El dictador transformó a su país en un "campo de concentración"
Hasta 1968 había alrededor de 40.000 trabajadores nigerianos establecidos en Fernando Poo. Gran parte de ellos eran ibos, oriundos de Biafra, que huían del hambre y la guerra civil. Al concluir ésta en 1969, la mayoría, temiendo represalias por parte de los vencedores, resolvieron permanecer en la isla. Pronto la situación resultó intolerable, y cuando un centenar de ellos fueron asesinados por la Guardia Nacional de Macías por haber reclamado un aumento de salarios, cerca de 20.000 prefirieron repatriarse.El Gobierno nigeriano intentó negociar un nuevo acuerdo para reclutar 15.000 sustitutos. Pero antes de la firma del mismo sobrevinieron incidentes en el curso de los cuales perecieron nueve trabajadores nigerianos y la embajada de su país fue asaltada por bandas de la Juventud en Marcha con Macías. Para poner fin a lo que el Gobierno de Lagos denominó «cadena ininterrumpida de provocaciones y humillaciones», los 10.000 trabajadores que aún quedaban recibieron la orden de abandonar la isla. La evacuación fue acompañada de escenas de asesinato y pillaje. Y, al concluir, la población total de Fernando Poo pasó de 60.000 a 20.000 habitantes, esto es, a un tercio de la censada ocho años atrás.
Para reemplazar. la mano de obra nigeriana habrá que recurrir a la leva de trabajadores procedentes de Río Muni. En enero de 1976, Macías ordena el envío de 2.000 campesinos por cada uno de los diez distritos que componen la provincia continental. El método de reclutamiento no puede ser más expeditivo: se detiene al número correspondiente de civiles y se les traslada a la fuerza a las plantaciones de cacao de Fernando Poo. Meses más tarde, el presidente publica un decreto conforme al cual toda persona de más de quince años queda sometida al programa de «rehabilitación económica de la República».
Los datos reunidos por la Antislavery Society muestran a las claras que las condiciones de trabajo forzado actualmente practicado en la isla no difieren mucho de las empleadas por los españoles en los primeros tiempos de la colonia.
El trabajador no recibe salario alguno: sólo veinte kilos de arroz, cuatro litros de aceite de palma y cuatro kilos de pescado mensuales. Esta ración fija no tiene en cuenta el número de parientes del «beneficiario» que dependen de ella para subsistir. Las condiciones de trabajó son draconianas. La jornada laboral dura de las seis a las dieciocho horas sin interrupción. El control es severo y abundan los casos de malos tratos, apaleamientos, violaciones, brutalidad, incluso asesinato: una muchacha que mordió la oreja del guardia que intentaba violarla fue sujetada por los compañeros de éste mientras el «agredido» introducía lentamente un tizón en la vagina de la desdichada. No hay servicio médico ni libertad de comunicar con las familias. Los trabajadores, concluye la Antislavery Society, son patrimonio del presidente y éste se sirve de ellos en su personal beneficio.
A pesar de las medidas rigurosas adoptadas para impedir la evasión del país -confiscación de barcas, patrullas fronterizas, etcétera-, el número de refugiados ecuatoguineanos aumenta constantemente. Según estadísticas de la ONU, hay 60.000 en Gabón, 30.000 en Camerún, 6.000 en España, 5.000 en Nigeria y grupos menores en diterentes países africanos y europeos.
Ello da una suma total de más de 100.000 expatriados: algo más de un tercio de la población total del país en el momento de la independencia. Aunque una parte había abandonado su patria por motivos económicos antes de 1968, el sistema de terror de Macías ha convertido a estos emigrados temporales en exiliados permanentes, reducidos a la precaria condición de apátridas y víctimas de la explotación despiadada de los países huéspedes.
«Los emigrados de Guinea Ecuatorial», escribe Klinteberg, «constituyen quizá la mayor proporción de exiliados en la historia de las naciones modernas. No obstante, apenas se oye hablar de ellos. Permanecen en la oscuridad, como un silencioso fardo para las autoridades de Gabón, Camerún y España: un problema de refugiados olvidados por casi todo el mundo, excepto por ellos mismos.»
Elogio de Hitier
La realidad brutal de la República de Guinea, transformada por Macías en el «campo de concentración de Africa», ha intentado ser encubierta sin éxito con el barniz de un discurso «progresista». El alineamiento de la política exterior del presidente con la de los Estados «socialistas» (URSS, China, Cuba) y su uso frecuente de eslóganes antioccidentales («¡Abajo el imperialismo y el neocolonialismo! ») no pueden, sin embargo, engañar a nadie. Macías visitó, en 1977, China, Vietnam y Corea del Norte, pero los modelos políticos reconocidos por el mismo son Amin Dada, Bokassa, Franco y Adolfo Hitler, de quien hizo el siguiente elogio en la conferencia constitucional del 3 de noviembre de 1977: «Considero a Hitier como el salvador de Africa. Cometió errores porque era humano, pero su propósito era acabar con el colonialismo en el mundo entero.»
En líneas generales, su régimen, aunque oficialmente marxista-leninista, responde a las coordenadas esperpéntico-literarias del tirano de Valle-Incián: al descubrir, por ejemplo, que una de sus amantes mantenía trato sexual con un ciudadano de Guinea-Conakry, rompió inmediatamente sus relaciones con este país. Sus castigos monstruosos a los habitantes de la isla de Annobon, a quienes privó de vacuna anticolérica durante la epidemia de 1974, probablemente para vengarse del hecho de que en 1968 hubieran votado contra él, ocasionando con ello la muerte de casi el 50% de los mismos, arroja una luz todavía más cruda sobre la paranoia del personaje.
La caída del tirano no supone necesariamente el fin de la tiranía: el odioso papel desempeñado por el flamante presidente del Consejo Revolucionario Militar en la represión de su pariente y protector Macías es buena prueba de ello. El silencio exterior contribuye a perpetuar el terror a costa del pueblo ecuato-guineano. Como declaraba un refugiado, tras haber informado a un periodista de cuanto ocurría en el país: «Sé muy bien los riesgos que corro y tengo mucho miedo, sobre todo por los miembros de mi familia que no han podido salir. Pero correrían los mismos peligros aunque me callara. La situación es tan mala que no puede empeorar si le digo lo que he visto. Hay que decir la verdad sobre Guinea Ecuatorial, para que todo el mundo se entere y deje de dar a Macías la protección del silencio. »
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