Thatcher sugiere el fin de las sanciones británicas contra Rodesia
Gran Bretaña se convertirá en el primer país occidental que levante las sanciones a Rodesia, según se desprende de unas inesperadas declaraciones hechas por la primera ministra británica, Margaret Thatcher, en Australia y que han cogido por sorpresa no sólo a la oposición laborista, sino a un buen número de diputados conservadores.En una conferencia de prensa celebrada al término de una visita oficial a Canberra, donde mantuvo conversaciones con su colega australiano, Malcom Fraser, la señora Thatcher no ocultó sus intenciones de no mover un solo dedo para conseguir la renovación de las sanciones al régimen de Salisbury.
Naturalmente, la líder conservadora tuvo buen cuidado de disfrazar sus manifestaciones en el contexto de la política parlamentaria. «Cualquier intento de renovar las sanciones -que expiran el próximo noviembre- no contaría con el apoyo de la actual Cámara», fueron las palabras escogidas por la primera ministra. Pero ya se sabe que a buen entendedor... Y no es dificil prever y entender el verdadero sentido de los deseos de la jefa del Gobierno.
Las declaraciones de la jefa del Gobierno contrastan con la actitud mucho más cautelosa en torno al tema expresada recientemente por el secretario del Foreign Office, Lord Carrington, y hasta ahora sólo ha complacido al Gobierno de Zimbabwe-Rodesia y a su dirigente, que se detendrá el Londres, camino de Washington, la próxima semana, lleno de moral por la actitud de Londres.
Sin embargo, no es difícil predecir que los estados africanos van a adoptar una postura extremadamente crítica en la próxima conferencia de la Commonwealth. Dándose cuenta de ese peligro, Thatcher ha negado que el levantamiento de las sanciones vaya a constituir un reconocimiento de facto del régimen rodesiano. Este tema, dijo, constituye «una cuestión compleja» y su estudio se demorará durante cierto tiempo.
Para la oposición y para muchos diputados del ala moderada conservadora, la no renovación de las sanciones a Salisbury contribuirá a irritar a las naciones africanas y del Tercer Mundo, desagradará profundamente en muchas capitales occidentales y reducirá extraordinariamente las posibilidades de llegar a un acuerdo negociado de toda la cuestión rodesiana.
Igualmente, privará al enviado especial del Gobierno británico en Africa, Lord Harlech, de un buen argumento para forzar a Muzorewa a iniciar conversaciones con los líderes de los movimientos nacionalistas. Habrá que esperar a ver las explicaciones que ofrece a todos estos interrogantes la impredecible señora Thatcher.
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