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La subasta de "El Quexigal" supera las previsiones de la casa de remates Sotheby's

Casi 65 millones de pesetas se movieron en las dos primeras sesiones de la subasta de El Quexigal celebradas el viernes, día 25, y organizadas, por encargo de la familia propietaria, los Hohenlohe, por la firma inglesa Sotheby's. Pinturas, por un lado, y mayólicas, por otro, fueron el objeto de una ceremonia casi secreta, en la que participaron dos grupos de personas bien diferenciados: de un lado, en la subasta de pintura -donde las piezas más baratas estaban por el medio centenar de miles de pesetas, y las más caras se valoraban en millones-, la gente que indiscutiblemente se considera bien: aristócratas más o menos acostumbrados a la fotocolor de Peñafiel, miembros de las familias burguesofinancieras y de los despachos de inversión de los bancos, anticuarios profesionales y coleccionistas particulares, informadores y snobs en general, gente bien vestida, poco habladora, de saludó discreto y que llevaba la raqueta con su número para las pujas de la subasta con la soltura de los acostumbrados elegantes. Por otro lado, cuando ya el güisqui carísimo del buffet era una marca de separacíón, y unos pocos negociaban cifras, pagos y transportes, un público nuevo, del que alguna señora decía que «eran todos los chamarileros de Madrid», venían a buscar, seguramente con dinero en metálico, las piezas de cerámica española, que subieron de modo sorprendente, esa loza del siglo pasado, muchas veces estropeada, dla más antigua casi siempre restaurada.Para llegar a El Quexigal, donde antes hubiera una granja que ahora se ve como un palacete construido en esa rara belleza austera del siglo XVI español, planeado ya para siempre por Juan de Herrera, hay dos caminos, y uno de ellos pasa por El Escorial. Entre la jara, que el viernes estaba ya florida, uno va encontrando huellas de la historia de esta casa en venta: las simas peladas de la sierra de Guadarrama llenas de cabras, flacas, peinando el paisaje, y que, con las cepas que empiezan a renacer, ya dentro de la finca, explican en vivo la razón de ser de ésta y las otras granjas: el mantenimiento de esa corte monástica, ignaciana, que fue el monasterio de San Lorenzo. Arriba del puerto, la torreta que dicen es de seguimiento de ovnis, y qué otra cosa se puede seguir desde aquí que no sea algo místico, es una nota de modernidad contra el pastor intemporal, contra la parrilla escurialense. Un centenar de coches, casi todos grandes, en esta primera hora de las cinco de la tarde. Algunos con matrículas exóticas, muchos con chófer -hombretones grandes a los que luego veríamos cuidar los perritos pequeños del tópico- pasaron por el zontrol de la Guardia Civil, en el puerto. La subasta se retrasó una hora.

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El arte en algunas cifras

Bajo un toldo blanco con la marca inglesa bien visible, esa especie de tribunal trajeado y serio, mitad arte mitad Finanzas, cuya voz era Edmund Peel, el gerente de Sotheby's de España, concedía con un gesto de juez, con un golpe de martillo, el cuadro más o menos maravilloso, más o menos disputado, más o menos caro. Entre esas quinientas personas devotas estaba un representante del Ministerio de Cultura, que, cuando los periodistas de EL PAIS nos volvimos a Madrid, no había ejercido aún su plenipoder de compra sobre ningún lote, pero que llevaba, junto a la credencial, muchas atentas notas para presentar a la Dirección General del Patrimonio.

No se ha dado precio de salida. En el catálogo -que hacía justicia a unos cuadros más que a otros- figura la valoración en pesetas y aproximada de cada lote, y la sala empezaba a pujar a partir de un valor medio conocido por las ofertas por escrito. Hay sólo tres o cuatro cuadros que se queda la mesa, porque hay ofertas superiores, escritas y previas, contra la sala. Y absolutamente ninguna loza. Muchas piezas salen en la mitad de su valor estimado. Otras sobrepasan el doble. Pero Edinunid Peel, al final de la sesión, está afónico y contento. «Se ha vendido todo. No esperábamos tanto.» Y ya en el primer día se han tocado casi esos cien millones de pesetas que se consideraban el valor global. La serie de lozas, porcelanas y mayólicas son, al fin, la verdadera sorpresa. «Lo que más nos gusta», ha dicho Edinund Peel a EL PAIS, «es que han venido algunos museos y algunas fundaciones. No puedo decir los nombres porque son confidenciales.» También hay -y todos lo saben- inspectores de Hacienda, marchantes, altos profeslonales, médicos importantes, algún juez. Y si algunos vienen de paseo, otros observan. Todos discretos, muy discretos.

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