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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La vieja frontera

TRAS LOS resultados electorales de las legislativas de marzo y la posterior votación de investidura parlamentaria, era conocido el hecho de que el presidente Suárez iba a gobernar en solitario ... pero no tanto. Resulta penoso observar cómo un hombre como Suárez, tan dotado para el malabarismo político, haya dado el traspié pergeñando un Gobierno irrelevante -salvando todas las excepciones personales que se deban-, gestado con fórceps, de cara a la opinión pública y con la urgencia obligada de darle estado oficial en la misma jornada en la que por la mañana se ha ido a ver al Rey con una lista en la mano que, a media tarde, no sirve casi para nada.La historia de la elaboración, descomposición y recosi do de este primer Gobierno constitucional tendrá, sin duda, su libro o su pequeña crónica en la que lucirán algunas carcajadas y brillará el filo siempre cortante de las ambiciones y deslealtades de los políticos pequeños. Pero, en cualquier caso, todos los politólogos o «expertos en Suárez» han fracasado en sus predicciones. Ni Suárez tenía su Gobierno «tapado» celosamente y bien asegurado, ni la sorpresa política ha pasado de estupefacción, ni el nuevo Gobierno se ha confeccionado en base a una verdadera reforma administrativa que sirviera de eficaz falsilla de trabajo para los próximos cuatro años.

Punto y aparte merece el cambalache administrativo al que parece haberse habituado el señor Suárez cada vez que recompone el puzzle de los Gobiernos. La necesaria y urgente reforma de la Administración del Estado queda repetidamente reducida a la parodia mecánica de trasvasar edificios y funcionarios y encargar nuevos titulares metálicos para los frontis de los edificios ministeriales. Y acaso esta vez la reforma de los frontis acarree consecuencias difíciles de justificar, por la mera necesidad de atender debidamente a ese congIomerado de aspiraciones que conforma la Unión de Centro Democrático. Quedamos a la espera, con atenta expectación, de cómo se va a explicar al país el que un civil asuma la cartera de Defensa junto al teniente general Gutiérrez Mellado, que ostenta idéntica responsabilidad más la añadida -Asuntos de la Seguridad- del orden público. El doblete ya establecido de un ministro de Asuntos Exteriores junto a un ministro encargado de las Relaciones con la Comunidad Económica Europea se mantiene, y se abunda con un Ministerio de Educación, que compartirá los Mysteres oficiales con otro ministro de Investigación y Universidades. La mejor manera de no dar el Poder a nadie es repartírselo entre todos. Lástima que sean secretas las deliberaciones del Consejo. Aunque en cualquier caso la probable adjudicación de los gobiernos civiles al Ministerio de la Presidencia, despojándolos de Interior, implica que el «puchero electoral» pasa de las manos del defenestrado Martín Villa a las fidelísimas manos del señor Pérez Llorca.

El rasgo quizá más notable de la crisis es la expulsión o el despido del señor Fernández Ordóñez, quien paga así el precio de ser uno de los pocos líderes de UCD con peso político propio. No vamos a entrar en una valoración detallada de los méritos y los defectos del ex ministro de Hacienda. La forma casi humillante en que ha sido puesto de patitas en la calle uno de los miembros de la Comisión de los Nueve que pactó la Reforma Política con el señor Suárez, y uno de los líderes de Centro Democrático que recibió, en la primavera del 77, el abrazo del presidente para ganar las elecciones, ha sido facilitada al máximo por el propio interesado. En efecto, la inconsciente resignación con que los partidos federados en Unión de Centro Democrático, con el del señor Fernández Ordóñez a la cabeza, aceptaron en el otoño de 1977 el nuevo decreto de unificación, que los reducía a pulpa en la nueva maquinaria centralizada, preparó esta incruenta purga.

Fernández Ordóñez, por lo demás, sale del Gobierno con la amarga lección del valor de algunas lealtades políticas de las que, pudiera ser paradigma la resistible ascensión de Rafael Arias-Salgado, de quien se dice quetiene cara de sargento de submaríno nazi. Acaso valga la comparación, dado que nunca se sabe en qué agua puede emerger. Tampoco cabe dejar sin mención el agradecimiento dado por la Moncloa a los servicios prestados por el señor Martín Villa. Los ministros que tengan vocación de mártires por la causa de la «empresa» o del propio presidente ya saben a qué atenerse. Y no es cosa de continuar un desmenuzamiento, persona a persona, y cargo a cargo, de los entrantes y salientes de este Gobierno, en el que se encomienda el envenenado tema de las nacionalidades a un numerario del Opus Dei porque tiene amigos de fe en el PNV, y ni más ni menos que la cartera de Cultura a un hombre como Clavero, que, tras dar categoría de problema de Estado a la regionalización de La Mancha, puede abocarnos a todos a la reforma del alfabeto. La economía, por lo demás, bajo la experta dirección del ex presidente de la Diputación de Segovia, encara la dificil situación con la ayuda de algunos curriculums brillantes, junto a otros nombres que sirven para todo. En este camino el ex subsecretario del Interior -físico de profesión- accede a la cartera de Obras Públicas y Urbanismo.

Por lo demás, ahora resulta que no sólo las tendencias de hecho en el seno de UCD son declaradas inexistentes de derecho, sino que sus miembros se llaman a andana cuando sus líderes caen en desgracia y se apresuran a responder afirmativamente a las ofertas de cartera. Se nos dirá que son técnicos cualificados, lo que es cierto. Pero aunque a Suárez lo que realmente le interesa de ellos es su capacidad de gestión y sus conocimientos, también es verdad que al aceptar la cartera hacen política y, además, quieren hacerla. ¿Cómo van a defender sus posiciones propiamente políticas más allá de las decisiones técnicas si acatan sin rechistar la decapitación de su líder? ¿Y cómo aceptan las responsabilidades de la solidaridad ministerial sin la previa discusión de un programa y sin la posibilidad de intervenir en las decisiones que conciernen a las libertades -como el anticonstitucional decreto-ley de seguridad ciudadana- o a una cuestión tan básica para nuestro futuro como es la cuestión vasca?

Así, el primer Gobierno formado por Suárez fue titulado de Gabinete de penenes o de subsecretarios, éste puede ser adjetivado como de hombres antes fieles al poder que leales y consecuentes con su pretendida ideología y que, bueno, que se saben -no todos- sus asignaturas, el manejo del tinglado administrativo y la carta de navegar por la Moncloa. Suárez, que cerré su campaña electoral copiando la más celebre frase de John Fitzgerald Kennedy («No preguntes qué puede hacer el país por ti, sino qué puedes hacer tú por el país»), no ha encontrado mejor solución que una «vieja frontera».

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