-PSOE que al PSUC.

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