Dos programas del Ballet Nacional Español
Después de sus actuaciones en Granada y diversas presentaciones en América y Europa, con particular incidencia en el Festival de Spoleto, llegó el Ballet Nacional Español a la plaza Porticada. Como es natural, puso en escena idéntico repertorio, esto es, el que hasta la fecha tiene montado. Y aún me parece que ha transcurrido poco tiempo desde la creación del Ballet por la Dirección General de Música hasta su puesta en circulación. Antonio Gades, director de la formación, inicia sus programas reponiendo coreografías de los que él mismo denomina genuinos creadores. Así, hemos vuelto a ver el Concierto de Aranjuez, de Pilar López (1952), las Melodías, vascas, de Mariemma (1955), y la Fantasía galaica, de Antonio (1956), a lo que hay que añadir Bodas de sangre, del propio Gades, aplaudidas en Santander en 1975, y otra pieza basada en Lorca, El rango, de Rafael Aguilar. Esto y la tradicional parte de flamenco (en algún caso excesivamente larga), amén del Fandango soleriano, coreografiado por Mariemma, ha supuesto dos sesiones de triunfo completo: por los llenos y por las ovaciones, salvo alguna pequeña disensión en El rango. En verdad, el trabajo de todos -solistas y cuerpo de baile- muestra una disciplina sin rigidez, tocada. por evidente gracia expresiva. No creo que tarde mucho el Ballet Nacional Español en alcanzar la perfección necesaria que lo convierta en digno y estable sucesor de cuantos intentos y realizaciones le antecedieron en la historia. Por lo pronto, la deseada conexión con el gran público ya se ha producido. Y ensayos como el de El rango apuntan hacia inquietudes de signo actual, aunque se parta de ideas, argumentos y expresiones hondamente españolas. Todo es conciliable. Pienso, por ejemplo, en el trascendente hispanismo de Bejart al montar A la recherche de Don Juan, sobre palabras de san Juan de la Cruz y música de nuestro Renacimiento. Pienso en la necesidad de impulsar la creación de nuevas obras o la balletización de partituras existentes. También en la recuperación de títulos apenas representados (Esplá y El contrabandista, Rodolfo Halffter y Don Lindo de Almería, Pittaluga y La romería de los cornudos, Bacarisse y Corrida de feria, Infante y La tertulia, Mompou y La casa de los pájaros, Serra y Doña Inés de Castro, Gerhard y Don Quijote, Bautista y Juerga, por citar sólo algunos). Incluso la búsqueda en el pretérito de ballets ajenos a lo folklórico, pero bien insertos en la Europa de su tiempo, como es el caso de Vicente Martín y Soler, el valenciano que colaborase con Catalina II. En menos palabras: Sergio Diaghilew dejó sentado cómo se impulsa un ballet para convertirlo en importante instrumento de cultura, en representación y síntesis de las artes. El secreto es convocar, hacer obra colectiva.Dos "ballets sobre Lorca
Uno de los grandes, definitivos, aciertos de Antonio Gades como coreógrafo es, sin duda, su versión de Bodas de sangre, según adaptación de Alfredo Mañas, trajes de Nieva y música guitarrística de Emilio de Diego, salvo la sorpresiva irrupción, en un momento dado, de Mi sombrero, la popular canción de Perelló y Monreal. Difícil de llevar al ballet -como lo demuestra la versión del Sadler's Wells Theatre, de 1953, coreografía de A. Rodríguez, música de Ivor-, las Bodas de Antonio Gades constituyen- una sorpresiva traslación, escénica y danzada, de la obra lorqueña, en la que resta vivo todo el espíritu y entera la intención poética.
En cuanto a La Casa de Bernarda Alba, llevada a la danza anteriormente por Iván Tenorio y Barroso (y que hemos visto en Madrid al Ballet de Cuba) o por Kenett McMillan, sobre música de Frank Martin, en Las hermanas, la solución de Rafael Aguilar, coreógrafo, figurinista, me parece de gran belleza. Los recitados, a cargo de María Asquerino, y la juntura de canto gregoriano y la guitarra de Emilio de Diego sirven una síntesis plástica de la pieza de Lorca, cargada de significación emocional y evidenciadora de valores opuestos: los que producen la tragedia. Honor confundido con autoridad, rango montado sobre la ruina, glorificación de lo convencional frente a lo vivo, imposición de la regla sobre el natural instinto amoroso.
Galicia, Aranjuez, Vasconia
Tres imágenes españolas, basadas en la danza popular -folklore campesino y ciudadano, cortesano y popular-, dan lugar a tres espléndidas partituras, de las cuales sólo la Fantasía galaica, de Halffter, nació como ballet por encargo de Antonio. Pero resultó fácil a Mariemma hacer bailar las Diez melodías, de Guridi, y a Pilar López poetizar los pasos del célebre concierto para guitarra, de Rodrigo. Los resultados, una vez más, fueron espléndidos, como alcanzó calidad la parte flamenca -zapateados, fandangos, guajiras, farrucas, alegrías, seguiriyas.... todo el cante y el baile popular de Andalucía-.
Lucha Gades contra el vedetismo y dispone su compañía de manera que los mismos papeles puedan ser desempeñados por distintos intérpretes. Quede, pues, constancia de los solistas: Aranda, Cerezo, González, Hernando, Horos y Villena, entre ellas; José Antonio, Juan Antonio, Güito, Manolete, Mata y Romero, entre ellos. A lo que ha de sumarse un conjunto de veinticuatro bailarines. Cantaron Merce y Gómez de Jerez, y tocaron Emilio de Diego y Antonio Solera. Excelentes los figurines de Cortezo, Aguilar y Viudes.
Babelia
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