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Reportaje:

La III Feria del Libro de Vallecas, una alternativa al negocio cultural

El nombre oficial de la plaza es de Puerto Rubio, pero en Vallecas todo el mundo sabe dónde está la plaza Vieja, y es, sin duda, uno de los lugares donde más se manifiesta ese ambiente un tanto pueblerino, apartado de la gran ciudad. Hay más hitos que dan idea de la personalidad propia de los vallecanos: son los habitantes de la pequeña Rusia de la posguerra, los que celebraron como un éxito político el triunfo del Rayo Vallecano sobre el Real Madrid, los protegidos protectores de monseñor Iniesta, Umbral, Luis Pastor. Los vallecanos también son madrileños por un espíritu de solidaridad ciudadana, no en balde en esta gran barriada es donde se ha acogido a mayor número de inmigrantes sin problemas de integración, «porque todos somos trabajadores».La Feria del Libro ayuda a afirmar esa identidad de barrio pobre y con iniciativas. Sólo cuatro librerías existen en Vallecas: Burgos, Julia Sanz, Bulevar y País, más la editorial El Taranto (colección de poesía Nos queda la palabra, a sesenta y 75 pesetas los ejemplares), complementadas por varias asociaciones culturales. Como las casetas cuestan más dinero del que pueden disponer, los libros se exhiben en paneles, sujetos por cuerdas elásticas horizontales. Toda la feria apenas ocupa uno de los ángulos de la plaza. Queda sitio para la instalación de un escenario, en el que actúan los grupos de rock, muchos de ellos vallecanos, los folklóricos y las manifestaciones improvisadas. El martes, un grupo de ecologistas y antinucleares llenó la plaza con música de tambores y gritos de «Lo nuclear empieza a asesinar», refiriéndose a la muerte de la joven Gladis del Estal, muerta en Tudela, mientras el heterogéneo público de la plaza les miraba, habituados a este tipo de actos improvisados.

En el triángulo de los libreros participan también colectivos venidos de otros barrios de Madrid, como los de la Alcayata, o francotiradores como Francisco, el viejo anarquista, 77 años, parlanchín, que prefiere no dar su nombre completo para ahorrarse problemas con la cámara de la propiedad del libro, como él la llama. Francisco es escritor, editor, librero y vendedor ambulante, todo junto. Sus libros: una biografía de Cipriano Mera, del que fue compañero; Soneteando, conjunto de sonetos en los que alaba o pone a parir a diversas personalidades políticas, según su color; El Parnasillo y otros, están editados por editorial Las Nubes, editorial Dale-Cata-Pum, Anarcos, etcétera, todas ellas no registradas legalmente, por supuesto. Francisco abomina del negocio del libro como artículo de consumo y piensa que Vallecas es uno de los barrios madrileños que más personalidad tiene. En esto coincide con Paco Serrano, de la librería Bulevar, que lleva ya ocho años trabajando en Vallecas y se muestra asimismo de acuerdo con la idea de descentralizar la Feria del Libro: «Esto no está montado como un negocio, sino como una alternativa cara al barrio y fuera del barrio, para que participe todo el mundo que quiera. La gente responde bien. Todos los días hay actos programados y la gente viene. Además, esta zona es tradicionalmente un centro de reunión habitual de los vecinos y aquí se desarrollan actividades creativas que hacen ambiente. El lunes hubo un concierto de rock, seguido por otro de música popular, y fueron las mismas personas, jóvenes y adultos, las que los presenciaron, y nadie se fue». La feria se completa con una serie de actos colaterales que también atraen gente, de fuera y del barrio. El martes y el miércoles se reunieron en una fiesta de fraternidad los andaluces que viven en Vallecas, y que son la mayor parte del cuarto de millón que tuvieron que salir de su tierra y buscar trabajo en la capital. El día 13 será el poeta andaluz Luis Rosales quien saboreará el homenaje que le dedican sus paisanos.

Para desembocar en la plaza se puede entrar por el paseo de los bulevares, que son demasiado pequeños para ser unas ramblas, pero que tienen su encanto. Por la periferia de los bulevares y de la plaza, funciona al aire libre y sin complejos clandestinos el mercadillo del hachís, el producto más normal, aunque buscando un poco se puede encontrar cualquier cosa.

En el centro de la plaza, tres municipales se fuman un pitillo y observan la minimanifestación antinuclear, cuyos componentes ya han conseguido que parte de la chiquillería suba al tablado a bailar. La plaza Vieja es, sobre todo estos días, la otra cara de la moneda, porque en Vallecas también existen bandas de navajeros, de marginados, que optan por lo establecido legalmente como delincuencia, sin otros adjetivos, y a veces puede ser peligroso salir solo, o sola, por la noche.

La feria del Libro de Vallecas, tiene asimismo un componente de denuncia ante el oficialismo con que todos los años se monta la Feria del Libro madrileña, sea en el Retiro o en la Casa de Campo. Un librero de San Blas, que no está en Vallecas, pero que afirma que sus planteamientos son comunes al resto de los libreros modestos de barrio, declaró ayer a EL PAIS su oposición a la feria centralista, concebida como negocio, sobre todo, para las editoriales, y propone su descentralización y retirada de aquéllas. La feria central debería ser sustituida por otras que se celebraran en cada barrio, en las que participaran autores y público en general, todo dentro de una política cultural promovida por el Gobierno y los partidos políticos, sobre todo los de izquierda, quienes, «hasta ahora, no se han preocupado demasiado por impulsar una dinámica cultural verdaderamente popular en los mismos».

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