Congreso de literaturas españolas
He podido convivir unos días con los escritores que en Las Palmas de Gran Canaria se han reunido para tratar de la producción y demás problemas de la literatura en nuestra lengua. En esa avanzada de la Castilla medieval, que nació como ensayo y puente para el descubrimiento de América, se reúnen escritores de las dos orillas atlánticas y uno se encontraba no tanto con problemas de la labor creadora, que es individual, en definitiva, sino con el del contorno social que siempre ha condicionado y siempre condicionará al escritor.En la liberal España del rey Juan Carlos, bajo la presidencia del americano Onetti, uno de nuestros mejores narradores, se reúne un centenar de escritores. No hay consignas, ni organización casi. Allá van los diálogos donde quieren los Interlocutores. De cada ponencia responde el autor.
A veces la discusión es amena y ligera, como la que oímos sobre el cine a cargo de R. Muñoz Suay, A. González León, Manuel Puig y Severo Sarduy. O el peruano Carlos Germán Belli informa sobre poesía. O Abel Posse, argentino, nos hace ver lo difícil que es conservar una tradición.
Pero cuántos problemas surgen en cada aula. Se nos escapa en estos momentos dramáticos una comunicación sobre la literatura de Nicaragua por Ernesto Megía Sánchez, que dejó hace tiempo su patria. Y exiliados argentinos, uruguayos, chilenos, presentan sus agravios contra las dictaduras que en sus países persiguen, eliminan y hacen desaparecer a escritores.
Estos nos descubren que el exilio es una manera de comunicación en la dirección América-España, antes menos usada que la otra. Carlos M. Rama nos da algunas cifras: unos 120.000 refugiados hispanoamericanos viven ahora en España, de ellos quinientos intelectuales, y de cien a 120 escritores. Es una respuesta en realidad incomparable a la multitudinaria presencia de españoles, exiliados o no, intelectuales o no, en la América de nuestra lengua. Esos perseguidos tienen un derecho bien ganado a ser bien recibidos, y aceptados con cariño, como lo hemos sido tantos españoles en los países fraternos de allá.
En los días del congreso de Las Palmas no dejaban de influir en él los acontecimientos exteriores. Nuevo agravamiento de la desesperada situación de Nicaragua, nuevos asesinatos en Madrid de guardias civiles cuando iban pacíficamente de paisano, sin contar las idas y venidas de los dirigentes de la política mundial, que se mueven para mover a sus peones en el tablero.
Y así uno se da cuenta de que junto a la labor creadora y autónoma de estos escritores que vemos aquí, y que liberalmente nos obstinamos en creer personal, fruto de la omnímoda voluntad, está esa presión de los condicionamientos sociales, de la historia política, que nunca cesa, y que sigue en la lucha por el dominio del planeta, ensayos de la tercera guerra mundial, y en ellos corta por la mitad las casas y familias, los gremios, y este mismo congreso de escritores.
Ha bastado que un exiliado cubano haya pronunciado una apasionada requisitoria sobre la libertad del escritor en Cuba para que los frentes se hayan encrespado y en la sala haya surgido la protesta airada, que al cabo toma forma en la petición del novelista peruano Manuel Scorza, para que se dedique una sesión especial al tema de El escritor y la revolución.
No era hábil, ni sin duda justo, poner en el mismo plano a Fidel Castro y a Pinochet, pero no dejaba de tener su patetismo la petición de la familia del poeta Heriberto Padilla para que se le deje salir de Cuba, planteada en la misma borrascosa sesión.
Al ocuparnos de literatura, al admirar a escritores de cuya ideología hacemos abstracción, no nos dejamos guiar sólo por la estética. Las ideologías, las religiones, aun en lo que nos parece acaso fanatismo, tienen su atractivo, y el espíritu abierto y liberal se deja llevar en mayor o menor grado por ellas cuando son sentidas con pureza y sinceridad.
Pero ahí están los dos bandos, las dos superpotencias, con sus banderas. A mí no dejaba de atraerme que el ecuatoriano Jorge Enrique Adoum se levantara tenso contra «el imperialismo norteamericano». Como que esa América se ha quedado para sí el nombre de un continente entero, dejándoles a la antigua América española el compuesto híbrido de «Latinoamérica», que se ha vuelto irremediable: es Latinoamérica lo que ha perdido su parte en el nombre continental.
Y así la divisoria entre las dos superpotencias, esa amenazadora frontera, pasaba por la mitad del Congreso, y dejaba a un lado a Somoza y al otro a los cubanos en Angola o Somalía. También pasa por las mismas Canarias, y por la visita en estos días pasados del ministro de Estado de Estados Unidos a Madrid, y por el Sahara occidental, y entre Marruecos y Argelia.
¿Somos unos locos los que vemos las ventajas y los inconvenientes de los dos bandos, y no nos decidimos, y si nos decidiéramos, no cerraríamos los ojos?
En el congreso vemos con satisfacción a todos hablar y a todos pregonar su verdad, y nos parecería muy mal que en este congreso que se ha organizado en tierra española y por entidades españolas se intentara una intervención política que quisiera dirigirlo y utilizarlo.
Nuestra ruina política, la fragmentación de nuestro mundo, las líneas y frentes de las superpotencias zigzagueando en él, nos ofrecen el consuelo de la libertad, la fantasía, la creatividad. Por algo la literatura en nuestra lengua está viva y productiva, en un mundo donde es difícil seguir creando.
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