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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Los zapatos de Carmen

He hablado aquí de frentepopulismo, que es ahora la receta con que, nos come el coco hasta don José María Gil-Robles, que debiera estarse quieto, siendo como es ya, tan sólo, una señal que ponemos entre las páginas del libro de la Historia de España, para saber por dónde nos llegábamos.Incluso Gil-Robles tiene que reconocer que las circunstancias son muy otras, pero a mí no me importan para nada las circunstancias. Yo descifro y desmiento el frente populismo (en su versión y estam pa de escobas incendiadas y santos abofeteados), simplemente por los zapatos de Carmen, Carmen Tamames, fetichista como soy, fetichista de la política y de la mujer, que nunca se es fetichista de una sola cosa.

Carmen me lo tiene dicho:

-Que a ver si dejas de escribir de mis zapatos y escribes de las botas de mi hija, que anda por ahí.

No es que a mí no me inquieten las hijas de las madres cuyos zapatos admiré tanto, pero el otro día, en el Ayuntamiento, cuando la toma de posesión de la cosa, mientras la derecha civilizada se portaba incivilizadamente, mientras Tierno se acercaba un crucifijo en la mesa como quien se acerca un micrófono) Rilke dijo que Cristo es un teléfono para hablar con Dios), mientras pasaba todo el cirio municipal, yo me fijaba una vez más en los zapatos de Carmen, Carmen Tamames (perdona, Carmen) y eso me tranquilizaba mucho, niño de derechas como soy/fui.

Un eurocomunismo tan bien calzado no puede acabar en un frente pop ul ismo de alpargata, entre otras cosas porque ya ni los lumpem llevan alpargatas. (El único que las lleva es Ferrer Salat para jugar al tenis con las nuevas amistades y caras conocidas de la Trilateral: ya me ha llamado un mandado de Mendoza para hablarme de la Tri.)

Bueno, ¿y cómo son los zapatos de Carmen? Suelen ser zapatos ce tacón alto, porque ella es alta (alta mujer alta lo que no le sienta es el tacón bajo, que le sienta mejor a la baja, contra toda lógica comercial). Zapatos como sobredorados o sobreplatinados siempre de algo, zapatos rojos o azules, una especie de strip-tease del pie, poco zapato y mucho bello pie, y suelen ser, sobre todo, zapatos de pulsera, como los que usaba mi madre, zapatos que apulseran el tobillo femenino, con lazo o hebilla (la otra mañana los llevabas con lacito, Carmen).

Zapatos que usaba mi madre y que sólo puede llevar la mujer de empeine alto, porque sino eso de la pulsera se cae y queda fatal. (Perdona también la nota edípico/ freudiana, Carmen, pero todo fetichismo, aunque sea o se disfrace de fetichismo político, tiene un ingrediente incestuoso, Carmen.)

Zapatos, en fin, de crucetilla, de tiras cruzadas, de enrejado fino, de rejilla fresca, menos zapato que. pie, como antes he dicho. Juan Cueto u otro sabio debieran hacer el estudio semiológico de esos zapatos /signo/ fetiche para deducir que un comunista que lleva a su señora tan bien calzada y la tiene tan bien tenida, no es un comunista que se mueva por la dialéctica carbonera del odio, según el tropo maniqueo de la derecha. Cuando el bienio negro, o sea la II Repúblíca (que hay bienios de diversa duración en años: Franco se saco uno de cuarenta), las marquesas, que al fin y al cabo sólo lo eran desde don Alfonso XIII, llamaban irónicamente marquesas de la República a las republicanas con una carrera universitaria y un marido ministro. Nunca se sabe bien si la derecha quiere que la izquierda sea falsaria, hipócrita, secretamente vividora, o que sea zarrapastrosa. La derecha española es que no se aclara nada con estos panda locos de la izquierda, que hasta quieren ser alcaldes. Cuándo se había visto un panda en una alcaldía, entre Cristo y Hegel.

Acaba de decirlo Paco Rabanne:

-El que sigue la moda es un imbécil.

Carmen no sigue la moda, sino que la moda la sigue a ella. La otra mañana, mientras Alvarez le decía cuatro frescas al frentepopulismo municipal, mientras la greña jacobina se despeinaba en la calle con el viento primaveral de la libertad, yo miraba con alivio, templanza, placer y consuelo los zapatos de Carmen. España necesita, lo primero, una izquierda bien calzada.

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