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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Hacia otro modelo de crecimiento

(Presidente del Partido Carlista)

Pronto habrá en España dos millones de parados. El paro es la angustia para el trabajador, pero también para el hombre de Estado. Es, a la vez, causa y consecuencia de la crisis económica. Es, también, una demostración patente de la incapacidad de un sistema económico para resolver un simple problema de organización de la producción.

Hay en nuestro país dos clases de paro. El paro oficial, el registrado estadísticamente, que alcanza el 7,7% de la población activa, y el paro real. El paro real es aquel porcentaje de la población que debería estar ocupado y no lo está y que alcanza el 12 %. La tasa de ocupación, es decir, el porcentaje de personas ocupadas sobre la totalidad de la población, se situaba en 1974 en 3 7,2 % sobre una población de 35 millones, es decir, en 13.150.000 personas, mientras que hoy, para alcanzarla misma tasa de actividad de 1974, sobre una población de 37 millones debería ser de 13.764.000 y no de 12.200.000. Dicho de otro modo, para alcanzar la misma tasa de actividad del año 1974, tendríamos que crear 1.564.000 puestos de trabajo nuevos. Todo ello sin contar con los emigrantes y su posible retorno, ni la emigración del campo, ni la llegada de las nuevas generaciones al mercado del trabajo. Sin contar tampoco con llegar al pleno empleo del ciento por ciento, que supondría añadir 450.000 puestos de trabajo. Así calculado, el paro total sobrepasaría ya los dos millones de personas.

El porqué del paro

La fuente inmediata del paro es la situación cada vez más crítica de un número elevadísimo de empresas. Sea porque son demasiado pequeñas para poder modernizarse, sea por la mala administración, sea por una planificación económica general que no permite a los empresarios orientar su política económica, el hecho es que en los últimos años la tasa de inversión bruta ha disminuido en vez de aumentar. La formación bruta de capital, es decir, la suma de las amortizaciones y nuevas inversiones, sufre un constante deterioro en los últimos cinco años como reflejo de la crisis. Otros datos estadísticos ponen en evidencia la paulatina, pero muy real, subida de la totalidad de las remuneraciones de los asalariados, sobre todo en los últimos diez años, en los que pasa del 55,4% de la renta nacional en 1966 al 65% en 1977. Simultáneamente se manifiesta la correlativa disminución de la totalidad de los excedentes netos de explotación, que baja al 35%.

En otras palabras, las subidas salariales fueron un auténtico progreso social y las excepcionales posibilidades de realizar beneficios invertibles en amortizaciones y nuevas inversiones sufren un auténtico deterioro.

Pero la desaparición de una situación de superbeneficio no es más que una normalización y no la causa principal de la crisis, y esto es lo que queremos demostrar.

En efecto, se ha achacado no pocas veces esta falta de inversión a la constante erosión de los excedentes netos de explotación y al constante crecimiento (le la remuneración total de los asalariados en los últimos veinticinco años. Sin negar que pueda jugar un papel importante, no creemos que esta sea la causa. principal, pero tenemos que considerar y analizar este factor y sus teóricos remedios.

Análisis clásico de la crisis y del paro

Frente a una constante tensión hacia el alza de los salarios, el empresario que quiere mantener su empresa tiene que invertir capitales cada vez más importantes para poder generar un crecimiento de productividad por puesto de trabajo tal que le permita en el futuro pagar esos salarios en alza y además seguir desarrollando la empresa.

El coste en capital por puesto de trabajo aumenta así sustancialmente. En otras palabras, la renta por unidad de capital disminuye constantemente. Siguiendo este análisis, el empresario se encontraría con tres posibilidades:

1. Seguir tirando, sin invertir y sin aumentar su nómina, despidiendo personal para compensar las alzas.

2. Invertir en modernización, pero despidiendo personal para poder pagar mejor a los empleados que conserva.

3. Muy pocos que creen disponer de un mercado futuro más amplio pueden modernizar y conservar las mismas plantillas.

De hecho, solamente las empresas intensivas en capital, es decir, las que emplean mucho capital por puesto de trabajo, pueden conservar o aumentar sus plantillas y, simultáneamente, modernizar y aumentar las retribuciones de sus trabajadores. La banca, por ejemplo, paga hoy salarios anuales medios 2,7 veces superiores a los que cobran los trabajadores de la industria de la madera.

