El hombre, "con su historia personal", es la preocupación mayor de la Iglesia, afirma el Papa en el documento
«El Redentor del hombre, Jesucristo, es el centro del Cosmos y de la Historia. A él se vuelven mi pensamiento y mi corazón en esta hora solemne que está viviendo la Iglesia y toda la familia humana contemporánea.» Así empieza la primera encíclica Redemptor hominis, de Juan Pablo II. Este importante documento de 30.000 palabras tiene fecha 4 de marzo, primel domingo de Cuaresma. Fue presentada ayer a la prensa internacional acreditada ante el Vaticano por el jesuita italiano Roberto Tucci, director de Radio Vaticano.
Se trata de una encíclica escrita palabra por palabra por el Papa. Empieza afirmando que Dios, « por misterioso designio, me ha confiado el servicio universal vinculado con la cátedra de San Pedro en Roma» en un momento que él considera importante porque «está ya muy cercano el año 2000»,y añade que «es difícil saber lo que ese año indicará en el cuadrante de la Historia». Para la Iglesia será, dice el papa Wojtyla, «el año de un gran jubileo». Y toda la encíclica es como una llamada a los hombres de la Tierra para que se reúnan en tomo a la Iglesia, «depositaria de la verdad y de la libertad» reveladaen Jesucristo.La Iglesia, para ser fiel a esta gran misión que Dios le ha dado de «revelar el hombre debe poseer, junto a una «apertura universal, a fin de que todos puedan encontrar en ella la insondable riqueza de Cristo», otra dimensión igualmente importante: «la certeza de la propia verdad... profesando y proclamando íntegramente toda la verdad transmitida por Cristo». Una Iglesia, dice la encíclica, que debe poseer «un sentido crítico respecto a todo lo que constituye su carácter y su actividad humana», pero un «criticismo que debe tener sus justos límites», debe ser «constructivo».
Tensiones y dificultades
El Papa afirma que ha recibido de Juan Pablo I una Iglesia «no ciertamente exenta de tensiones internas y de dificultades», pero que al mismo tiempo se siente «interiosmente más inmunizada contra los excesos de autocriticismo», y, haciendo casi un juego de palabras, añade: «Se podría decir que es más critica frente a las diversas críticas desconsideradas», más aún, «más resistente respecto a las variadas novedades».
Según el Papa, esta nueva «ola» de la vida de la Iglesia puesta en marcha por el Concilio y por sus predecesores es un «movimiento mucho más potente que los s,íntomas de vida, de derrumbamiento y de crisis». Hace una fuerte llamada a la «unidad de los cristianos» y al encuentro de los cristianos con las grandes religiones no cristianas. Se muestra el Papa en desacuerdo con quienes afirman que estos esfuerzos de unidad «conducen a una ulterior ruptura de la Iglesia».
Todo esto se evitará, dice el Papa, si la búsqueda de la unidad no significa «renunciar o causar perjuicio a los tesoros de la verdad divina constantemente confesada y enseñada por la Iglesia», porque estar dispuesto a comprender a todo hombre, a analizar todo sistema, a dar razón a todo lo que es justo, no significa absolutamente perder la certeza de la propia fe.
Juan Pablo II, recordando a San Pablo, que habla de una creación «sujeta a la vanidad», que «gime y siente dolores de parto» y «está esperando la manifestación de los hijos de Dios», afirma categóricamente que el mundo, con el progreso obtenido durante este siglo, «revela en un grado jamás antes alcanzado esta multiforme sumisión a la vanidad». Y nombra desde la polución del ambiente y la bomba de hidrógeno a «la falta de respeto a la vida de los no-nacidos».
Humanismo auténtico
El papa Wojtyla lanza como desafio al «siglo de los materialismos» la visión de una antropología cristiana, de una Iglesia conciliar centrada en el misterio de Cristo, que es misterio de «misericordia» y que revela al mundo que «el hombre no puede vivir sin amor». Todo lo que es humanismo auténtico, dice el Papa, está «vinculado con Cristo», por eso el «cometido fundamental de la Iglesia, particularmente en nuestra época, es dirigir la mirada del hombre, orientar la conciencia y la ekperiencia de toda la Humanidad hacia el misterio de Cristo». Proyecta a los cristianos hacia una «gran misión» que debe convertirlos en «violentos de Dios», es decir, en hombres con el coraje y la fe necesarios para «revelar a Cristo al mundo».
Este camino, «que conduce de Cristo al hombre de la Iglesia, no puede ser detenido por nadie», puesto que la Iglesia «no puede permanecer insensible al verdadero bien del hombre, como tampoco permanece indiferente a lo que lo amenaza», la limitación de la libertad religiosa de las personas o de las comunidades «no es sólo una experiencia dolorosa, sino que ofende, sobre todo, a la dignidad misma del hombre». Y añade: «es difícil, incluso desde un punto de vista puramente humano, aceptar una postura según la cual el ateísmo tiene derecho de ciudadanía en la vida pública y social, mientras los hombres creyentes, casi por principio, son apenas tolerados o también tratados como, ciudadanos de categoría inferior».
En una línea de pontificado ya conocida, el Papa afirma que la preocupación mayor de la Iglesia debe ser el hombre, y no el hombre abstracto, sino el hombre «con su historia personal», «cada» hombre. Condena todo lo que es atentado al hombre, desde la tortura a la falta de libertad, al terrorismo, todos los «totalitarismos», aunque sin darles un nombre; condena el consumismo y afirma la primacía de la moral sobre la técnica. Y por lo que se refiere a la defensa de derechos humanos, repite dos veces que el hombre es sujeto de derechos «delde su concepción», es decir, «desde antes de nacer».
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