La razón de hacer teatro
Espectáculos como este compensan de tantas malas noches soportando remedos pobres y tristes del teatro. Y tranquilizan sobre las posibilidades de supervivenca y autonomía del arte teatral, basta con la aplicación del talento. Es una tranquilidad muy relativa, porque se pueden mantener considerables dudas sobre la supervivencia del talento, que generalmente se dirige, ahora, a otras formas de expresión.Lo que demuestra Antaviana es mucho y fundamental. Primero, la primacía del texto y del relato de una historia. Segundo, que una dirección puede ser brillante, eficaz, bella y personal sin necesidad de violentar ese texto, sin ejercer la megalomanía. Tercero,que una escenografía necesita más estética que dinero, y que no es necesario un aterrador presupuesto para conseguir algo. Cuarto, que los actores siguen siendo, con el texto, el elemento fundamental de la representación, y que su libertad y su estudio son imprescindibles.
Antaviana, cuentos de Pere Calders, traducción de Feliú Formosa, versión escénica del grupo Dagoll Dagom de Barcelona, música de Jaume Sisa
Intérpretes: Mar Tarragona, Assupta Rodés, Anna Rosa Cisquella, Berti Tovias, Miguel Periel, Pepe Rubianes, Joan L. Bozo. Escenografía y vestuario, Isidre Prunes y Montse Amenós. Estreno, Martín, 16-IV-79.
El texto es una sucesión de cuentos de Pere Calders. La unidad la da el estilo mágico del escritor: humor, fantasía, magia, ternura que no excluyen la violencia de algunas situaciones; la da también la unidad del decorado. La continuidad, unos breves, ingeniosos gags que dan tiempo al cambio de vestuario y las brevísimas modificaciones en la escena. La magia de Pere Calders consiste en la presentación de una realidad que, de pronto, se distorsiona por lo insólito; el mejor ejemplo, probablernente, es la narración de la familia de la burguesía catalana por cuya ventana irrumpe, la noche de Navidad, Papá Noel: el plano del brillantísimo naturalismo, en el que hacen un alarde de ironía los actores, no se interrumpe nunca, mientras todo es, al mismo tiempo, otra cosa distinta. Todo ello recuerda algo a Marcel Aymé, pero sin su rudeza. El texto es de gran belleza literaria, pero de una considerable sencillez al mismo tiempo. Como debe ser para la aparición de lo insólito.
Sin duda, también los actores dirán mejor su texto en catalán. No es un problema de prosodia y de acento, que es una objeción que se sobrepasa fácilmente; es, probablemente, una retención al actuar. Se advirtió más en la primera parte; en la segunda, la certidumbre del éxito y la acogida del público les dio soltura. Por encima de este problema está su calidad, toda la escuela que se adivina por dentro. Estamos desgraciadarnente mal acostumbrados a los nuevos ricos de la expresión corporal y de la impostación de voces, que quieren demostrarla a toda costa: estos actores tienen la formación donde la deben tener; en el fondo, en el interior. Su escuela se demostró, repitamos el ejemplo, en el cuento de la cena de Navidad: un diálogo picado y cortado, simultáneo, llevado con un ritmo excelente, perfectamente comprensible. Se ve también en ese momento, como más patente, la calidad de la dirección, la fuerza de los ensayos y el sentido del viejo arte teatral.
La escenografía: una bellísima cortina sobre una barra ondulada que parte, en diagonal irregular, el escenario, cuya rampa está partida, a su vez, en dos territorios, uno enlosado de espejos y otro escaqueado. Un forrillo con una ventana que juega numerosas veces, y que la mayor parte de ellas sirve para la irrupción de la fantasía. El vestuario responde a la misma calidad. La música de Sisa, distinta de lo que suele hacer el autor y cantante catalán, tiene como virtud esencial la de su adecuación, el fondo literario y dramático.
Todo ello podría estar en la línea del gran cabaret literario, aquel que hacían los hermanos Prévert en Las Rose Rouge, de París, por los años cincuenta. Pero no es la novedad lo que sorprende en este espectáculo, sino la permanencia de los valores teatrales.
Antaviana deben verlo, además de los espectadores, los no habituales del teatro, que encontrarán en él razón para amarlo.
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