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Segovia, entre el marqués de Lozoya y "Lo que el viento se llevó"

Ángel S. Harguindey

El pasado lunes concluyó en Segovia la tradicional Semana de Cine, dedicada en esta última edición a la cinematografía norteamericana. Francisco de Paula Rodríguez, director de la Semana, tuvo el acierto de seleccionar las películas típicas de un país típicamente cinematográfico y que las generaciones jóvenes no tuvieron la oportunidad de ver en su día, bien porque no habían nacido, bien porque entonces la Iglesia, la familia y el Estado nos protegían a todos de su moralidad, calificándolas de «1», «2», «3», «3R» ó «4» (gravemente peligrosa).

Para que se hagan una idea más exacta señalemos que el sábado por la noche se pudo ver West side story, de Robert Wise, y el domingo, a modo de traca final, Lo que el viento se llevó, de Victor Fleming, realizada en 1939, inmediatamente después de haber hecho la adaptación de El mago de Oz, con Judy Garland y W. C. Fields, entre otros.Contemplar, cuarenta años después de su realización, las tres horas y cuarenta y cinco minutos de la apasionada, bella, inteligente y sutil obra en la que Clark Gable amaba con locura a una Vivian Leigh pizpireta, dominadora y siempre admirable, y hacerlo en un cine-teatro con tanto sabor, color y olor como el Cervantes, de Segovia, era un espectáculo de los que merece la pena vivir. La copia era dificiente, como señaló el propio director de la Semana en el intermedio, pero nadie protestó, porque en.la pantalla la vida y el ingenio, el pacifismo sincero y el amor por las tradiciones surgía a más velocidad de la habitual de veinticuatro imágenes por segundo. El público -el 50% del abarrotado aforo se había vendido para los jóvenes que se desplazaron desde Madrid- reía cuando había que reír (tantas veces como en la mejor película de Woody Allen, Manhattan); se emocionaba cuando la piel se erizaba, pese al calor reinante (tantas veces como en Novecento, de Bertolucci, con la ventaja de que la última media hora seguía siendo una historia de seres vivos y no de ideologías mixtificadas), y lloraba hacia adentro cada vez que moría una niña en la pantalla, o un caballero del Sur (Trevor Howard) demostraba una vez mas su impotencia frente a los mercantilistas triunfadores, los pioneros de Wall Street. En resumen: 12.120 localidades vendidas en ocho días, puesto que Lo que el viento se llevó tuvo que repetir proyección el lunes a taquilla agotada, organizado por un hombre sensible que ya comienza a pensar la próxima edición de su Semana de Cine en Segovia.

El mejor homenaje al marqués de Lozoya

Pero Segovia es también una bellísima ciudad que se encuentra a 96 kilómetros de Madrid (una hora en coche, por el túnel de peaje, y dos estupendas horas en cualquiera de los numerosos tranvías ferroviarios, a 177 pesetas el billete), y lo es, sin ninguna duda, por la labor que a lo largo de su dilatada vida realizó un vitalista erudito enamorado de su ciudad, del arte en general y de la tradición en su sentido más puro, es decir, sin demagogias: el marqués de Lozoya. Gracias a sus desvelos, la Segovia amurallada se conserva casi como se fue construyendo a lo largo de los siglos, es decir, desde que los romanos construyeron ese espléndido Acueducto, maravilla de turistas y expertos y agonía de conductores ligeramente ebrios. La iglesia de los Templarios, el sepulcro de San Juan de la Cruz, a un kilómetro de Zamarramala, pueblo vindicativo por excelencia, puesto que el día de Santa Agueda (5 de febrero) se organiza una fiesta estupenda, ordenada, dirigida y asumida por las lugareñas, una de las cuales es elegida alcaldesa por un día, pero sin regalos de electrodomésticos. Pues bien, todo eso más la catedral, la iglesia de Santa Cruz la Real (con 5.000 pesetas y un maestro pedrero se arregla el hueco de la deliciosa fachada), la cueva de Santo Domingo el anacoreta, la antigua Fábrica de Moneda y muchas más cosas se deben, al menos en su conservación, al marqués de Lozoya. El mejor homena.je que le pueden rendir quienes hoy detentan el poder es continuar su obra y obligar a la fábrica de loza, a la de borra y al Ayuntamiento (lo ocupa un hombre de UCD) a que el Eresma baje en verano tan limpio como en invierno. Al fin y al cabo, unos filtros depuradores no cuestan mucho y todos los que paseen por sus riberas podrán pensar que el tiempo se detuvo antes de la industrialización salvaje.

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