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Eurovisión, otra vez

Mañana, en Tel-Aviv, tendrá lugar una nueva edición del Festival de Eurovisión. Resulta difícil expresar con nuevas palabras el aburrimiento, el mal gusto y la falta de respeto a los euroespectadores que connota el discurrir del engendro. El Festival tuvo un cierto interés polémico hace años, cuando era la única puerta por donde el franquismo estructural podía introducirse culturalmente en Europa. Al igual que los partidos del Madrid mostraban con claridad que estábamos a su altura, las canciones enviadas al festival podían y pueden codearse sin rubor frente a sus competidoras: todas son igual de malas.El festival de Eurovisión no se realiza: se perpetra. La dicotomía entre la música que se compra o se genera en los distintos países europeos y lo que compite sin el menor pudor por un premio que es también un justo castigo (organizar el festival) no puede ser más evidente. De los estilos actualmente de actualidad en las listas europeas (para dejar de lado lo esotérico y minoritario) se escogen con raro sadismo las baladas más almibaradas o los tachundas más descara(los: el festival de Eurovisión refleja más que la cultura musical de Europa sus deyecciones, tanto estéticas como temáticas. Lo mejor que se puede decir de una canción participante es que resulta pegadiza, festivalera y con ello se quedan tan satisfechos.

Comprobado que la competición es una carrera de despropósitos cancioneros y que despojada de su valor político (aquellas confabulaciones para impedir que ganara la nuestra) no interesa a nadie, ¿por qué sigue realizándose?, ¿por qué no se sustituye por una muestra algo más real de lo que es la canción y la música en nuestro continente? Tal vez se deba a intereses de las empresas discográficas, pero, sobre todo, a la inercia de unas televisiones que han de justificar sus presupuestos para festivales. Así, y para hacerlo más sencillo, se sitúa el nivel de calidad en el mínimo, como ofreciendo la posibilidad ¿gratuita? de un estudio sociológico acerca de la génesis, difusión y aceptación europeas del mal gusto.

Lo malo es que ni siquiera consigue un efecto de catarsis purificadora: lo que debiera predisponer al sollozo se presenta como divertido, lo que es una vergüenza nos lo rodean de un vago patrioterismo. deportivo. Y lo que es peor: Eurovisión alardea en la práctica de uno de las más pedestres expresiones castellanas: mantenella y no enmendalla.

En vista de lo cual, el rojerío europeo se ha marcado este año de gracia un festival alternativo (por una Contra Eurovisión dicen). A este festival no competitivo acuden cantantes de todo tipo. Allí, en Bruselas, y el mismo día 31, los espectadores tendrán ocasión de escuchar folk irlandés, luxemburgués, flamenco, italiano y palestino; rock de diferentes países, reggae y canción directamente comprometida. Por España acuden Marina Rossell y el grupo vasco Oskorri, mientras que por Portugal lo hace José Afonso. El Contra-festival se presenta a sí mismo como dos conciertos de música alternativa y popular. Se encuentra limitado por su mismo compromiso político, pero tiene todo el aspecto de ser más digno que su homólogo oficial. Si Eurovisión retransmitiera los dos conciertos bruselenses (sábado y domingo), habría dado un paso hacia la realidad. Pero no, Eurovisión, a pesar de sus retransmisiones deportivas padece desde hace mucho una grave artritis progresiva. Lo mejor sería que no saliera de casa, que no se volviera a prodigar en más festivales: podría ser fatal.

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