Anticoncepción
Ya se sabe que los ucedistas y variedades adláteres se oponen al aborto con virulencia y fervor: bueno, no discutamos más el tema por ahora. Los ucedistas y pedúnculos varios, gentes todas de bien, no se oponen al aborto sin más, así, cerrilmente, sino que ofrecen alternativas razonables, claro está. Hablan, por ejemplo, de la transformación de la sociedad, de un nuevo mundo que ya no rechaza a las madres solteras, en donde éstas y sus niños pueden vivir chapoteando en un magma de discreta felicidad. Luego resulta que la embarazada es despedida del trabajo, o que la ya parida no puede encontrar una guardería para compaginar empleo e hijo, o que si la encuentra resulta tan cara que le devora todo el sueldo. Pero estas cosas, te dicen, son problemas de reajustes y, en definitiva, en donde hay que poner el énfasis es en la anticoncepción. Con una anticoncepción racional y extendida, no más abortos, proclaman.Claro que si se mira bien, la anticoncepción actual ofrece métodos siempre deficientes. La píldora, por ejemplo, cuyos efectos secundarios se están empezando a descubrir ahora, porque la primera generación de consumidoras de píldora está cumpliendo los cuarenta, y es ahora, con la ayuda de tales conejillos de indias, forzosos y a millones, cuando se empieza a hablar de la posible incidencia de los estrógenos en la predisposición al infarto, de las retenciones de líquidos, de las deficiencias circulatorias, del yo qué sé. Y el esterilet, sin ir más lejos, ese aro de cobre inocente que se incrusta en el útero, y que a veces provoca perforaciones o infecciones que bordean lo mortal. Y los productos químicos que irritan las mucosas, que ulceran, que degeneran tejidos. Todo esto, sin hablar de los posibles fallos, de los embarazos a destiempo: no hay, pues, ningún anticonceptivo ideal. Pero los ucedistas y demás hierbas son gente de mirada altiva, acostumbrada a abarcar horizontes sin descender a los detalles: y para ellos los anticonceptivos parecen ser infalibles y perfectos.
Dicen que con una correcta planificación no se llegaría nunca al aborto y, enamorados de sus propias soluciones, se dedican a prometer todo tipo de ayuda. Hace un año, el ministro de Sanidad se responsabiliza de montar ochenta plannings- centro de planificación- por toda España, de hacer propaganda de la anticoncepción por televisión, de incluir un apartado de planificación en los Presupuestos Generales y, para mayor regocijo, promete llevar a cabo todo esto antes de terminar el año 78. Pero el 78 se fue, el 79 se nos escurre entre las manos, y de los ochenta centro, vaticinados con tal algazara y trompeteo sólo se han abierto tres, con funcionamiento harto precario: en el de Madrid -en Vallecas-, por ejemplo, se pide el estado civil a las que acuden (y esto atemoriza a muchas mujeres, que son tan vergonzosas como les han enseñado a ser) y no hay charlas informativas y directas, sólo una cinta grabada repite con aburrido zumbide magnetofónico que la píldora el esto y el diafragma esto otro. De la información televisiva, para qué hablar; han tenido quizá demasiado ocupada la pantalla con el rostro de los hombres del Gobierno como para dedicarla a otras funciones. Y, por supuesto, la anticoncepción no aparecía en ningún sitio en los Presupuestos del 79. Eso sí, al recordarles la omisión dijeron: «Está bien, se podrá sacar algo del apartado dedicado a subnormales», y es que resulta sintomático que sea de las siempre carentes costillas de los marginados de donde se rebañe fondos para fines marginales.
Y así están, glosando la anticoncepción, incumpliendo todos sus compromisos y acusando a los proabortistas de asesinos que matan el alma incierta del feto: ellos, que son hijos directos de aquellos primeros cristianos que se cuestionaron hasta el siglo IV si las mujeres teníamos alma. Pero, en fin, ya que no pueden solucionar sus contradicciones, que al menos cumplan sus promesas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.