Curro Méndez y un picador, heridos "menos grave"
A mitad de corrida habían sucedido un montón de cosas. Hombre, no naturales, suertes de arte y esas maravillas, pero el espectáculo se desarrollaba en la plenitud de incidentes y emoción que quiere la lidia, y eso -a salvo los percances sufridos pror un torero de a pie y otro de a caballo- es bueno.La degeneración del espectáculo se produce en cuanto a la gente sólo le importa de su resultado si hubo orejas o no. «¿Cuántas orejas se han cortado?» Ayer hubo una, pero, por lo general, en Madrid la contestación tiene que ser «ninguna». El interlocutor hace entonces un gesto de desdén y comenta: «Lo de siempre, en los toros; para ver una corrida buena tienes que ver mil malas.»
Y no hay tal cosa. En tiempos, cuando la fiesta era el espectáculo nacional y exclusivo, que apasionaba hasta el punto de que llegaba a convertirse -apropiémonos, por unos instantes, de la frase- en opio del pueblo, apenas se cortaban orejas y en Madrid este trofeo constituía algo insólito, rara vez visto. El argumento de la lidia, brillante o no, pero siempre pletórica de emoción, era suficiente para dar carácter y categoría al espectáculo.
Plaza de Las Ventas
Cinco toros de Javier Moreno de la Cova y el cuarto de García Romero, todos muy bien presentados, serios, bien armados, difíciles (mejoró algo el quinto). Devuelto por cojo el tercero, salió un sobrero de García Romero, que cayó en el último tercio y hubo de ser apuntillado. El Hencho: Media delantera y descabello (palmas y pitos). Media estocada tendida y cuatrodescabellos (algunos pitos). Dos pinchazos, media atravesada y rueda de peones (bronca). Curro Fuentes: En el quinto, único que pudo matar, estocada caída (oreja). Curro Méndez, que confirmó la alternativa. Dos pinchazos y se acuesta el toro. Méndez, herido, pasó a la enfermería (la cuadrilla da la vuelta al ruedo). Partes facultativos: Curro Méndez sufre cornada de doce centímetros en tercio superior muslo izquierdo, hacia fosa isquiorrectal, que produce destrozos en músculos elevador y semimembranoso; pronóstico menos grave. El picador Laureano Castillo sufre fractura en tercio inferior de pierna izquierda y, contusión en mano derecha; pronóstico menos grave. Presidió sin acierto el comisario Castro.
Tal fue y debió seguir siendo siempre la corrida de toros. Claro que, si, además, los toreros conseguían ejecutar las suertes con arte, los toros salían bravos y nobles, la tarde se llenaba de aciertos, aquel espectáculo alcanzaba niveles asombrosos de belleza. ¿Corrida buena o mala? Con que sea corrida auténtica, ya es mucho, y si además alcanza rasgos de arte excelso, será la maravilla. La monserga de las orejas, que además no siempre se conceden con oportunidad, es el símbolo que consuela y conforta a los mediocres y sólo a ellos.
De estas corridas argumentadas y emocionantes es un ejemplo la del domingo. Toros serios en el ruedo -dificiles, además, hemos de apresurarnos a matizar- y toreros con responsabilidad y oficio, protagonizaron el festejo. El primer toro, que obedecía al engaño, pero que a veces se quedaba en el centro de la suerte, le pegó una cornada a Curro Méndez, en el curso de su faena valentona, algo afeada por la forma exagerada con que adelantaba el pico de la muleta. Herido y todo, Méndez se zafó de las asistencias y de sus propios compañeros, que querían llevarlo a la enfermería (sangraba ostensiblemente) y entró a matar dos veces. La afición tomó buena nota de su pundonor.
El segundo, el cuarto (cinqueño aparatoso de García Romero) y el sexto desarrollaban sentido, probaban y derrotaban al embestir, buscaban con peligro a la salida de cada muletazo, y El Hencho, que intentó faena en las tres ocasiones, tuvo que cortarlas precipitadamente y recurrir a un trasteo de aliño para evitar la cornada, que se adivinaba segura. Buena parte del público, desaforado y audaz, protestó, con lanzamiento de almohadillas incluido. Queremos creer que no sabía lo que se hacía, para evitar calificarlo de injusto y cruel. El Hencho había estado en torero y no se le podía exigir más.
El tercero desmontó, a pesar de ser cojo, y el picador se fracturó una pierna en la caída. Dos cojos en el ruedo, pero en seguida no quedó ninguno, porque al hombre lo llevaron las asistencias a la enfermería, y al animal, los cabestros al chiquero. Salió de sobrero un tremendo garciarromero, con apariencia de cinqueño, muy serio y cuajado, el cual se desbarató al derribar. Curro Fuentes pidió el cambio de tercio, a lo que no accedió la presidencia, y el resultado fue que nada más iniciarse la faena se derrumbó el toro, no hubo modo de incorporarlo, y tuvo que apuntillarlo Agapito.
El quinto, ejemplar de trapío y muy armado, como toda la corrida, embestía, que ya es decir. Y pues, embestía, lo aprovechó Curro Fuentes para torear con valor en redondo y por naturales, muy bien rematadas las series con excelentes pases de pecho. Como mató de la primera estocada, hubo oreja, que exhibió en la vuelta al ruedo con manifiesta alegría -buena falta le hacía el trofeo- y en medio del alborozo de quienes, si no ven orejas, no son felices. En el toro siguiente un importante número de espectadores (seguramente abundaban entre ellos los orejistas) la emprendió a almohadIllazos con El Hencho. Esos espectadores pusieron en evidencia que no habían sabido ver al toro (tremendamente peligroso) y si no supieron ver al toro, no estaban capacitados para juzgar al torero, ni pudieron entender la corrida. En fin, que pasaron la tarde en blanco y, encima, dieron la nota.
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