Pronto nos encontraremos con tres clases de obreros: la clase dinámica, la sacrificada y la parada. La primera, que pertenece a las empresas punta, intensivas en capital. La segunda, que pertenece a las empresas técnicamente difíciles de modernizar, es decir, intensivas en mano de obra. La tercera, la clase obrera parada, que irá en aumento, porque es consecuencia tanto de la imposibilidad de modernización de ciertos sectores, como de la misma modernización de otros sectores, que permitirían ahorrar mano de obra por una misma producción. Aparte, por supuesto, de la clase social, que vive del trabajo de los demás, la clase privilegiada.

Reducir la carga salarial o reactivar la economía actual

Frente a este análisis, existen teóricamente cinco soluciones clásicas:

1. Primera solución: la disminución general de los salarios, de suerte que se restablezca la rentabilidad de la productividad de las empresas actualmente marginales. Así, teóricamente, podría recuperar una capacidad de generar beneficio, es decir, de modernizarse, de emplear rentablemente más trabajo. Pero no sé de ningún Gobierno, ni siquiera en un régimen comunista, que pudiera tornar semejante medida.

2. Segunda solución: aceptar el paro como una jubilación anticipada, dejando la dinámica actual a su libre curso y considerar todo trabajador despedido corno un jubilado provisional. Establecer, por ello, un fuerte subsidio de paro, partiendo del supuesto de una futura reactivación.

Las consecuencias de esta política serán tres:

Primero, sería preciso un sistema tributario potente y en constante aumento para bombear los recursos del sector productivo y alimentar el sector improductivo o parado, en constante aumento en recursos de paro.

Segunda consecuencia sería, al seguir con el aumento del subsidio de paro, gastar recursos para no producir, con un evidente despilfarro económico, por lo menos provisional.

Tercera consecuencia sería el aspecto humano de una «sociedad de parados». No es difícil imaginar lo que significaría esta sociedad, sobre todo si la solución no es simplemente transitoria.

3. Tercera solución: el mantenimiento de los mismos salarios, pero aumentando las horas trabajadas, sería otra solución teórica que podría, en cierta manera, restablecer el equilibrio entre salario y beneficio, generando más producción por los mismos costes. Tendría, de una forma más suave, los mismos efectos que la solución anterior.

4. La cuarta solución consiste en repartir el paro. Es una idea en boga en ciertos sectores socialistas europeos. Porque, efectivamente, permitiría a todos los trabajadores activos trabajar, digamos, una hora menos diaria de promedio, y a los parados encontrar un trabajo. Se especula con la doble ventaja de encontrar trabajo para los parados y de reducir las horas trabajadas para aquellos que están trabajando. Pero... las consecuencias lógicas deberían ser una reducción de salario proporcional por puesto de trabajo para que no cambiara el volumen global de salarios, porque, si no, la inflación se dispararía.

La simple enumeración de estas cuatro primeras soluciones apuntan todas a restablecer una capacidad de generar beneficios a niveles empresariales, para poder absorber el paro mismo y reemprender un hipotético camino de prosperidad. Pero todas estas soluciones van encadenadas hacia la disminución del coste salarial, para restablecer una situación que existió en el pasado y, aparte de ser difícilmente aplicables, no son para una economía de futuro.

5. Quinta solución: consistiría en reactivar, como sea, la economía, es decir, crear una demanda de trabajo que llevaría a crear más puestos de trabajo. Es la solución que desesperadamente buscan todos los Gobiernos, porque aparece como la única factible.

Pero esta solución, como las anteriores, pone otra vez de manifiesto que todo el análisis de la crisis parte siempre de una misma constatación empírica, según la cual la crisis procede de los aumentos salariales que impiden a las empresas mantener el mismo nivel de empleo. Y creo que esta visión es correcta a nivel inmediato, pero esconde la problemática de fondo. Problemática de fondo que la economía europea de guerra y de posguerra permite evidenciar.

