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Cuatro mil participantes acabaron la Maratón Popular de Madrid

Madrid celebró el domingo la segunda maratón popular, con participación de 6.954 inscritos, de los que unos 4.000 llegaron a la meta tras cubrir los 42,195 kilómetros del recorrido en un plazo máximo de cinco horas y media. La mejor preparación de los concursantes con respecto al pasado año fue la nota destacada. Finalizó la carrera un 9% más de atletas que en la primera edición.

El grueso de los corredores llegó a partir de las cuatro horas y media después de haberse dado la salida. Los datos oficiales aún no se conocen por la complejidad de las cifras, pero puede estimarse que en las primeras cuatro horas no llegaron a mil los que entraron en la meta. Los doscientos primeros clasificados, que recibieron premios especiales, hicieron la carrera en tres horas y cuarto o menos; entre éstos no se encontró ninguna mujer y, sí un chaval de dieciséis años y dos hombres de más de cincuenta.La victoria correspondió a un atleta casi desconocido, Vicente Polo, que tras hacer la carrera junto con Antonio Baños le superó en 44 segundos, con un tiempo de 2-23-14, que se convierte en mejor marca de la maratón popular de Madrid. Baño acusó la carrera que recientemente disputó en Guatemala pero ello no desmerece el triunfo de Polo, que acusó molestias en los últimos cinco kilómetros.

Cuando Polo llegó a la meta, la cola de la carrera estaba en el kilómetro diecisiete, consecuencia lógica de la diferencia técnica que caracteriza las carreras populares. Esto originó grandes atascos en Madrid, ya que el paso de la carrera tuvo siempre prioridad sobre el tráfico. Conductores que intentaron pasar interrumpiendo a los corredores y haciendo caso omiso de las indicaciones de la Policía Municipal, que en bloque puso todos los medios a su alcance para el buen desarrollo de la prueba, acabaron con sus vehículos abollados. Fueron los propios espectadores quienes se indignaron ante esas «demostraciones de fuerza».

Muestras solidarias del público hacia los corredores fueron muchas y variadas. Hubo desde quienes lanzaron frutas desde los balcones hasta los que se cansaron de subir y bajar de su casa a la calle para abastecer a los deportistas de agua e incluso quien compró, imprudentemente pero con buena voluntad, caramelos para ofrecerlos espontáneamente. Muchas personas siguieron la carrera en bicicleta y algunas con ánimo solidario, ya que en cestas portaron botellas de agua, cuyo contenido renovaron en los puestos de avituallamiento. De cualquier manera, y especialmente aquellos que no ofrecieron nada, los ciclistas obstaculizaron numerosas veces a los corredores, sobre todo cuando aún no se había estirado la carrera o cuando el público formó un estrecho pasillo para animar a los atletas.

A lo largo del recorrido hubo dos zonas en las que se prodigaron los abandonos. Una primera en la Ciudad Universitaria -kilómetro diez-, que supuso el fin para aquellos que salieron sin entrenamiento, y una segunda en la M-30 y calle de Méndez Alvaro -pasado ya el kilómetro treinta, porque ese punto era precisamente el más dificil de superar en la carrera, puesto que es entre los kilómetros treinta y 35 cuando sobrevienen las «pájaras» en la maratón.

La organización de Mapoma (Maratón Popular de Madrid) en la carrera superó la del pasado año. Esta vez no faltó agua cada cinco kilómetros y las esponjas fueron reponiéndose en los puestos una vez usadas por los primeros en carrera para que pudieran ser utilizadas por los que seguían detrás. No hubo que lamentar ningún accidente grave entre los corredores. La Cruz Roja, que montó un excelente servicio de urgencia, sólo tuvo que atender casos de rozaduras, calambres o síntomas de fatiga en el hospital de campaña instalado en la meta. Sólo se echó de menos un mejor servicio volante de sanidad que aliviase las molestias de algunos participantes, sobre todo a partir de los veinte kilómetros.

Este año hubo descalificaciones para aquellos que en determinados puntos «atajaron» el recorrido, especialmente en la Ciudad Universitaria, ya que hubo un tramo que invitaba a la trampa al variarse el trazado de la carrera en la víspera para no pasar por delante del palacio de la Moncloa por razones de seguridad. Para que no variara la distancia de los 42,195 kilómetros, de la Castellana se llegó a Francisco Silvela por Vitruvio en vez de por Joaquín Costa.

Todos los que llegaron a la meta recibieron una camiseta como obsequio. El diploma podrá recogerse a partir del próximo mes, en la calle de Salitre, 43, sede de Mapoma.

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