Un Jardiel primitivo

Enrique Jardiel Poncela llevaba once obras estrenadas y sesenta escritas cuando hizo, en un momento de angustia económica y problema sentimental, esta obra, que obtuvo un rápido y considerable éxito. Ocurría hace 52 años. A pesar de todo -de la experiencia y del éxito-, Jardiel todavía no era el gran Jardiel. Se apuntan en esta obra algunas de sus fórmulas: la obsesión por dar una lógica y una explicación al absurdo de las situaciones descabelladas de las que partía un cinismo irónico para considerar la sociedad que reflejaba y un empeño por la frase-aforismo en el diálogo; y la creación de personajes al mismo tiempo burlescos y tiernos, sin verdadera maldad en ningún caso. Es una obra importante para el estudio de Jardiel. Pero nada más. El tiempo pasado es duro con ella. Los actores tratan de descoyuntarla para aproximarla lo más posible al juguete cómico y al vodevil para su mejor resultado cómico; Valeriano Andrés se contiene más, porque tiene mejores recursos de interpretación -que brillarán cuando termine de aprenderse el papel-, como también busca más mesura Ricardo Merino. La dirección es sencilla, como la escenografía. Viejos espectadores lo pasan bien rememorando otro teatro; alguno nuevo recoge alguna frase, alguna situación. Pero el paso del tiempo es implacable por esta obra, que lo resiste mal.