El libro, más lejos
TODO PARECE indicar, si alguien no lo remedia, que la próxima Fería del Libro madrileña, que se celebrará el próximo mes de junio -cada vez más tarde, por cierto-, instalará sus casetas en la Casa de Campo. Lejos quedan los tiempos gloriosos en los que la Feria constituía un acontecimiento ciudadano, tanto más que cultural, desde su clásico marco del paseo de Recoletos, en pleno corazón de la capital. Desde allí -y dejando felizmente como herencia la Feria de Libros de Ocasión, de la que este año no se tíenen notícias sobre su celebración- tuvo que trasladarse al parque del Retiro. Aquel traslado, aunque levantó diversas polémicas, estuvo justificado, pues la Feria se potenció, y los feriantes, editores y libreros aumentaron considerablemente en número, a pesar de los crecimientos en los costes del alquiler de las casetas y en las gabelas munícipales. El Retiro ha resultado ser un marco adecuado; si la Feria no reviste la importancia que debiera, ya que en los últimos años se reduce a una sucesión de corredores donde se exponen los misnios libros y se reparten catálogos, y poco más, no es posiblemente por culpa de los propios feriantes, editores y líbreros, a quienes cada año se les hace más costoso acudir a la cita con el público. Pero de hecho, la Feria vende, sigue en el centro de la ciudad, cada año aumentan las ventas, y los objetivos mínimos se cumplen, a pesar de las autoridades estatales y municipales, que cada día la desatienden más.Una de las contradicciones más notorias de este país, en este terreno, es que España resulta ser el cuarto editor del mundo, en cuanto a producción de títulos se refiere, y, al mismo tiempo, uno de los del pelotón de cola, en cuanto a lectura de los ciudadanos, del Occidente ind ustríal izado. En España se editan casi 24.000 títulos nuevos al año, mientras que seis españoles de cada diez declaran, según encuestas fiables, que no compran un libro jamás. Esta aparente contradicción se explica en parte por otro dato: nuestras tíradas, el número de ejemplares que se editan de cada título, son de las más pequeñas del mundo civilizado. Hasta ahora, y a pesar de todos los intentos, no ha habido en España una política del libro eficaz, y todas las partes que confluyen en esta industria, que, sin embargo, es una de las más importantes del país, están en crisis, tanto editores, como libreros, como el mundo de los escritores, de los que un pequeñísimo número pueden sobrevivír con el producto de la venta de sus libros.
En estas condiciones, la amenaza de trasladar la Feria del Libro madrileña -que es nacional, no se olvide- del Retiro a la Casa de Campo nos parece una incongruencia y un atentado cultural más. La Administración, tanto nacional como municipal, que debiera, precisamente, preocuparse de esta carencia de una política del libro, no solamente no la apoya, sino, que parece torpedearla. Encarece el alquiler de las casetas, aumenta los impuestos municipales y, para colmo de males, expulsa del centro de la ciudad a la Feria para instalarla en un marco casi extrarradio.
Las autoridades debieran potenciar la Feria, apoyando a quienes hasta ahora la mantienen, expositores y público, y ayudándoles a que vuelva a ser un acontecimiento cultural y ciudadano. La Feria tiene que convertirse en una fiesta, en la que todos puedan participar. En su torno deben organizarse actividades de todo tipo, sociales y culturales, deben abaratarse los costes de participación, dotarla de mayores medios y contribuir con una propaganda eficaz y un planteamiento de actos más seductor en los que puedan intervenir todos. Exactamente lo contrario de lo que se pretende.
Queda una esperanza: que la renovación municipal efectuada el pasado día 3 quiera dar testimonio de sus proyectos de cambio y cortar por lo sano con los planes antinciados.
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