Economía de guerra y de posguerra

La economía de guerra nos demuestra ampliamente que esta solución, crear demanda, aunque sea para producir bombas, permite absorber rápidamente el paro. La misma técnica fue utilizada para generar los no menos importantes recursos que necesitó la reconstrucción de la posguerra. Llama la. atención la comparación entre la situación europea en la preguerra mundial, con su inflación y su paro, que se parece mucho a la situación española actual, y la situación europea de la posguerra mundial. En aquel último período, a pesar de la vuelta de decenas de millones de soldados del frente, de la desaparición de la producción de armamento, contrariamente a todas las previsiones de los economistas, se alcanzó rápidamente el pleno empleo y una notable prosperidad, por lo menos hasta los años setenta.

Pero el error de interpretación del fenómeno reside en la creencia que fueron solamente los bajos salarios relativos y, por tanto, la relativa alta productividad de la empresa o la simple reactivación de la demanda, el principal factor del pleno empleo. Lo fueron, indudablemente, en un período inicial, pero hay otro factor escondido y absolutamente esencial.

Del capitalismo inversor al capitalismo consumista

Mientras el capitalismo europeo de la posguerra mundial producía en prioridad bienes duraderos, el capitalismo consumista produce prioritariamente, bienes de poca utilidad: coca-cola, alcohol, tabaco, coches particulares y centenares de aparatos que son juguetes para mayores.

Lo que nos puede enseñar realmente la economía de la posguerra mundial es que cuando, en vez de producir bienes de consumo inútiles, la sociedad orienta sus recursos hacia inversiones duraderas -viviendas, escuelas, centros cultura les y de educación, infraestructuras, etcétera, es decir, bienes de alta utilidad social, el trabajo realizado no se consume, sino que se acumula de una forma productiva.

El sistema de mercado actual acaba rápidamente en un inmenso despilfarro de bienes inútiles e inmoviliza los recursos en capital para una producción sin sentido. Tenemos hoy una movilización masiva de recursos para producir objetos, cuya única ventaja sobre la producción armaMentista es que sean menos mortíferos (incluso estaría por ver hasta qué punto son mortíferos o nocivos el tabaco, al cohol, el coche, la polución, etcétera). El capitalismo consumista destruye lo que produce y es así como se arruina la sociedad, por un despilfarro generalizado de los recursos.

No sirve para nada echar la culpa al empresario de que produce lo que produce. El empresario tiene un mercado y no puede producir lo que no encuentra compradores en el mercado. Si eliminamos las soluciones radicales o las revolucionarias, sólo nos queda la posibilidad de intentar crear mercado para aquellos bienes que necesitamos y que nuestro actual sistema de mercado no puede expresar.

Cada vez se hace más evidente la necesidad de una planificación económica, no sólo para que funcione el mercado, sino para que se oriente hacia una finalidad social. Planificación económica que, para corresponder a las necesidades y ser viable, deberá, además, contar con la colaboración de las fuerzas sociales sindicales y patronales, sin la cual no podrá haber ni acierto ni aceptación de la misma.

El otro modelo de crecimiento

Todas estas consideraciones no tienen otro fin que poner en evidencia la falacia de una reforma del sistema económico, que consistiría simplemente en restablecer el beneficio empresarial para seguir produciendo lo mismo que antes, porque las mismas causas producirían, en muy poco tiempo, los mismos efectos.

Es este otro mercado, apoyado, sobre todo, en una nueva política económica, lo que nos permitirá orientar las inversiones hacia la creación de riquezas permanentes y no de consumos inútiles.

La simple reactivación económica consumista no puede resolver el problema. La reactivación económica, Para que sea eficaz, debe ir orientada hacia la producción de aquellos bienes de larga duración que representan una acumulación de riquezas y no una nueva carrera hacía el despilfarro.

Esta nueva política puede ser la base de la solución del paro, por la vía de una prosperidad real y no ficticia. Por la vía de un socialismo factible, pero que apunte a un ideal de sociedad y abra la vía a una «economía humana».

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