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Ingreso de Dalí en la Academia de Bellas Artes de Francia

Dalí igual a Dalí pudiera ser la ecuación hiper-infrasensual-sádica-ridícula-aurífera que acuañara para los anales de la historia de la humanidad el evento de la entrada del marido de Gala, como miembro asociado, en la Academia de Bellas Artes francesa.

El acto se desarrolló ayer como estaba previsto, pero todo se realizó también de manera prevista, según las normas y costumbres previsibles que cualifican, sin alteración ni sorpresa, el quehacer del señor Dalí en el planeta Tierra.

Contrariamente a lo que es uso y costumbre, el pintor y publicista de Cadaqués no entregó su discurso a la Academia con una semana de antelación, sino que, parece ser, lo improvisó. Como en los momentos más sublimes de su éxtasis creador, en su predicamento de entrante en el cielo académico francés incluyó el «¡Viva la estación de Perpignan!». (Centro del mundo, según la literatura daliniana), y el « ¡Viva Figueras!», su tierra natal. Los franceses asistentes se divirtieron, como se han divertido siempre con el «loco más lúcido» de este «mundo perro». Para ello, es decir, para divertirse, incluso le perdonaron el que hace sólo tres o cuatro años, cuando ya el franquismo agonizaba, el señor Dalí decepcionara al país, «cuna de tantas libertades y derechos humanos», con aquella queja cataclismal, como propia del señor Dalí, en la que lamentaba que «Franco no haya matado mucho más».

La víspera de su entrada en esta academia ejemplar, el señor Dalí sorprendió y divirtió una vez más a los franceses, al declarar «nunca sé si hablo en serio o en broma. Cuando digo una bobada, rápidamente me doy cuenta de que es algo trascendental y, por el contrario, resulta una idiotez lo que considero importante». Definió la pintura como «algo que entra por los ojos y sale por el sexo» y aseguró que la muerte le preocupaba cada vez menos.

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