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Sobre Europa y España

Las elecciones europeas para la Asamblea de Estrasburgo han vuelto a poner sobre el tapete lo que se venía llamando «una cierta idea de Europa». Porque ciertamente Europa, la Europa que se está construyendo, es, por lo pronto y esencialmente, una Europa económica y, como mucho, política, y probablemente tiene que ser así y debe ser así. Pero ¿esto es Europa?Europa está situada entre dos grandes formas de entender la vida absolutamente extrañas a ella: la americana, asentada sobre la idea de mercado, y la de la mal llamada Europa del Este, en donde más o menos siempre han primado la tiranía y el espíritu de sumisión. Ambas realidades han desteñido incluso sobre esta vieja Europa, y, en cierta medida, la han deshecho; para rehacer Europa habrá que volver a sus raíces: una primacía de lo espiritual sobre lo material, una decidida defensa contra la dinámica propia de todo Estado a invadir la sociedad entera y a modelar las conciencias, una resistencia a concebir al hombre en la única dimensión de lo económico, el sentido del individuo y de la privacy, la primacía de lo estético sobre lo funcional y lo útil, la pluralidad de familias ideológicas. Europa va desde Sófocles a Sartre o Dreyer, pero, por ejemplo, como ha visto muy bien el historiador Le Roy-Ladurie, no tiene que ver nada con Solyenitsin, que «es sin duda un hombre admirable, pero no pertenece a nuestra tradicción», contrariamente a Dostoievski, sin embargo, que precisamente recoge y encarna la tradición europea incluso cuando se alza contra lo occidental, contra la Iglesia de Roma, por ejemplo, Pero ¿acaso la leyenda del Gran Inquisidor no se genera entre cátaros, bogomilitas y franciscanos de izquierda y p asa luego a Rusia a través de la Transilvania y ese movimiento bogomilita, concretamente?

Europa va desde Carlomagno a Voltaire y desde Otón y Hamlet a Hegel o Marx, que luego se nos ha devuelto y se nos ha impuesto tan rusificado. Por esto es por lo que en Checoslovaquia, por ejemplo, que sí es Europa, se quiso encontrar el famoso rostro humano del socialismo, es decir, el rostro europeo de Marx. Mas, ¿sobre qué idea de Europa va a construirse ahora Europa? ¿Puede todavía el cristianismo, siquiera laicizado, ser de nuevo la gran idea europea? La cuestión será discutible en la medida que. se quiera, pero es obvio que esta piedra angular tampoco puede rechazarse.

Lo terrible en cualquier caso es cómo y de qué manera podrá llevarse a los europeos esta conciencia de serlo. Con la incorporación de Grecia a la Comunidad Europea entran el aceite de oliva y los frutos secos, y se ha dicho que también Esquilo, y que los mass media pueden hacer mucho para que las gentes sepan quién es y lo que significa, pero yo no estoy tan convencido. La verdad es que para conocer a Esquilo, o a quienquiera que sea, no hay otro camino que leerle, y que los mass media están condenados por su esencia misma -«Kierkegaard dixit», y los hechos han venido a confirmarlo en gran medida- a falsear o trivializar cuanto tocan, especialmente los medios audiovisuales, si no escapan a las categorías del éxito y de la aceptación y a los otros condicionamientos económicos. ¿Cómo podrá competir Esquilo con un best seller americano fabricado para ser devorado? ¿Y puede soportar acaso el hombre de la civilización del consumo la carga del pensamiento europeo, puede acercarse siquiera a su sensibilidad de siglos y preocuparse por el matiz, ese quicio de lo espiritual y lo cultural? ¿No estamos condenados a balancearnos, a nivel de masas, entre los-best sellers y los catecismos, esas dos formas de expresión de los dos grandes poderes políticos y económicos?

¿Y España? España ha tenido tres grandes oportunidades europeas: el erasmismo, la Ilustración y el intento pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza, y los tres fueron barridos. Pero no solamente por los que el propio Erasmo llamaría «los hombres oscuros», sino porque la piel española parece dura para las novedades, y el cuerpo social hispánico ha resistido siempre su impacto. Cluny mismo y el Cister, a pesar de conquistar tan esplendoroso éxito visible, fueron espléndidos fracasos espirituales aunque dejaran un rastro de hermosura en la arquitectura y en las artes plásticas sobre todo, como el rastro de un sueño que no pudo cumplirse. Y, sin embargo, en esta España creo yo que han cuajado más que en toda Europa los influjos de esas dos cosmovisiones y talantes no europeos: los americanos y los del Este, los best sellers y los catecismos, la civilización consumista y de mercado y la idea del Gobierno tiránico como remedio absoluto a la injusticia.

¿Es que España no es Europa? Según se mire, sí y no. Pero, ahora, no es cosa de entrar en este examen, sino de hacernos otras preguntas más perentorias y melancólicas. ¿No va a ser para nosotros, los españoles, una tarea más difícil que para otros países europeos la reedificación de nuestra conciencia europea? ¿Acaso sabemos siquiera quiénes somos, y no estamos en esta misma hora oscureciendo y lacerando alegremente nuestra propia conciencia española?

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