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Estética de la violencia

Manuel Vicent

En el sector norte funcionan los crematorios con una rentabilidad aceptable. En un garaje se ha montado una maquinaria de depuración, un antiguo horno de pan adaptado al nuevo rito, conectado a una fabriquita de pasta para sopa que en media hora convierte al enemigo en sebo y poco después sale el demócrata por un tubo en forma de jabón de tocador, gel para baño, detergente de colada, lubrificante de motor diesel. La materia prima es recogida en plena calle, mediante embudos nocturnos. Grupos de jóvenes con el occipital rapado, ángeles rubios de retablo gótico, con manoplas, látigos de cadenillas, barras de hierro y bates de béisbol peinan, el barrio más conflictivo con un jeep descapotado, seguido por un camión de la basura.El ojeo comienza al atardecer. Los basureros no matizan demasiado, se limitan a recoger cualquier ciudadano que duda. En efecto, lo que más les excita es la duda, esa pasión decadente que te puede delatar en un gesto, en una mirada huida, en un meneo de caderitas con las nalgas prietas o en un ademán ambiguo. Sólo algún demócrata muy nuevo puede pasar inadvertido, pegado a la fachada con la respiración contenida, mirando de reojo el coche escoba que viene por detrás cargado con la cosecha de la jornada, aporreados cuerpos de masones con mandilillo, rojos, enfermos mentales, ecologistas antinucleares, artistas, curas progresistas, psiquiatras, periodistas canallas, intelectuales, homoxesuales, un gran alijo de muñecos de cartón con sus peponas legítimas que es transportada hacia el horno.

Un cabeza de huevo, profesor de filosofía materialista, huye por el carril sólo bus cruzando el nuevo paraíso camino del este del Edén, perseguido por la chica de Terry con fusta y correajes, radiante sobre la jaca blanca. El último cabeza de huevo se refugia en una cafetería. Las patas de la yegua hacen estallar la cristalera y bajo la ráfaga de vidrios allí lo cazan. Unos karatekas idealistas lo conducen al lavabo para que vomite los juicios morales y después lo acaban a puñal. Es una violencia que no está destinada a mover tu compasión, sino tu admiración.

Este vértigo purificador tiene un atractivo irresistible para una parte de la juventud, la estética de la violencia espartana ha enganchado una leva de adolescentes dorios que se duchan con agua fría, no fuman, se arremangan el antebrazo musculado por los tensores y se afeitan el mentón cuadrado con una cuchilla tan afilada como la ira patriótica. La revolución de Mayo dejó un rastro de piojos, guitarras, caramillos, largas pelambreras, harapos de pantalón vaquero en las escalinatas de las grandes ciudades. Ese residuo estético, incluyendo las chinches del hippy, fue muy pronto asumido por la clase media con tarjeta de crédito, que lo convirtió en una moda de galerías. Esa moda ya se ha podrido.

Sobre el estercolero de la sociedad ahora germina la otra, que ejerce en la masa amorfa el encanto de la selección de sementales. Estas flores de edelweis exhiben un perfume de agua brava, la pureza terrorífica de la nieve negra hasta inundar progresivamente las calles. La clase media puede cumplir ahora otra vez su misión histórica y convertir con el mimetismo la moda parchís en la fiebre de la oca. Se empieza por los símbolos, los brazaletes, los diseños de boutique escogida que vende instrumental racista para colgar entre las tetillas. Es una fascinante aventura humedecida por el erotismo de la redención. Cuando esa nueva moda selecta, que está entre el bíceps de gimnasio y la arrogancia del espíritu, invada el mercado y penetre sutilmente en la conciencia colectiva, la clase media se alineará en los bordillos de las aceras para aplaudir al camión de la basura, que lleva el cargamento de cartón hacia el horno. Entonces el idealismo ya será como un collar de bisutería fina. Y las elegantes doncellas rubias se lavarán con el jabón de un antiguo demócrata.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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