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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La política económica exterior y la conferencia de La Habana

Director del Centro de Estudios de Economía Internacional

Con la vuelta del presidente del Gobierno de su gira iberoamericana se ha confirmado que España va a estar presente, como país observador, en la conferencia de países no alineados que va a celebrarse en La Habana a principios de septiembre.

La polémica que la «filtración» de las gestiones del Gobierno español para hacerse invitar a tal reunión ha supuesto, ha tendido a enfatizar los aspectos políticos de la decisión de ir a La Habana y las disensiones en el seno de UCD respecto al tema.

Yo creo, sin embargo, que la polémica no debe situarse a ese nivel sino al de nuestra política exterior, que navega cada vez más desorientada y precisada de ayudas de países económicamente solventes y de organismos económicos internacionales. Ir a La Habana no significa políticamente nada de lo que hubiera significado participar en las reuniones de no alineados convocadas por Tito, Nasser y Nehru cuando se inició el movimiento tercermundista, y cuando las relaciones internacionales seguían insertas en un sistema bipolar en que los bloques del Este y del Oeste se mostraban como alternativas precisas a las que sólo unos pocos afortunados escapaban: Suiza, Suecia, Austria, etcétera. Desde entonces para acá ha habido un desplazamiento de las relaciones conflictivas internacionales desde la tensión Este-Oeste de los años cuarenta y cincuenta a la relación Norte-Sur, léase ricos-pobres, actual y, como pudo ya verse en fa V cumbre de los «no alineados», celebrada en Colombo en 1976, los conflictos no eran, ya, los de expresar un «no alineamiento», sino de aprovechar la circunstancia para lanzar acusaciones a diestro y siniestro.

Es por eso que ir a La Habana no significa ahora ya gran cosa, pues lo que puede salir de allí es muy poco, teniendo en cuenta que todo el mundo sabe ya muy bien de qué pie cojean los que estarán allí reunidos pacíficamente o en forma vociferante.

No se me ocurre, desde luego, que España vaya a ser de los vociferantes, y me pregunto qué se le ha perdido a España en una arenga internacional que no es propia.

Y creo que aquí hay muchas equivocaciones que conviene aclarar: ir a La Habana no significa acercarse o separarse más o menos de la OTAN hasta la Rumania del neados figuran desde el Portugal de la OTAN hasta Rumania, del Pacto de Varsovia; ni significa tampoco que ello nos dé más posibilidades de convertirnos en la cabeza de Iberoamérica, pues quien haya cruzado el Atlántico con cierta frecuencia sabrá que Latinoamérica dejó de ser Hispanoamérica desde la batalla de Ayacucho, por más que los gobernantes españoles sean recibidos cortésmente cada vez que van por allá.

Ir a La Habana significa, en cambio, que nuestra política exterior va sin rumbo fijo y que el Gobierno no sólo no acaba de tener ultimada la versión definitiva del programa económico, sino que fuerza una profesión de independencia respecto a los -países desarrollados con los que hacemos más del 65 % de nuestro, comercio exterior, y que en nuestra obstinación por ir a La Habana -un coqueteo tercermundista injustificado que luego se desdice por las estadísticas de nuestros intercambios económicos- no es, desde luego, que nuestra política exterior deba ser llevada a cabo por las cancillerías de los países poderosos, pero cuando estamos llamando a la aldaba del Mercado Común y cuando se ve claro que sólo podremos salir del marasmo económico en el que estamos con ayudas de los países que ahora objetan nuestra ida a La Habana, asistir a la conferencia de la capital cubana es una muestra más de la desorientación de la política exterior y de la política económica exterior del Gobierno.

Vistas nuestras actuales coordenadas de país de la OCDE y de país del grupo de los ricos de la UNCTAD, decir que España no debería estar en La Habana dentro de unas semanas no responde a ninguna ideología conservadora, sino a la convicción de que sólo mostrando una imagen internacional coherente este país podrá empezar a encontrar un puesto -por pequeño que sea- en el concierto o el desconcierto, si se prefiere, de naciones.

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