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SEXTA DE FERIA DE SEVILLA

Una vez más, la torería de El Viti

El Viti, con su mano izquierda mágica, con su torería, salvó, allá al atardecer, cuando se lidiaba el quinto toro, una corrida que iba de desastre. Y no sólo la salvó porque puso contentísimo al público, el cual, cuando lo creía todo perdido, se encontró con música, triunfalismo y, tres orejas, sino porque sirvió de tapadera a un fraude en regla, mediante el que se montó una caricatura de fiesta con todos los honores y los elevadísimos precios de corrida de lujo.Anunciados los toros de Manolo González, los que saltaron al ruedo llevaban en su mayoría el hierro de Socorro Sánchez Dalp. Pero, ¿hemos dicho toros? Borra, niño, borra, no te vaya a pillar la maestra. A buenas horas se tienen por toros en cualquier plaza de mediana seriedad aquellos productos que saltaban a la arena. Carecían de trapío y de fuerza y eran, a pesar de todas las benevolencias y todos los silencios, la vergüenza de la Maestranza y de esta afición tan selecta, tan pura, tan entusiasta.

Plaza de Sevilla

Sexta corrida de feria. Cinco toros de Socorro Sánchez Dalp, escasos de trapío, fuerza y bravura, y uno de Manolo González (quinto), flojo, noble. El tercero, devuelto por cojo, sustituido por otro de Manolo González, manso de solemnidad. En casi todas las reses se simuló la suerte de varas. Curro Romero: tres pinchazos leves y rueda de peones (bronca). Media trasera y caída y rueda de peones (silencio). El Viti: media estocada y descabello (gran ovación y saludos). Media estocada (dos orejas). Tomás Campuzano, que tomó la alternativa: bajonazo descarado (ovación y saludos). Buena estocada (oreja). Al acabar la corrida, Campuzano fue paseado a hombros; El Viti, despedido con una clamorosa ovación, y Curro Romero, con lluvia de almohadillas.

Porque ya estamos en la cantinela de siempre: aquí los llamados silencios son el ungüento prodigioso que se aplica para todo y si la gente calla porque nada tiene que decir o le importa un pito lo que sucede o le da reparo que le vea el vecino en actitud airada, hay quienes lo explican como manifestación de respeto y alta categoría taurina. Y así va tirando el espectáculo en esta tierra.

Uno de los más indecorosos cornúpetas fue el de la alternativa, que para colmo salió buenísimo, y Tomás Campuzano le pegó un sinfín de pases, todos tropezados (es decir, muy mal rematados), para acabar con manoletinas mirando al tendido. ¡Vaya alternativa! Al sexto, que también resultó noble, le empezó toreando en redondo con gusto y largura, pero a media faena volvió a destemplar los pases y menos mal que mató con arrestos, en los medios, de una certera estocada, porque así pudo alcanzar esa orejita que le va a servir de mucho en su futuro profesional.

Del Curro, pues ya se sabe: salió a almohadillazo limpio. La novedad estuvo, esta vez, en que intentó -decimos intentó: no pasarse- torear de muleta. Estuvo más tiempo que otras veces delante de los toros, o lo que fuera aquello. La gente permanecía en tensión. Se oía: «¡No le digáis nada, no se vaya a desmoralizar! ». Como estatuas, sin atreverse ni a pestañerar, los curristas esperaban el milagro sin que siquiera se le ocurriera volar a una mosca, no fuera a perturbar la voluntad entre legionaria y gladiadora del ídolo. En ambos toros dio algunos medios pases con la derecha, que se celebraban como si hubieran salido enteros; en el primero, también conatos de naturales (ayudados con el estoque), pero Curro no acaba de decidirse y, tras mucho cavilar, optó por el trasteo a la defensiva, que es lo suyo. Lo borda.

Al inválido tercero se le sustituyó por un manologonzález manso de solemnidad, que huía de todo y no fue condenado a banderillas negras porque la presidencia de esta plaza es así de incompetente. El Viti se esforzó persiguiéndole por el ruedo para meterlo en la muleta y lo tiró patas arriba en la primera igualada. La corrida iba de desastre, ya decíamos, hasta que en el quinto llegó el faenón. Dos series de naturales asombrosamente hondas, ligadas de maravilla con los de pecho, otra de derechazos que levantaron clamores, abaniqueo y espadazo de rápidos efectos. Se cuenta, aquí está, en seis líneas, pero la realidad de cómo fue ha de imaginarla quien no estuvo en la plaza. Para ayuda de quien quiera hacerlo, baste decir de la reciedumbre de la técnica perfecta con que toreó El Viti, siempre en el terreno apropiado y en cuatro o cinco metros de diámetro toda la faena, dando la distancia justa, sin enmendarse nunca.

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