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Reportaje:

Libertad total para la música electrónica en la Unión Soviética

A la URSS llegó ya la música electrónica. Como no podía dejar de ocurrir, ha debido coexistir con la música clásica y superar la tenaz prohibición de las autoridades, que hasta hace algunos años se resistían a que el pop, el rock o la salsa se escucharan en las radios o en las calles de las ciudades soviéticas. Según cuenta Craig R. Whitney, del New York Times, ya esa música se interpreta abiertamente. Recientemente, por ejemplo, el británico Elton John electrizó a la juventud de Leningrado con sus conciertos rockeros.

En un sótano de la parte baja de Moscú -escribe Whitney-, en un apartamento que perieneció al compositor ruso Scriabin a fines del último siglo, jóvenes compositores soviéticos ofrecen conciertos semanales de música electrónica.En la Casa de la Caltura de Moscú, en la parte sureste de la ciudad, Alexei Lyubimov, un pianista de 32 años, interpretó recientemente obras atonales originales de John Cage, el compositor abstracto norteamericano. Para producir estos sonidos heterodoxos, Lyubimov preparó convenientemente el piano, que sonaba como si fuera un bongo. La audiericia -formada por una mezcla de estudiantes y adultos- estaba fascinada, aunque algunos abandonaron la sala. Todos, sin embargo, escucharon sonidos que antes les habían estado vedados.

Este año, por otra porte, en el teatro Octubre, también de la parte baja de Moscú, los músicos soviéticos celebraron el primer festival de jazz, protagonizado tan sólo por rusos. Al anunciar la actuación de un cuarteto de Estonia, el presentador indicó: «En Estados Unidos dicen que el jazz de la costa occidental es más frío. Desconozco qué clase de jazz hacen en VIadivostok o en Magadan, pero sí estoy seguro que el jazz del Báltico es gélido.» En el mismo festival, Rein Raap, un pianista desgarbado, de pelo largo, apareció vestido al estilo de Keith Jarret, el conocido artista estadounidense.

En tiempos de Stalin, los músicos soviéticos no podían interpretar las composiciones dodecafónicas de Schonberg, Webern o Stravinsky, o, simplemente, el jazz occidental. Sin embargo, en estos momentos los artistas han traspasado los límites impuestos hasta lograr que hoy en día la música sea la menos restringida de las artes en la Unión Soviética. «La literatura», comentó un violinista, «es diferente, porque es un arte mucho más delicado.»

Los cambios se han producido lentamente, y de manera gradual. Aunque nada está prohibido en las pequeñas salas de conciertos, las instituciones más prominentes, como el Ballet Bolshoi, siguen siendo baluartes del conservadurismo.

Una figura clave en el renacimiento musical soviético, Gennady Roshdestvensky, director de orquesta, organizó, en la pasada Semana Santa, la primera interpretación del Mesías, de Haendel, que se ejecutaba desde la revolución de 1917. Pocos días antes fue estrenada en el conservatorio Tchaikovsky La pasión de san Lucas, una obra dodecafónica del compositor soviético Krzysztof Penderecki.

La nueva situación la comenta Lyubimov recordando el escándalo que produjo en 1974 su primera interpretación de obras de John Cage. Sin embargo, este año él ha podido estrenar sus propios experimentos en un ambiente favorable. Alfred Shnitke, otro compositor de vanguardia, se ha beneficiado de esta clase de acogida tan liberal y da sus conciertos ante audiencias que luego brindan con él y le felicitan.

Los conciertos de música electrónica o de vanguardia no se anuncian con profusión, pero la gente está atenta y acude a ellos. Lo que tienen que afrontar los intérpretes es la mentalidad burocrática de los encargados de las salas de conciertos, que a veces amenazan con cerrar sus locales a cualquier intento de experimentación. Lo que ya no pueden hacer es prohibir que se interprete música electrónica.

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